A Victoria le gusta andar por los límites y le atrae la locura. Y a todo eso lo dice mirándote a los ojos y entonando en calma cada palabra. Tiene el porte de una bailarina clásica y la actitud explosiva pero sutil de una niña. Victoria Roldán viene de hacer Arévalos en el Teatro 3 de Febrero, una obra de teatro y danza que habla de un pueblo olvidado y de sus habitantes enloquecidos. Viene de hacer de Ema, una joven que se escapa de su padre para inmiscuirse en un mundo extraño y en el que le hacen pagar un precio muy alto como foránea.
Ema es un personaje imponente, sobre el que se proyectan las luces y las sombras de todos los espectadores que lo tienen a centímetros de distancia, porque Arévalos trabaja sobre un escenario que termina donde empieza el pie de la primera fila. Estar tan cerca de la acción es difícil, sin embargo abre infinitas posibilidades de sentido que Victoria se encarga de resaltar en toda la conversación: “Se tira una bola y la cierra el espectador. Vos estás haciendo algo que es medio mecánico y el que cierra el sentido es el espectador. Para nosotros es todo un tema tener la mirada de la gente tan cerca.
En Arévalos trabajamos en 360 grados, en varios frentes y suceden cosas en simultáneo, también. Hay personas que sienten que tienen que ver la obra varias veces, porque siempre se pierden de algo. Jorge Dubati habla de la elaboración del duelo como espectador de una obra y cuando estuvimos en su escuelita alguien trajo a colación ese punto en relación a esto que pasa en Arévalos. En una obra que trabaja sobre varios frentes, vas eligiendo qué ver, es imposible hacer una panorámica y hay cosas que inevitablemente quedan afuera”, relata.
Victoria cuenta que en una de las escenas, que es como un clímax, un momento durísimo de transformación y trance de la protagonista, aunque ella se divierta haciéndolo, se produce una espera honda, una especie de tensión que ella percibe como actriz: “Yo tengo unas marcaciones, unos lugares marcados, me divierto haciéndolo. Es divertido porque hay alguien que está cerrando un relato y vos estás dando material para que cierre ese relato. Es muy divertido transitarlo, tengo unas marcas muy específicas, unos movimientos específicos, pero esa parte está improvisada en el sentido que no tengo una coreografía marcada y nunca es la misma. La obra juega con esto de la transformación, del monstruito que tenemos. De mostrar un poco los dientes”.
Victoria hizo Arévalos pero también Un Gallo Rojo y Tecumbié con la misma propuesta de teatro de movimiento con el grupo santafesino Res. Son puestas escénicas donde predomina la danza, la música, la comunicación de los cuerpos por sobre el texto. Y esa es la búsqueda que ella viene haciendo como bailarina que incursionó de curiosa “o de inconsciente”, como ella misma asegura, en el teatro.
(Más información en la edición gráfica número 1044 de ANALISIS del jueves 11 de agosto de 2016)
