El mordisco mundial de Suárez

Por Luis María Serroels
(Especial para ANALISIS DIGITAL)

A partir del mordisco premeditado aplicado por el uruguayo Luis Suárez en el hombro del italiano Giorgio Chellini, las reacciones surgieron desde todos los confines y dieron lugar a exageradas anatematizaciones pero también a inconcebibles defensas que buscan mostrar esta agresión como una picardía más y sin tener en cuenta que el reconocido crack charrúa es un abonado a estos impulsos que ya le valieron graves sanciones. Los antecedentes, en todos los actos de la vida, siempre se incorporan a los legajos en cualquier actividad y marcan indeleblemente para bien o para mal.

No han sido felices las expresiones tendientes a relacionar estos asuntos con la alta política y hasta el presidente oriental José Mujica no permaneció al margen de los exabruptos al vincular el caso con las relaciones internacionales. Calificar de acto criminal la sanción aplicada es impropio de un estadista que, seguramente, si los hechos hubiesen sucedido a la inversa colocando en condición de víctima a un connacional suyo, no demoraría en exigir casi la cremación pública del victimario.

El balompié uruguayo se ha caracterizado por un estilo basado en la pierna fuerte y el exceso de la fuerza física, aunque ello no desligitima que hayan salido de su inagotable cantera grandes exponentes del fútbol mundial. El balompié argentino se ha sabido nutrir de verdaderos arquetipos del más popular de los deportes y los hinchas de este lado del Río de la Plata permanentemente los consagran como ídolos, los elogian y los ovacionan al grito repetido y entusiasta de “uruguayo, uruguayo…”. ¿Cómo negar esta realidad?

El formidable “maracanazo” de 1950 jamás podrá borrarse de las estadísticas de la FIFA ni del corazón de los “yorugua”, donde un montón de atrevidos con la celeste puesta les arruinaron una fiesta que los brasileños daban por descontada. Gran duelo Gran. Tras 62 años de aquella hazaña, Luis Suárez, goleador de la Premier League inglesa jugando en el Liverpool y un ganador en las canchas y en la vida a partir de una infancia plagada de carencias, reemplazó aquel “maracanazo” con un gran “macanazo”, porque sabía muy bien lo que hacía y las graves consecuencias a las que se exponía.

Curiosamente, su mordiscón aleve no fue advertido por el árbitro, sus jueces de línea ni la tribuna. Tampoco por la televisión mundial sino a partir de que la víctima mostrara en su hombro al desnudo la marca probatoria. Allí se pudo haber determinado la expulsión, pero
no lo hizo en razón de reglas que exigen la comprobación in situ e inmediata. Aceptemos que el juez realmente no vio el hecho y lo que un referee no ve mal puede juzgar, salvo por indicación de sus ayudantes que en este caso no se produjo. No se puede ni debe sancionar por simple imaginación, intuición o facultades de adivinación. De allí que el tema quedó oculto entre los errores y horrores -inocentes o aviesos- que habitualmente se cometen en las justas deportivas.

La pena impuesta por el Tribunal Arbitral era imposible de evitar y cualquier apelación apenas podría pretender una atenuación por recurso de reconsideración. Pero creemos que la magnitud del castigo en relación con la dimensión del hecho, aparece cuasi draconiano, especialmente cuando hasta se le prohíbe jugar en su club y por un período determinado ingresar a los estadios del mundo. Desde luego, asistir como hincha uruguayo a los encuentros que pudiera disputar la celeste en lo que resta del certamen. Es decir que se lo ha situado en un peldaño más alto que los temibles y desafiantes barrabravas sometidos al derecho de admisión y que nadie parece haber visto salir de Argentina ni ingresar a Brasil.

Si definiéramos metafóricamente que la justicia fuese un amasijo y la equidad la levadura, supone que el reproche debería serlo ante todos los casos, particularmente cuando un tribunal se ocupa a través de videos de adoptar correctivos que un árbitro no tomó, en tanto no hace lo mismo con otros futbolistas que, quizás con mayor grado de violencia, agredieron adversarios sin reprimenda referil. La joya brasileña Neymar, frente a este procedimiento, también debería ser penalizado e inhabilitado, incluso hubo otros hechos punibles no ignorados. De todos modos varios errores no harían un acierto, porque nada borraría el error del uruguayo. Pero sólo así se actuaría con equidad, desalojando suspicacias imposibles de soslayar.

Este asunto ha liberado otras consideraciones que no deben pasarse por alto. Es un verdadero dislate que Luis Suárez sea recibido en su país como héroe nacional (si Artigas se levantara de la tumba…), cuando fue el protagonista exclusivo de haber dejado a su equipo diezmado y sus compañeros muy afectados anímicamente con las posibilidades comprometidas. Las solidaridades previsibles que la disciplina de grupo mantiene, no pueden disimular la bronca y la decepción que corre por dentro.

¿Por qué el fallo comentado adquiere tanta gravedad? Porque los jueces se han enredado en su propia telaraña al instalar un precedente riesgoso que los obligará a revisar tras cada partido las incidencias no advertidas por los árbitros. Y como contratara, renunciar a ello los rotularía feamente y todo quedaría bajo sospecha.

No se trata de colocarles un bozal canino a los mordedores antes de ingresar a la cancha, sino de entablar diálogos constructivos que incluyan a los cuerpos técnicos y dirigencia. Donde hay una cuestión patológica, siempre habrá un abordaje oportuno. Seguramente que Suárez, excesivamente sometido a burlas por cuanto sitio existe, debe ser quien más sufre este suceso. Hoy ya nadie valora el sacrificio que hizo haciéndose operar un mes ates del campeonato y efectuando un período de rehabilitación muy estricto y sacrificado. Con esto no estamos cohonestando su falta, pero debe recordarse que es el mismo jugador que hizo explotar su país con sus dos goles frente al león inglés, donde se inventó el football (fobal para el tablón).

La justicia que inspira los reglamentos de FIFA se cumplió pero ha quedado renga. Mientras la equidad brilló por su ausencia, la desconfianza irrumpe en el escenario.

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