Mural pintado en Firmat por Ariel Bertolotti.
Por Álvaro Moreyra (*)
El coloso descansa, reina la paz, sólo se escucha el eco silencioso de un instante que perdurará por siempre. Es el relato del uruguayo que cada vez que se escucha, desprende una lágrima y estremece los corazones.
El gigante dormido lo sueña otra vez. Abre el cofre mágico, aquel en el que guarda los tesoros irrepetibles, aquel que acoge la octava maravilla del mundo y la única del fútbol, y echó a volar su imaginación.
Se emociona. La obra maestra de esa corrida invade su inconsciente, aunque está impreso en su memoria, casi calcado, por eso que no olvida ningún detalle.
Él es el director de la obra eterna, la única que no tiene testigos en ese inmenso teatro. Nada está librado al azar y el protagonista es el mismo cada noche, es lógico no podría estar ausente, sería imposible si él.
Está todo listo para la función y el coloso ya está con lágrimas en su rostro.
Se apaga la luz, el sol pasa a iluminar la escena. De repente es mediodía y los protagonistas ingresan a la cancha y comienza la función, es breve, dura apenas unos segundos.
El protagonista entra en acción. Ya dominó su objeto más deseado. La trata con dulzura, toma el control, la pisa y deja a un actor secundario desairado, atrás queda la mitad de la cancha y se atreve con otro con un enganche hacia adentro.
Sólo le quedan segundos a la función. Encara hacia adentro y elimina a otro. Los extras solo se conforman con observar atónitos. Una finta hacia afuera e incómodamente la empuja, con la pierna que mejor maneja. Lo grita, corre hacia un lado sin saber lo que había hecho. Sólo festeja, ríe, busca a alguien para abrazarse. Todos aplauden, se miran, nadie puede creerlo.
Entonces ese imponente estadio llora de la emoción y aplaude a rabiar, idolatrando al mejor de todos, llorando sin cesar y obligándose a repetirlo otra vez, pero no puede, la emoción lo derrumba como sucede siempre. Es el único testigo y al mismo tiempo director.
Está amaneciendo, el casi imperceptible sonido del viento acalla los ecos que hasta hace instantes eran protagonistas. El gigante despierta, recuerda lo que soñó. Aún lagrimea, pero no está triste, pues sabe que esta misma noche habrá función otra vez y el 10 prometió no faltar a la cita.
(*) De ANÁLISIS