Un experimento exótico avanza, invencible y triunfal

El presidente Javier Milei y el empresario Elon Musk.

El presidente Javier Milei y el empresario Elon Musk.

Por Ernesto Tenembaum (*)

 

Antes que nada, hay una frase de Milton Friedman que es sublime en este contexto: “Una sociedad que pone la igualdad antes que la libertad tal vez no logre ninguno de los dos objetivos. Una sociedad que pone la libertad antes que la igualdad puede conseguir un alto grado de ambos”. Incluso John Stuart Mill señaló esto: “Una sociedad obsesionada por la igualdad, más tarde o más temprano se transforma en una sociedad de ladrones. Esa es la historia de la Argentina. Por lo tanto, la justicia social es injusta. No hay nada más injusto que la justicia social. Cuando vos adherís a la idea de justicia social, lo que implica una redistribución del ingreso, lo que estás haciendo es usando el aparato represivo del Estado para distribuir arbitrariamente de acuerdo a los deseos de quienes ocupan el poder”.

Ese párrafo va adquiriendo dimensiones cada vez más relevantes, para definir el radical cambio de época que afecta al mundo occidental. Su significación, tal vez histórica, está anclada en varios hechos que lo rodean. En principio, fue pronunciado por Javier Milei pocos meses antes de ser Presidente de la Argentina. Es decir, que en el país de Juan y Eva Perón, ese país donde el máximo líder supo conquistar “a la gran masa del pueblo combatiendo al capital”, en ese mismo país era elegido alguien que repudiaba la justicia social, que en su campaña había dicho que la justicia social era nada menos que “una inmundicia”, que la justicia social transforma a una sociedad en un grupo de ladrones.

Pero, además, una vez producido el triunfo de Milei, ese fragmento fue traducido y difundido en el mundo entero por Elon Musk, otro de los grandes personajes de estos tiempos, tal vez el más grande personaje de estos tiempos. El video de Milei y la justicia social fue mirado por 61 millones de personas y fue un paso claro para que el argentino se transformara en una referencia política internacional. El poder de Musk no solo se asienta en que se trata del hombre más rico del mundo, sino que ha sido una pieza clave en el triunfo de Donald Trump en los Estados Unidos, y ahora ocupará un cargo central en el gobierno del país más poderoso del mundo.

O sea que, más allá de muchas cuestiones que unen a Milei, Musk y Trump -esa reacción, por ejemplo, ante lo que denominan “la cultura woke”, ese desprejuicio, esa provocación- hay allí un hilo invisible más trascendente, más definitorio, más impresionante, más representativo de esta época que apenas está arrancando. Unos y otros creen que la justicia social es lo peor que puede ocurrirle a un país, y que los países progresarán a medida que los ricos más ricos entre los ricos del mundo sean liberados de cualquier control y atadura. Los ricos son los que más saben acerca de cómo reproducir la riqueza y por lo tanto, si el Estado los deja hacer eso que saben, todo el mundo vivirá mejor.

¿Será así? En todo caso, esa pregunta podrá ser respondida con el tiempo y hoy esa respuesta es secundaria ante la descripción de un cambio que es realmente revolucionario. O, como decía Carlos Menem en los años noventa, “de un giro copernicano de 360 grados”. Un mundo que será guiado por los hombres más ricos, los que tienen en sus arcas personales el producto bruto de varios países sumados.

Pavada de experimento.

Lo curioso, lo realmente curioso, es que esa dinámica se ha producido por vía democrática. Una de las cualidades del sistema democrático es que todos los votos valen uno más allá del poder económico de quienes los emiten. Eso ha permitido en algunos países emparejar un poco las cosas. Como los ricos siempre, por definición, son menos que los pobres, los gobernantes debieron pensar siempre en los pobres a la hora de tomar decisiones: de otro modo, nunca ganarían las elecciones porque las mayorías les votarían en contra. Por convicción o por conveniencia, eso hacían. Eso explica, por ejemplo, la permanencia histórica del peronismo. Más allá de las distintas peripecias, el peronismo volvía siempre al poder porque atendía las necesidades de los pobres mejor que sus adversarios y como los pobres eran muchos, ganaban.

Eso, en estos tiempos tan novedosos, parece no importar más. Y, más allá de cualquier minucia, detalle, variación entre un país y el otro, de eso se trata esta gran revolución. Los pobres han empezado a votar para que gobiernen los más ricos entre los ricos, los que dicen que la justicia social es una porquería. Habitantes de villas de la ciudad de Buenos Aires, coyas que pasean ganado en la puna argentina, latinos que emigraron como pudieron a los Estados Unidos, portorriqueños que son tratados como “bolsas de basura” en los actos de los candidatos triunfantes, todos ellos eligen a quienes les dicen, como honesta propuesta de campaña, que el paraíso les llegará cuando el Estado deje de ayudarlos y cuando los ricos paguen menos impuestos.

Hay infinitas evidencias de esta gigantesca transformación cultural. En un acto con millonarios para recaudar fondos, Donald Trump dijo, en medio de carcajadas: “Ustedes son ricos como nadie (Rich as hell)!! Bueno, cuando yo sea presidente van a ser mucho más ricos porque van a pagar menos impuestos!!”. Un mega millonario le decía eso a otros mega millonarios. Por supuesto, ese fragmento fue una pieza muy repetida de la campaña a favor de Kamala Harris. El aviso remataba con una mujer de clase media baja que explicaba que ella no era rica, que trabajaba todos los días de su vida por un salario escaso y que era la que realmente necesitaba una baja de impuestos. Sin embargo, gran parte de las personas como ella, votaron por Trump y no por Kamala.

Simpatizantes de Trump en la Universidad de Howard en Washington

Simpatizantes de Trump en la Universidad de Howard en Washington

En estos días, en Buenos Aires, se publicó “Antes que nada”, un libro de memorias escrito por Martín Caparrós, uno de los escritores, intelectuales y periodistas más destacados que tiene el país. Se trata de un texto hermoso y conmovedor. Como se sabe, Caparrós contó hace algunas semanas que padece esclerosis lateral amiotrófica (ELA), una enfermedad neurodegenerativa para la que no existe cura alguna y que, de acuerdo a todos los pronósticos, irá debilitando su cuerpo hasta matarlo. Ese drama fue transformado por él en un libro profundo, tierno, respetuoso, estremecedor, interesantísimo.

En un momento de su vida, al ateo Caparrós se le dio por escribir sobre las religiones. Caparrós cuenta las razones por las que estaba peleado con las religiones. “Me gustaría confiar en algo muy potente para pedirle protección cuando me asusto -dice- aunque después me cobre caro. Pero no lo consigo: mi educación atea, racional, cuadrada, me lo impide, no me deja pensar que todo eso son los cuentos que se inventaron los hombres para aguantar sin miedos. Y que después los poderes aprovecharon para someterlos. ‘Bienaventurados sean los pobres porque de ellos será el reino de los cielos’ ha sido el instrumento de dominación más eficiente que la humanidad ha inventado”.

Lo extraño, lo monumentalmente extraño de estos tiempos, es que la religión no ha jugado ningún rol. Por propia convicción, muchísimos pobres están eligiendo, libremente, en el cuarto oscuro, la doctrina hacia la salvación que le proponen los más ricos, o los que hablan en nombre de ellos. Alguien podrá decir que las gallinas le están dando el poder a los zorros. Pero sería una opinión elitista: si los pobres votan lo que votan, mejor escuchar. ¿O resulta que ahora los pueblos se equivocan?

Cuando ocurre algo tan relevante, tan transformador, es natural que corran ríos de tinta donde cada uno intenta explicar(se) por qué ocurre lo que ocurre. Es, naturalmente, una manera de procesar el sacudón, aun para quienes se sienten felices de que esto ocurra que, hay que decirlo, son la mayoría de algunas sociedades, porque este proyecto llegó, otra vez, por vía democrática. Que el progresismo prometió y no cumplió, que el progresismo era la rebeldía y se transformó en una élite soberbia y despectiva, que la derecha radical es magistral en el manejo de los algoritmos y las redes, que el enojo que reina en nuestras sociedades solo puede ser expresado por personajes que expresen ese enojo de manera descarnada, que finalmente se acabó la joda populista y así.

¿Será bueno este experimento? ¿Sobrevivirá la democracia? ¿Cuánto tiempo durará? ¿Transformará a los países en potencias o hundirá a cientos de millones en la miseria? En 2021, hace solo 3 años, parecía que el progresismo volvía a gobernar en el continente. En la Argentina había ganado el peronismo, en Bolivia había vuelto el Movimiento al Socialismo, en Brasil, Lula, en Colombia, Petro, en Chile, Boric. En una entrevista, le preguntaron al uruguayo José Pepe Mujica si los latinoamericanos otra vez regresaban a los brazos de la izquierda.

-No, no, no. No son de izquierda. Están enojados y votan contra lo que hay.

Ese enojo, luego, cambió de destinatario. La gente volvió a votar contra lo que había en la Argentina y los Estados Unidos. ¿Se hicieron de derecha o están enojados? Es una pregunta válida para el futuro.

Y si están enojados, ¿por qué?

En medio de la debacle demócrata, el octogenario senador Bernie Sanders culpó a su partido. “Si el Partido Demócrata le dio la espalda a los trabajadores, era esperable que los trabajadores le dieran la espalda al Partido Demócrata. Primero fueron los trabajadores blancos, y ahora los negros y los latinos”. Sanders sostiene que estamos en el momento de mayor creación de riqueza en la historia humana y, al mismo tiempo, en los países occidentales, estamos en presencia de la primera generación en décadas que vivirá peor que sus padres. Eso enoja a los padres que no ven el futuro de sus hijos, y mucho más a los hijos que no ven su propio futuro. Y alguien se está quedando con una gran diferencia, cuando hay más riqueza y menos gente la disfruta. Como el Partido Demócrata no ataca con decisión las raíces de esa desigualdad, como abandona así a los suyos, los suyos se van para otro lado: eso sostiene Sanders.

Si tiene razón, los tiempos que vienen pueden ser más tumultuosos. Es difícil pensar que los principales beneficiarios de la desigualdad, la corrijan. Entre otras razones porque ellos la defienden incluso en sus discursos. Entonces, puede ser que el enojo crezca. ¿Hacia dónde? Mejor ni pensarlo.

La pregunta más trascendente es qué saldrá de gobiernos que defienden estas ideas más radicales. Javier Milei, en estos días, está exultante por la estabilidad financiera, por la caída de la inflación, y por el respaldo que acaba de recibir tras el triunfo de Trump. Tiene derecho a estarlo. Pero los primeros resultados sociales de su experiencia son toda una advertencia. Al mismo tiempo, hay una fiesta financiera, ha crecido violentamente el número de pobres e indigentes -un millón más de niños no alcanzan a comer lo suficiente- y los balances de las grandes empresas multiplicaron varias veces sus ganancias. En el corto plazo, las ideas que reinan han beneficiado a los más poderosos. Si eso se revierte en el largo plazo, se verá. Pero se ve que, en estos modelos, algunas personas llegan al paraíso antes que otras.

Sea como fuere, esto recién empieza. El resultado de los experimentos surge luego de su puesta en práctica, no antes. Lo sorprendente, lo inédito, lo más potente es ver la dirección hacia la que, de repente, soplan los vientos.

Y lo fuerte que soplan, ¿no?

 

(*) Esta columna de Opinión de Ernesto Tenembaum fue publicada originalmente en el portal de Infobae.

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