D.E.
Montiel casi no transitaba la capital entrerriana. Iba seguido a Nogoyá, la ciudad de su mujer y su cuñado fallecido hace no mucho tiempo y allí se mostraba sin problemas. Toda la provincia sintió la ferocidad de la crisis del 2001-2003, pero era en Paraná donde más le hacían sentir esa bronca al gobernante, después de zafar de un juicio político, donde puso en marcha los mismos mecanismos de corrupción que alguna vez intentó combatir, para comprar a diputados aliados de la oposición y garantizar los votos necesarios para su continuidad en el poder, que era una de sus obsesiones y no estaba dispuesto a resignarlo. “Yo ejerzo el poder y no soy (Fernando) De la Rúa”, repetía.
Los homenajes públicos se lo hacían en pequeñas localidades del interior de la provincia, pero no en Paraná, donde Montiel hubiese querido transitar sin problemas sus últimos días. Pero tuvo que acostumbrarse al auto con vidrios polarizados y a la inexistente vida social de la que muchas veces disfrutaba, luciendo erguido su figura de caudillo radical, mezclado de soberbia, altanería y poder.
Se fue días después de su cumpleaños número 84 y de las elecciones generales, donde la UCR volvió a perder por amplio margen. Murió en el Hospital Militar, a escasos días de la sentencia que condenó a los represores que buscaron desarrollar una maternidad clandestina en el nosocomio castrense en tiempos de la última dictadura.
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