Por Alejandrina Gómez (*)
Conocí a Raquel Negro estudiando para asistente social, aunque nos hicimos más amigas militando, en los años 70.
No exagero cuando digo que era una hermosa mujer, en todos los sentidos, muy alegre, con mucho empuje. Cuando comenzó a trabajar, una vez recibida, fue una de las que formó el equipo de Educación en Servicio Social en el Ministerio de Educación de Santa Fe. Por lo que yo he podido hablar con quienes fueron compañeras de ella dentro de ese equipo, ella marcó un camino: desde el principio planteaba dejar los escritorios y trabajar en las comunidades.
Dedicaba todo su tiempo en Santa Rosa de Lima, un barrio del oeste de Santa Fe, que siempre se inundaba aunque esté muy cerca del centro de la ciudad. La conocí ahí, militando como parte de la Agrupación Evita, un frente de base de Montoneros, mientras yo estaba en el frente sindical de la Juventud de Trabajadores Peronistas. Hicimos algunos trabajos conjuntos; hay que imaginarse que ese barrio era (y sigue siendo) de gente muy humilde, bien pobre, y cuenta con muchos empleados municipales entre sus habitantes. Tuve la suerte de hacer con ella esos trabajos de territorio donde, por ejemplo, Raquel alentó a la formación de la cooperativa de cirujas. Ir con ella al barrio me abrió las puertas, era mi carta de presentación y me facilitó muchos contactos.
Paralelamente, yo militaba con su esposo en ese entonces, Marcelino Álvarez, el papá de Sebastián, y además de ser compañeros de militancia éramos muy amigos. Fue testigo de mi casamiento, había una relación muy estrecha. Una de las cosas que yo recuerdo con mucho afecto era cómo ellos dos ansiaban tener un hijo. Se les iluminaba la cara cuando veían crecer a mi hija y ansiaban ser padres. Pero no sé por qué, por diversas causas, Raquel no quedaba embarazada, algo que les preocupaba porque los tiempos eran así para nosotros: era muy raro que los militantes nos cuidáramos en las relaciones, porque proyectábamos el futuro en nuestros hijos. Cuando decíamos “patria o muerte” no era broma, había que sembrar una semilla. Por eso fue muy lindo ver la alegría de ellos por el hijo que venía. Compartíamos lo que teníamos y lo que no teníamos, así que yo le pasé varios vestidos y cosas de mi hija. Ahora que ha pasado el tiempo, cuando paso por el frente de su casa, los invoco a ellos y a la fuerza que tuvieron en vida, porque no hay mujer ni madre que se banque lo que Raquel sufrió en Funes.
(*) Detenida-desaparecida durante seis años y amiga de Raquel Negro.