¿Están nerviosos?

Aliverti y una analogía con la famosa frase del expresidente Kirchner.

Por Eduardo Aliverti (*)

Algunas noticias, o hechos fogoneados como tales, pretenden entrar en competición con el virus para fijar agenda pública. ¿Por qué será? Por ejemplo, toda la semana pasada se azuzó que Argentina podía estar al borde de otro default porque este lunes vence el pago de la deuda con el Club de París. Siempre  fue un invento, y alevoso: rigen 60 días, según el reglamento de ese cuerpo acreedor, entre un plazo caducado y acciones de ejecución.

Por ejemplo, el “kirchnerismo duro” emitió una proclama “conminando” a no pagarle ni al Club ése ni al Fondo Monetario en las condiciones habituales, visto el estado de la economía, las exigencias pandémicas, la necesidad de revisar judicialmente quiénes se beneficiaron personalmente con el ¿inconcebible? acuerdo macrista. ¿Eso no es lo mismo que dice y hace el Gobierno? ¿No fue el propio Presidente quien dijo que estaba de acuerdo con lo señalado en ese escrito? Es tan obvia la opereta de marcarle grietas graves la coalición gobernante…

Por ejemplo, el caso del policía Luis Chocobar que, pese a haber recibido una pena leve, sin prisión efectiva, tras hallárselo culpable de homicidio agravado, es exhibido como víctima de una condena injusta que perjudica al gatillo fácil contra la delincuencia.

¿Algo nuevo?

De ser por la cantinela acostumbrada, no.

Pero en tanto síntoma revelador acerca de qué advierten la oposición y sus cruzados mediáticos, sí.

De acuerdo con lo que se reconoce a un lado y otro, el país vive el peor momento de la pandemia y es probable que, en los próximos días o semanas y arribado el invierno, haya más picos dramáticos y trágicos.

Ya está que la Ciudad reabre jardines y primaria, apurada porque ni siquiera pudo garantizar modalidad a distancia durante tres días.

¿Qué habrá cambiado en la curva de contagios como para que, luego del recule de Larreta frente a lo irrebatible del mantenimiento/aumento de contagiados, se vuelva a las clases presenciales? ¿Algo que no sea retomar imagen de que le interesa la educación a cualquier costo?

¿Y qué sucede para que se produzca el indescriptible brulote de la Comandante Pato, con la acusación de coimero al gobierno nacional porque rechazó las desinteresadas intenciones de Pfizer?

¿Y por qué gana tanto lugar la insistencia ya descarada con las internas de Casa Rosada y del frente gobernante?

¿Sólo porque esas colisiones efectivamente existen?

¿Y por qué hay el machaque también alevoso contra la desorganización o ausencia de controles circulatorios?

¿Sólo porque realmente los hay, y está bien que se los remarque?

¿Qué estarán advirtiendo los propagandistas de un desánimo general que desde ya se comprende, pero cuya justificación requiere de análisis algo más profundo?

Argentina avanza indefectiblemente hacia una llegada de vacunas de carácter masivo, con dos millones de dosis que arribarán en junio y otros cuatro al mes siguiente. Para “empezar”.

A eso se suma que, también de manera ineludible, hacia fin de año habrá en el mundo una superproducción de vacunas capaz de abastecer incluso a los países más pobres o de desarrollo medio.

El consenso al respecto es unánime entre la comunidad científica local e internacional y, más allá, la centralidad capitalista no puede continuar permitiéndose un derrumbe económico global como el producido por el virus.

En su muy destacable artículo de este viernes en Página12, Ernesto Tiffenberg aporta claves sobre el disparatado discurso de la oposición, y de parte de los (sus) medios, en torno del “mito” de la segunda dosis de las vacunas.

La evidencia mundial indica que lo más conveniente es “insistir con la política de cubrir la mayor cantidad de gente en el menor tiempo posible, aunque sea con una dosis”.

La única barrera que se opone a esa estrategia es la decisión opositora de insistir con que “no tiene nada” quien no recibió la segunda dosis.

Como enfoca Tiffenberg, lo que se busca instalar es un relato transformador. Ahora, la sensación de estar más protegidos en la angustia debe pasar a que no nos sintamos “completamente” protegidos.

Momentáneamente, esos gurkas de la oposición continuarán creando o aprovechando agujeros para excavar: insistencia con el vacunatorio vip sin aportar pruebas de que fuera extendido; sospechas y denuncias sin tampoco certificación alguna; comparaciones arrastradas de los pelos con índices vacunatorios de demografías que nada tienen que ver con nosotros o, peor, ocultamiento y manipulación de las marchas y contramarchas que sufren las naciones desarrolladas.

Lo que se ven venir es que en los próximos meses, engarzado con las elecciones, habrá vacunas suficientes y, con ello, la probabilidad de un recupero económico que sólo lo sería respecto del bajón pandémico, pero capaz de darle aire al oficialismo en la percepción popular.

No está garantizado.

Casi por el contrario y como ya se señaló aquí mismo hace unas semanas, si las vacunas se transforman felizmente en un paisaje normal, como todo lo pronostica, podría ocurrir que haya poca memoria sobre cómo se salió de lo peor de la pandemia. O de cómo se la administró según se supo o pudo.

Y entonces, también podría acontecer que ese efecto se pierda, o diluya, y las secuelas económicas pasen al podio.

Aun así, cabría confiar en que las inclinaciones suicidas de una mayoría o porción significativa de la sociedad tendrán un límite. En parte, gracias a que la oposición es un esperpento difícil de describir.

Sin embargo, en 2015 ya pasó que eso debía estar claro y no lo estuvo.

Se supone que algo pudo aprenderse, si el Gobierno lo ratifica no durmiéndose en creer que, en política, dos más dos es cuatro.

Hasta acá, logró evitar desbordes por abajo y la insatisfacción de amplios sectores de clase media también pudo ser controlada a pesar de franjas que atraviesan un momento inédito: comercios; gastronomía; educación privada que no en todos los casos es de élite ni muchísimo menos; turismo.

El cuadro inmediato, siempre en la esperanza activa de que la vacunación dará resultado positivo, consiste en mostrar fortaleza de liderazgo político. Ausencia de fisuras trascendentes. Unidad, con sapos incluidos.

La negociación con el FMI, previo paso por ese Club de París, será todo lo ardua y amenazante que corresponde. Pero nunca hasta el extremo de ahorcar al país, si el Gobierno convence de que los sacrificios serán a pagar, primero y largamente, por quienes más tienen.

No hay lugar para más ajustes afrontables por la sociedad al mismo nivel.

No es retórica facilista. Es la única salida que tiene el Gobierno. Un recurso como el de haberle cobrado imposición extraordinaria a los más ricos demostró efectividad y apoyo masivo.

¿Acaso no ése el rumbo orientador, a más de proponer e implementar salidas productivas ingeniosas?

¿En qué radicaría una opción distinta?

¿En un aguanchetismo estilo la Alianza previa al 2001?

Llegan momentos de definiciones estructurales que urgen muñeca.

Pero esa destreza no es establecida por la pericia profesional de la política, sino, ante todo, por hacia dónde se la inclina para tener respaldo social.

Cuando Kirchner asumió, hizo en estos días 18 años, tomó decisiones con muñeca confiada en a quiénes favorecía. Sin timidez.

Las circunstancias no son iguales. La pandemia es devastadora. La movilización está impedida. La militancia es de escritorio. Hay un peronismo en el gobierno que debe arreglárselas sin plata y sin calle. Acosa algún terraplanismo de solucionar las cosas en forma retórica, mágica, apuradísima.

Pero lo tendencial no debe cambiar. No puede.

Se perdonará casi toda equivocación, menos la de confiar en los gurús que invariable, históricamente, nos llevaron siempre al mismo lugar.

(*) Periodista, publicado en Página12

 

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