Imagen de archivo.
Por Luis María Serroels (*)
Hubo cierto día (martes 14 de junio por la mañana) que en pleno centro capitalino de Paraná una señora octogenaria y con sus sentidos muy frescos, debió soportar -sin pretenderlo- un accidente derivado del mal estado de la vereda del Correo Central situado en la calle Monte Caseros. Su caída bastó para sufrir serias lesiones en su rostro y fracturas en el brazo izquierdo (cúbito y radio).
Esta operación no deseada, quedó sellada mediante un hecho que nunca debió suceder. La persona encargada de velar por la seguridad pública en cuanto le atañe al espacio específico, se habría olvidado de reparar esa porción de vereda que miles de humanos transeúntes surcan en ambas direcciones, practican lo que se entiende como el “gambeteo” para resguardar sus físicos. No todos suelen advertirlo y ello ocurre indefectiblemente. Pero la responsabilidad jamás recae en el viandante.
¿Fue acaso la responsabilidad de un tercero operando una pesada maquinaria sin intención, pero no por ello exceptuado del hecho?
Admítase que el fenómeno de las veredas en estado deplorable está diseminado en todo el plano de la Ciudad Paisaje. Pero ello no significa que se esté libre de los arreglos elementales en puntos ciudadanos. El buen estado de las veredas no tiene que ver tanto con un aspecto estético, sino con nada menos que la seguridad pública. La vida misma…
El hecho acaecido en la mañana del martes pasado, pudo haber tenido mayores consecuencias, si bien el resultado fue grave. ¿Es posible que tal hecho sea adjudicado sólo a la falta de responsabilidad y sensibilidad mínima de una persona? ¿Y las imposiciones básicas en tanto los trabajos en una ciudad habitada por más de 350.000 almas no se sobresaltan cuando observan las roturas no reparadas y, lo que es peor, las consecuencias físicas graves de un ser que merece estar resguardado? Son miles las personas que circundan cotidianamente la ex capital argentina presidida por Justo José de Urquiza.
Las baldosas deterioradas cuando no ausentes y con destino de pozos, suelen tener otro componente que es la desidia de ciertos frentistas y la falta de respeto hacia el agente municipal que aplica las ajustadas reglamentaciones de rigor. Los accidentes que suceden por instancia y obra de la irresponsabilidad ciudadana, deberían ser más rigurosas y ejemplarizadoras.
Convengamos que otra es la situación de la emblemática Avenida Alameda de la Federación, donde sus veredas han sucumbido por obra de las raíces de centenarios ejemplares y por ello mismo arrasan con la estabilidad de los peatones. ¿Tendrán solución?
Bastó apenas un episodio ocurrido en la mañana del martes, para esclarecer las pautas que resultan fundamentales para que estos graves acontecimientos no ocurran.
Así como se atiende el arreglo de nuestras calles como parte de la seguridad de los automovilistas, también es lógica la atención que se debe observar para la seguridad de los caminantes y así se sientan libres de acontecimientos desagradables.
Demos fe de la responsabilidad de las autoridades, pero además se requiere de la responsabilidad de los frentistas a la hora de respetar la seguridad pública. Ello le compete a toda la población. Esto significa nada más y nada menos que respetarnos nosotros mismos.
Las intimaciones devienen de las leyes y ordenanzas que deben ser acatadas y cumplidas sin retaceos. Pretender que alguien deba examinar minuciosamente por el eventual estado de las veredas, raya en lo ridículo. Lo que sí no tendría nada de ridículo es que se ajusten las clavijas a los perezosos a la hora de mantener al día las reglas del municipio.
Esta señora octogenaria con mucha vitalidad que ha vivido viajando por nuestro país y el extranjero, ahora se encuentra postrada debido a las serias lesiones que sufrió por su caída debido al mal estado de la vereda y esto le demandará un buen tiempo para su recuperación. Sería insólito que se deba vivir observando minuciosamente baldosa por baldosa y calle por calle al salir de su hogar. En este reciente caso, sus consecuencias podrían haber sido peores, pero el Señor de las Alturas la protegió de un saldo más grave.
(*) Especial para ANÁLISIS.