Eliezer Budasoff
Creo que fuiste vos, viejo miserable, con ese odio que emana de tu cara, ese hálito rancio que despide tu presencia silenciosa en el tapial de tu casa, donde te parás a veces en camiseta, las tardes húmedas, los sábados tropicales en los que el barrio tiene un poco de movimiento, para mirar a las personas y echar tu pestilencia sobre todo lo que se mueve por obra de un deseo, un apetito, un instinto. Creo que fuiste vos con tu cara gris y tu silencio gris y tu mirada de mamífero estéril que vive del instante en que tiene que sacar o meter el auto para poder exhibir delante de los vecinos el fruto exitoso de los últimos 20, 30 o 40 años de su vida. Quién sabe cuanto tiempo tarda un lacayo oscuro en ocuparse de matar un gato.
El viernes 4 de mayo un vecino mató a nuestro gato. Lo dejó tirado en la vereda para que lo encuentre temprano. Estaba duro, mojado, y al costado tenía un perdigón de hierro del tamaño de una naftalina y una tuerca maciza con las puntas redondeadas. El mal, dice un amigo, es como el padre de otro amigo: estúpido y ruin. El gato no tenía cinco meses, y apenas si llevaba dos viviendo en esta casa. Era el tercero que intentábamos traer en un año y medio, después de otros dos que desaparecieron sin que supiéramos como. Ahora es fácil concluir que la causa fue el mismo vecino, pero no es fácil tomar revancha. No tenemos mas pruebas que la hostilidad muda de sus gestos. Y si las tuviéramos, la agresión es el más gastado de los lenguajes: no te vamos a matar el perro, primate de la tierra de la nada, aunque ese bicho sería más feliz debajo de la tierra que atado eternamente al fondo de tu casa, donde aúlla toda la noche. No te vamos a matar al perro para no hacerte fácil la tarea de matón de mascotas, porque matar animales nos parece irreal, un hecho imposible entre nosotros los seres vivos; no te vamos a llenar el tanque de arsénico, no te vamos a liberar de todo lo que no podés desprenderte aunque quisieras. Porque tu idea del paraíso está hecha de soledad y de ladrillos y de olor a consultorio, y de gente que lo único que hace es callar, sacar el auto, limpiarlo, meterlo de nuevo, y rumiar contra el mundo detrás de la ventana y hablar de la inseguridad y de las necrológicas y de las deudas y de los accidentes de tránsito y de la desgracia ajena y de la promiscuidad y del auto de mierda de los otros y de las medicinas y de las decepciones que te traen los hijos y de las pocas luces que tienen los nietos y de lo mal que los crían sus madres y de la flaqueza de la juventud y de los jefes de los buenos viejos tiempos, y de los disciplinados que nunca nadie toma como ejemplo y de las veces que maúlla el gato de los vecinos y de lo mucho que se los ve felices a esos animales que andan por el mundo como si fueran uno más, sin temer a las personas. Hay mucha gente que desprecia los gatos, esencialmente porque no son sumisos; pero también porque son hábiles y descarados, porque no tienen dueños más que de a ratos, porque sólo van en busca de lo que quieren cuando lo quieren, porque aman echarse al sol durante la tarde y despertar con las primeras luces de la noche, porque gritan cuando copulan, porque los mueve la curiosidad y las cosas pequeñas, porque siempre van en busca de calor y de placer y de rincones ocultos, porque son fatalmente bellos y misteriosos, porque son tenaces cuando los guía el hambre y no tienen pudores para conquistar el cariño de otro animal por asalto.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)