Álvaro Moreyra
Tras esta breve introducción, paso a narrar una experiencia vivida no hace mucho tiempo. Lugar: cancha de Sportivo Urquiza. Día: un domingo de estos. Situación penosa, lamentable y hasta vergonzante para los demás presentes.
“¡Árbitro no viste esa…!”. “¡Cobrá igual para los dos lados, forro!”. “¡A vos te pagan para dirigir hijo de p…!”. “¡Dale, corre!”. “¡Pegale si te pegó primero!”. “¡Andá pa´delante querido, estás haciendo cualquier cosa!”. “¡Para el otro lado es el arco rival!”. Esas fueron algunas de las frases que se oyeron ese día en el reducto de barrio La Floresta en la capital entrerriana. Una vergüenza.
En lo particular, hacía mucho tiempo que no pisaba una cancha que congregue actividad de la Liga Paranaense de Fútbol para las categorías formativas. En este sentido, sucintamente hay que decir que el domingo por la mañana se condensan muchos partidos de Cebollitas e Infantiles en una sola cancha. Entonces es un ir y venir sin cesar de gurises, camisetas de todos los colores (botines también) de aquellos que sueñan con ser Messi, Neymar, Ronaldo, por qué no algunos de los de acá como Tévez o Barovero.
Es cierto que la mayor parte de esos chicos no llegará al profesionalismo, que solamente un puñado de ellos formará parte de ligas semiprofesionales y que quizás uno, entre miles, llegue a triunfar en el fútbol o a vestir la casaca de la selección.
Sabido es que la ruta para vivir bien del fútbol demanda superar un sinfín de obstáculos que son propios de ese camino. A partir de esto es que son muchos más los que se quedan en esa batalla que los que llegan, una situación que es normal para cualquier disciplina deportiva y que claramente no es exclusiva del fútbol.
El hecho que ocurrió en cancha de Sportivo Urquiza, lamentablemente, sucede en todos los escenarios en donde hay fútbol de pequeños; se repite a menudo y en gran parte del mundo.
(Más información en la edición gráfica número 1040 de ANALISIS del 2 de junio de 2016)