Claudio Cañete
En las fotos que se pueden observar de Selva Almada, en más de una vez se la observa acompañada de un gato. Se sabe, los felinos han distinguido y complementado la figura de otros escritores como Juan L. Ortiz y Osvaldo Soriano, por citar tan solo dos ejemplos. Pero en mujeres hay que buscar mucho. Lo cierto es que en el caso de Selva, la presencia de un tierno y ronroneante felino también causa el mismo efecto: aparece dotada de un aura que refleja a la vez un simpático misterio y la plenitud de espíritu de quien hace lo que le gusta. Oriunda de Villa Elisa (nació en 1973), quedó atrás su desembarco en Paraná a los 17 años cuando estudió Comunicación Social. Tiempos en que deslumbró a propios y extraños con sus primeros relatos en La Madriguera del Conejo Blanco (1993-1994). Y que después confirmó su proyección y búsqueda literaria dirigiendo un proyecto como la revista CAelum Blue (1997-1998). Su presente es acción pura: participando de encuentros de lectura, en recientes publicaciones de antologías, y con el alma inquieta buscando siempre nuevos autores de quien aprender el arte de la narración, y también compartiendo sus conocimientos en este oficio a través de la posibilidad que brinda un taller.
En 2003 editó Mal de muñecas (Editorial Carne Argentina), en 2005 Niños (Editorial de la Universidad de La Plata) y en 2007 Una chica de provincia (Editorial Gárgola). Relatos suyos integran las antologías Una terraza propia (Editorial Norma) y Narradores del siglo XXI (Programa Opción Libros del GCBA), ambas editadas en 2006; De puntín (Editorial Mondadori, 2008) y Timbre 2 Velada Gallarda (Editorial Pulpa, 2010). También participa de la antología Poetas Argentinas 1961-1980, editada por Ediciones Del Dock en 2007. Forma parte del colectivo que organiza el ciclo de lectura Carne Argentina. Selva tiene un blog realmente atractivo y con mucha información de su actividad en: www.unachicadeprovincia.blogspot.com
-¿Cómo se dio la oportunidad de dictar este taller, primero en ETER y luego en la Casa de la Cultura?
-Hace bastante que tenía ganas de armar un taller de escritura en Paraná. Y este año fue posible gracias a Claudia Rosa, que fue profesora mía y con quien seguimos teniendo una relación a través de los años. Ella es directora de la sede Paraná de la escuela (ETER) y me propuso coordinar un taller allí durante el primer cuatrimestre. Así que lo armamos en la doble modalidad presencial y virtual porque por el resto de mis actividades sólo puedo viajar una vez al mes. Y resultó muy bien; al punto que, una vez terminado el curso en ETER, un grupo de talleristas me propuso seguir trabajando el resto de año. Así fue que nos instalamos en la Casa de la Cultura.
-En cuanto a los asistentes que se inscribieron, ¿con qué materia prima te encontraste?
-Me encontré con un grupo bastante heterogéneo en cuanto a profesiones y actividades de cada uno y la verdad es que esa diversidad me entusiasma muchísimo. Que gente de distintas edades, entre los 14 y los 50 y pico, tenga ganas de dedicarse a la escritura y de hacerlo con un grado de compromiso muy fuerte, y que además se lleven bien, se diviertan, y se tomen en serio su trabajo y el de los compañeros, es una alegría enorme para mí. Algunos ya tenían experiencia, habían hecho un taller antes o escribían solos, y otros recién empezaron a escribir cuando arrancamos. Pero es un grupo muy parejo y, lo más importante, todos tienen ganas de aprender, de corregir, de mejorar sus escrituras.
-¿Qué ofrece el espacio de tu taller? ¿Cuál fue el punto de partida con el grupo de gente que se acercó?
-El taller se llama Leer y escribir y se trata básicamente de eso. Creo que no se puede ser un buen escritor si uno no se interesa por la lectura, por eso siempre hago hincapié en las dos cosas. Tenemos una parte en la que se lee y se comentan textos de autores que a mí me gustan y de los que aprendí y sigo aprendiendo: desde cuentos hasta entrevistas, artículos, pequeños ensayos sobre la escritura. Y otra parte que es la de la escritura en sí. Trabajamos con consignas disparadoras; por lo menos en una primera etapa las consignas me parecen interesantes porque ayudan a descontracturar, a perder el miedo: uno ya va con algo por donde empezar y no se tiene que topar de buenas a primeras con las página en blanco o, mejor dicho, con la cabeza en blanco. Los últimos meses de trabajo con este grupo los vamos a dedicar a la corrección y la reescritura de lo que han venido produciendo en estos meses.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)