Una política atada a las referencias nacionales

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Los espacios que se van configurando en Entre Ríos

Antonio Tardelli

La institucionalidad que en forma creciente acentuó la dependencia con el poder central genera en las provincias un correlato en el modo de construir políticamente. Los espacios estrictamente locales se han ido diluyendo y en el seno de los partidos tradicionales se mira más hacia arriba que hacia los costados: se acumula más desde una referencia nacional que desde las particularidades territoriales. A nivel de imágenes, de fotografías de la realidad, en Entre Ríos eso quedó evidenciado por estos días con la presencia de la Presidenta de la República y con la llegada de referentes nacionales del radicalismo que virtualmente dieron la señal de largada para que Atilio Benedetti blanquee sus aspiraciones de cara al año 2011.

A veces desconectados de las urgencias populares, pero siempre atentos a su imagen pública y a todo lo que la pueda dañar, los dirigentes políticos han aprendido a mostrarse responsables cada vez que se lanzan al siempre complejo territorio de la lucha interna. En el caso de los oficialistas, de los dirigentes que militan en el partido de gobierno, se recalca que de ningún modo las pujas intestinas afectarán la marcha de la gestión. Dicho de otro modo: lo oficial no se mezclará con lo partidario. El enunciado suena correcto pero no convence. El ex gobernador Jorge Busti, que además de ex gobernador es el presidente de la Cámara de Diputados, acusó un resfrío para no asistir al acto que Cristina Kirchner encabezó el martes en Paraná. Es pueril. El faltazo de Busti marca a las claras el rebote de lo partidario en lo institucional. El hecho es menor pero adquiere importancia en virtud de que se deja ver. ¿Qué no ocurrirá, en materia de interferencias, cuando las cosas no saltan a la vista? ¿Qué no ocurrirá entre bambalinas?

Esta semana, en declaraciones a la prensa, Busti avanzó un paso más en su interpretación de lo acaecido en las pasadas elecciones. Además de revelar que su último contacto con el gobernador Sergio Urribarri data de la semana posterior a los comicios, brindó detalles de la tregua que los diferentes sectores del peronismo sellaron durante la campaña. El arreglo entre ambos referentes no sólo incluía la decisión de archivar la denominación Frente Para la Victoria, asociada al kirchnerismo, sino también un especial cuidado en el tenor de las declaraciones públicas. Los kirchneristas entrerrianos debían bajarle el tono a sus apreciaciones referidas a dirigentes como Carlos Reutemann o Eduardo Duhalde, distantes de la Presidenta y su marido. Según Busti, el urribarrismo rompió el pacto a través de decenas de comunicados redactados y difundidos desde la Casa Gris.

Es una audacia pronosticar qué será de la política argentina de acá a dos años. Pero también es difícil imaginar cómo los asuntos entrerrianos, particularmente los del justicialismo gobernante, se podrán desenganchar de los enfrentamientos nacionales. Aún cuando se advierte una tendencia a favor del fortalecimiento de las estructuras partidarias, los partidos políticos están lejos de ser aquellos sólidos espacios en los que mediante el voto de los afiliados se saldaban definitivamente las diferencias. El panorama es claro: Urribarri es kirchnerismo y Busti es antikirchnerismo (o no kirchnerismo). De no operar una improbable síntesis, será un juego de suma cero: la victoria de una vertiente acarreará necesariamente el revés de la otra. Es temprano para saber si el peronismo de Entre Ríos puede zafar de esa antinomia tan marcada y potencialmente tan destructiva para sus intereses.

Es un asunto capital porque, pese a sus semejanzas en materia de comportamiento electoral, Entre Ríos no es idéntica a la provincia de Buenos Aires. Las equivalencias entre el PJ y la UCR son aquí mucho más notorias. En Buenos Aires un peronismo puede ser derrotado por otro peronismo; de hecho fue lo que ocurrió en las elecciones de medio término. La caída oficial no supuso la victoria de una fuerza no justicialista. En Entre Ríos, donde el bipartidismo no fue herido de muerte, ese escenario es imposible tanto como que el peronismo pudo ser vencido sin que mediara una fractura tan determinante. Fugas de menor incidencia, como las de Héctor Maya y Augusto Alasino, fueron suficientes para terminar de configurarle al gobierno un cuadro de traspié.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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