Daniel Enz
Hay un retroceso preocupante -en función de la presión e intromisión política en los medios de comunicación, apropiándose de espacios de la mano de empresarios con dinero dudoso-, donde algunos periodistas con determinado poder de decisión se transformaron en comisarios de prensa. Son los que están para seguir de cerca a los periodistas díscolos y avisarle de inmediato al poderoso para que tomen represalias con ellos lo antes posible, sin medir historias comunes que quizás existieron o, por lo general, que ese rol puede cambiar en un tiempo y la vida los puede encontrar de nuevo en el llano, sin jinetas ni cargos. Son los que consideran “una conspiración” cualquier comentario o noticia crítica, aunque no pocos de ellos se criaron bajo el lema que alguna vez marcó Gabriel García Márquez a quienes optamos por este oficio: ser el moscardón del poder; denunciar el abuso de poder; rebelarse ante la presión de ese poder.
Y en ese esquema, para ese periodista subordinado es más fácil tumbar una noticia, mirar para otro lado, no mencionarla ni asignarle importancia, que pelear por su publicación. De eso se trata la lucha por la libertad de expresión. Es una cuestión de lidiar por espacios; convencer al poderoso –ya sea funcionario o editor-, con la contundencia de la información y la documentación que avala eso que se dice o escribe.
Funcionarios, editores y periodistas que no cumplen con el rol que tienen asignado en esta sociedad deberían saber que todo gira en este mundo. El que hoy está en la cima -ya sea en un ámbito estatal o privado-, mañana puede estar en escalones inferiores y esa factura se la van a pasar. Tarde o temprano. Todos nos conocemos en el ámbito periodístico. Cada uno sabe cómo vive, cómo piensa, qué hizo y qué no hizo. En estas más de dos décadas de periodismo, pasaron muchos periodistas y funcionarios ligados a la prensa. Hay quienes pueden seguir caminando orgullosos por la vida, pero existen también otros que perdieron credibilidad y nunca fueron lo que alguna vez creyeron ser en el ámbito periodístico. Precisamente por eso: porque son demasiados los que no olvidaron lo que hicieron, lo que ordenaron, lo que manipularon, lo que presionaron, lo que decidieron como sanción administrativa o empresarial, en función de ese lugar de poder que ostentaban y que aplicaban directamente o a través de conversos de turno, con jinetas prestadas.
Ni hablar de ese mercenario que en función de los dineros públicos se transformó en nuevo rico o en nuevo personaje de esta historia de las últimas décadas. Seguramente podrá disfrutar de ese dinero mal habido que lo llevó a pasear por el mundo, pero nunca tendrá el reconocimiento de nadie en esta sociedad, más allá de los adulones de su alrededor, hasta que pierda esa porción de poder de la que aún goza, pero que en algún momento se acaba.
Lo más fácil es no hacer nada en el periodismo lugareño y esperar que sigan cayendo los días del almanaque. Pensar todo el tiempo en eso de “algún día se lo voy a cobrar”. Está claro que nos encontramos en una etapa difícil, donde muchos intentan sobrevivir con la mayor dignidad posible y la cabeza erguida. Donde hay quienes duplicaron o triplicaron sus ingresos, en función de sus contactos y simpatías gubernamentales, a cambio de mirar para otro lado, hacer la plancha en lo periodístico y quedar bien con el gobierno de turno. Obviamente, siempre a cambio de una jugosa pauta oficial, sea de quien fuera ese ámbito, al que muchos toman como un especie de reducto eclesiástico, para bendecir a los que adhieren y dejar fuera de la misa a los que no están dispuestos a saborear todo el tiempo de esas mieles.
El periodismo no es así, por más simpatía o pasión que se tenga por tal o cual gobierno o gobernante. El periodismo es crítico por naturaleza y quienes pretenden hablar de libertad de expresión deberían entenderlo de esa manera.
Salvo los mercenarios de siempre -que se vendieron al poder cuantas veces fue necesario, cambiaron su vida y se transformaron en nuevos millonarios o en políticos, sin que la AFIP ni los organismos de control se metiera con ellos, por ese temor vergonzoso al dominio que intentan exhibir, que no tienen, pero del que hacen uso y abuso-, en Entre Ríos existe periodismo de buena leche.
La gran mayoría de los periodistas, lo que dice, lo hace por convicción; porque lo investigó y se animó a publicarlo en el medio donde trabaja o en algún espacio alternativo. Es verdad que existen las excepciones, claro, pero no es la regla de siempre. Sigue habiendo demasiado adulón, esperando todo el día el teléfono del funcionario para que le diga hacia dónde tiene que direccionar su información o su comentario, como ese perro que espera ansioso la caricia en la cabeza de parte del amo, pero también hay otros dispuestos a seguir peleando por verdad y justicia. A estos habrá que seguir apostando, porque allí está el verdadero periodismo, el que perdurará y escribirá la historia.
(Más información en la presente edición de la revista ANALISIS de la Actualidad)