Por Miguel Bonasso
A sus casi 90 años, Don Hernán se desplazaba en silla de ruedas, pero conservaba muy lozanas su sonrisa, su memoria y su inteligencia. Por un exceso de delicadeza, que nunca me perdonaré como periodista, yo no llevé ni cámaras, ni grabador, ni siquiera una libreta de anotaciones. La visión de su rostro ciceroniano, recostado sobre la silla, contra el muro del patio, quedará como un tesoro solitario en mi memoria, cada vez más intenso, a medida que yo mismo me interno en la vejez.
Me contó, de principio a fin, como había cumplido la orden de ese jefe político a quien respetaba pero no amaba:
__Quiero que ayude a mi pobre mujer a bien morir.
Fue un tiempo corto pero pautado por una extraordinaria metamorfósis, que llevó a Eva Duarte de Perón, de ser la mujer del Conductor y una lideresa combativa y carismática, a una categoría superior, inalcanzable en su humildad absoluta:
__Se había convertido en una cristiana primitiva.__Exclamó Don Hernán, en el patio atardecido, los ojos brillantes, elevado sobre su silla de ruedas, en la epifanía del recuerdo.