“A mí me cagaron la vida para siempre”

Edición: 
975
Habla una de las víctimas de abuso del cura Justo José Ilarraz

Daniel Enz

Tiene un nombre, un apellido, una historia. Hace ya un tiempo que no vive en el país, como tantos otros. Cuando partió al exterior con buena parte de su familia paranaense, no sólo lo hizo para encontrar un futuro en medio de la crisis sino también para alejar esos fantasmas que lo persiguen desde que era apenas un niño, trepando hacia la adolescencia. Soñaba con ser sacerdote desde muy pequeño. Pero en el camino se le cruzó un corruptor de menores, como el ex prefecto del Seminario de Paraná, Justo José Ilarraz, y le tronchó la vida. El cura sabía en detalle de las debilidades, carencias, angustias y hasta cada uno de los problemas familiares de esos chicos que tenía a cargo en el establecimiento, en tiempos en que monseñor Estanislao Esteban Karlic era arzobispo de la capital entrerriana y ya tenía fuerte injerencia en el Episcopado Argentino.

El joven que dialogó en extenso con ANÁLISIS no oculta su nombre, pero es una decisión editorial preservarlo. Está decidido a transitar los miles de kilómetros que lo distancian de Paraná para venir a declarar ante el fiscal de Cámara, Rafael Cotorruelo, y contar en detalle lo que se anticipa en este reportaje. Nunca había hablado del tema con su familia (la excepción fue uno de sus hermanos, aunque se acordó guardar silencio), pero la publicación de esta revista, en la anterior edición, hizo de disparador. Acudió a su madre, le dijo que él era uno de los abusados y se abrazaron en medio del llanto. Algo similar ocurrió con varias de las víctimas a partir de la publicación. Nunca habían podido hablar con sus familias, pese al tránsito del tiempo. Ese dolor, esa angustia, ese trauma de años, por la inacción de la Iglesia, por la falta de respuestas -más allá de las explicaciones que quieran dar ahora desde el Arzobispado, casi dos décadas después- les hizo una coraza en el alma y en el corazón. Pero ahora están dispuestos a hablar. Para que se haga justicia de una buena vez y el responsable de tanto daño termine en una cárcel.

-¿Cuándo ingresaste al Seminario Menor de Paraná?
-Entré como alumno interno en el año 1992, tras realizar previamente varios retiros y charlas donde se evaluaban realmente si había vocación sacerdotal. Fui recomendado y asesorado por Mario Taborda, párroco de la Iglesia de Luján ubicada en el Barrio Rocamora por ese entonces.

--¿Y apenas ingresado lo conociste a Justo Ilarraz?

--Lo conocí a Ilarraz durante la permanencia en esos retiros. Era un tipo muy amigable, acogedor, muy de piel. A los 13 años ingresé a primer año del internado para cursar la secundaria, con la ambición de ser sacerdote.

--¿Cuánto de complejo fue salirte de tu familia para ingresar a un internado?

--El hecho de estar solo, alejados de todos fue muy difícil, y durante los primeros meses no nos dejaban salir para a estar con la familia, solo se nos permitía las visitas los días domingos. Y cuando llegaba a mi casa solo escuchaba el desahogo de mis hermanos y de todas las cosas que sucedían en casa, por los problemas familiares que existían. Todo aquello me destrozaba, sentía que los había dejado solos, tenía ganas de salir, de volver a casa, pero a la vez sentía que defraudaría a mi vieja que estaba muy metida en la iglesia, y estaba orgullosa de un hijo que estaba estudiando para ser cura. Por momento creía que llegaba a ser fanática y si me salía era como derribarle ese castillo. Entonces, me la tenía que bancar solo. Con cada visita de aquellos domingos, tenía que disimular mi tristeza.

---¿Y qué pasaba con ese dolor que tenías cuando regresabas al Seminario Menor?

--Era muy difícil, porque necesitaba desahogarme, hablar de esto con alguien. Fue ahí cuando el cura Ilarraz empezó a tomar un papel preponderante en mi vida. A poco de iniciado el proceso escolar y religioso él empezó por llamarnos de a uno, para hablar, conocernos y orientarnos en lo que necesitáramos. Estábamos muy solos, lejos de la familia, y el desarraigo al principio fue muy duro, y ese apoyo era reconfortante. Yo tenía la necesidad de hablar, de que me escucharan, de ayuda, no aguantaba más la situación.

(Más información en la edición gráfica 975 de la revista ANALISIS correspondiente al 27 de septiembre de 2012, en un informe de seis páginas)

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