Camila Fernández
Larramendi es una avenida que sube y baja dejando aparecer en la cima del camino el inmenso río. Es el fin de la ciudad, el olvido. Es la Bajada Grande de Paraná, un barrio que mezcla de forma piadosa flora con pobreza, como si esos dos elementos estuviesen allí abundantes y dispuestos: calles de tierra seca, chozas y casas precarias de cuyos frentes y fondos nacen cientos de enredaderas, flores y sauces en todas sus variantes. Aunque también hay hermosas casas con balcones y salida al río.
En el patio de tierra una mujer descansa sus pies hinchados sobre un banco de madera, un niño descalzo le pone una toalla húmeda en la cabeza. Son las cuatro de la tarde y el sol de diciembre azota con 39 grados de temperatura. El paisaje selvático condensa el calor. Tanto como la chapa con la que están construidos los más de ocho silos de granos de la imponente Aceitera del Litoral, instalada en el barrio con nuevos dueños desde el 2009, pero que se encuentra allí hace décadas.
Todo comenzó cuando los paranaenses que viven en la zona elevaron una nota a la Municipalidad, ingresada el 24 de noviembre (expediente número 36.544), solicitando que la fábrica que se encuentra a metros de sus casas mejore sus instalaciones de modo de “respetar el derecho del vecindario a vivir en un medio ambiente sano”. Acusan a la aceitera de ruidos molestos, mal olor, de arrojar sus efluentes a la laguna y el agua residual a la calle, inundando la calzada en varias ocasiones.
A raíz de la denuncia el área de Control Comercial municipal les informó a los vecinos que se labró un acta que será evaluada en el Juzgado de Faltas número 1, a cargo de Amado Siede. Lo más interesante es que esta punta de ovillo está desenredando y sacando a la luz infracciones gravísimas de la empresa y la falta de control ambiental que hay en la provincia de Entre Ríos.
(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)