Antonio Tardelli
A un mes de los comicios, se conoce que una organización denominada Agrupación Asamblea Radical da su apoyo electoral a las expresiones kirchneristas que encarnan el gobernador Sergio Urribarri, que va por su reelección, y la senadora nacional Blanca Osuna, candidata a intendenta de Paraná por el Frente Justicialista para la Victoria. Esta variante de Radicalismo K, que en realidad no es K, porque sigue apoyando al candidato presidencial de la Unión para el Desarrollo Social (Udeso), Ricardo Alfonsín, o sea que es un Radicalismo U (por Urribarri), o un Radicalismo O (por Osuna), cuenta entre sus miembros a dirigentes de diferentes envergaduras e historias. Allí están el profesor Felipe Ascúa, presidente del Consejo de Educación durante respectivos gobiernos de Sergio Montiel y Jorge Busti; el ex concejal Carlos Duhalde y el presidente de la Juventud Radical, Darío Báez. Estos dos últimos casos son particularmente curiosos. Tanto Duhalde como Báez ostentan una representación institucional en el ámbito partidario y ni las inconstancias de Báez, que a horas de la muerte del ex Presidente Néstor Kirchner firmó públicamente el certificado de defunción del espacio político al que hoy tributa, permiten subestimar una actitud tan llamativa.
Es difícil ver en estos pases, en el contexto de una política mercantilizada, alguna forma de síntesis de “lo nacional”, explicación que por ejemplo dio cuenta de la incorporación de militantes radicales al naciente peronismo, o ejemplos históricos posteriores. Se dificulta y no sólo porque los trayectos previos de los protagonistas no lo hacían prever. Se desconoce cómo han sido los fulgurantes procesos que concluyeron en esta decisión por parte de radicales que hace poco estamparon sus nombres en boletas que compitieron hacia adentro, en elecciones internas, el procedimiento más adecuado con que cuentan las fuerzas políticas para saldar sus entuertos. No importa qué tan representativos son los dirigentes que dejan las filas de la UCR en esta instancia. No interesa si –en términos de jerga peronista– se llevan algo más que el cepillo de cientes. Importa el contexto.
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