Historias del poder urribarrista

Edición: 
1056
Anticipo de El Clan, el nuevo libro de Daniel Enz

Daniel Enz

Esa mañana de mayo Jorge Busti le dijo a su chofer que preparara el auto oficial de la Gobernación para retornar a Concordia y estar en su casa el fin de semana, como casi siempre sucedía. Era principios del ’90 y Carlos Menem cumplía los primeros meses de mandato inicial. El Chino Busti -como lo conocía buena parte del arco político de la década del ’70 y en especial aquellos con militancia universitaria en Córdoba- estaba definiendo las precandidaturas de las internas del PJ previstas para el mes de diciembre y llevaba no pocos papeles con innumerables tachones y cruces, en un mapa provincial.

--¿Voy directo a Concordia? -le preguntó su fiel chofer, Héctor Ducasse, con quien tenía una relación de varios años y era alguien de suma confianza.
Busti ni respondió. Solamente hizo el movimiento afirmativo con la cabeza, sin dejar de levantar la vista de los papeles.

El Negro Ducasse esperó algunos minutos, se acomodó los anteojos y volvió a interrumpir.

--Jorge, te estás olvidando de algo. Por eso pregunto.
--¿Olvidando de qué?
--De que estábamos invitados a cenar en la casa de este muchacho de General Campos, que está al frente de la comuna.
--Uhh, es verdad. Paremos en algún lado y avisale que pasamos por allí, pero no a cenar, porque no quiero llegar tarde a mi casa.

Ducasse detuvo el auto en proximidades de Villaguay, tomó el inmenso teléfono celular de Movicom que se había instalado en el vehículo semanas antes y acordó el encuentro. Busti había bajado al baño y cuando regresó se encontró con la novedad.
--Jorge, dice Urribarri que ya empieza a preparar unos pollitos a la parrilla que tenía previsto. Que comen temprano. Que a las 19 ya está lista la cena, pero que lo dejes agasajarte, porque dice te vas a “rechupar los dedos”. Quiere sumar puntos el muchacho…

Busti puteó unos segundos, pero se dio cuenta que no le quedaba otra. “Cristina me va a matar”, alcanzó a decir, en referencia su esposa.

Llegaron cerca de las 18.45 a la humilde casa del Instituto de la Vivienda, en el barrio social encarado por el IAPV en la pequeña localidad de General Campos. Urribarri lo esperaba en la puerta con su mujer Ana Lía Aguilera y los cuatro chicos: Sergio Damián, Mauro, Bruno y Franquito, que aún no había cumplido un año de vida. Los dos primeros lo miraron sorprendido a Busti, que apenas tenía 40 años, pero no dijeron nada. “Salúdenlo al gobernador de Entre Ríos; no sean desatentos”, les dijo la mujer de Urribarri a los pequeños, pero estos siguieron en la misma y jugaron un rato más a la pelota en la puerta de la casita. El último en llegar fue un gurrumín, descalzo y con ropa casi destruída.

--¿Y él quién es? -preguntó Busti.
--Es el mi hermanito más chico, doctor. Es el Juampi -contestó Ana Lía.
Juan Pablo Aguilera apenas tenía 12 años, pero ya tenía la imagen del pibe pícaro, con cara de poco estudio y demasiado callejero. Busti le acarició la cabeza de pelo chuzo y despeinado, y continuó por la casa.
--Venga a ver gobernador los pollitos que le estoy haciendo -dijo Sergio Daniel Urribarri y lo llevó hasta el patio.

Busti se sorprendió cuando observó la parrillita puesta sobre la tierra en un rincón del patio, con unos pocos ladrillos. “Ahh, ya prácticamente están listos”, comentó rápidamente.
--Sí, tal como le dije. La cocina es mi fuerte y más aún la parrilla.
Busti no estuvo más de 50 minutos con la familia Urribarri. Saludó a cada uno y le pidió al anfitrión que lo acompañara hasta el auto. “He decidido que vas a ser el precandidato a diputado provincial por el departamento Concordia, así que empezá a prepararte. No se pueden cometer errores”, le dijo el gobernador.

“Me emociona doctor. No me esperaba semejante halago”, le dijo, mientras se secaba algunas lágrimas y le hacía un gesto de complicidad a su mujer, que lo observaba atentamente desde la puerta de chapa de la casa. Urribarri le dio un fuerte abrazo a Busti y lo despidió con un “hasta los próximos días”. Al poco tiempo pasó Ducasse por la casa y le dejó un paquete. “Esto para el Juampi”, dijo el chofer. Eran un par de remeras y pantalones de jean que la noche anterior Busti le había hurtado a uno de sus hijos en Concordia.

Sergio Urribarri había nacido a escasos kilómetros de General Campos; precisamente en Arroyo Barú, un poblado de no más de 500 habitantes, el 7 de octubre de 1958. Hijo de Miriam Teresita Luchessi, una maestra de escuela rural y de Jorge Enrique Urribarri, jefe de una pequeña estación ferroviaria, estuvo hasta los 18 años en esa pequeña comunidad, hasta que su padre fue trasladado a General Campos, a no más de 60 kilómetros de Concordia y muy próximo a la ciudad de San Salvador.

Sergio Daniel es el segundo de tres hermanos. El primero, Guillermo, es médico. Armando, que era veterinario, falleció en el 2016 tras combatir largamente contra el cáncer. Junto con sus humildes padres, los tres vivieron de chicos en la estación de trenes de General Campos; mucho tiempo después se trasladaron a una casa ubicada más “en el centro” del poblado. Don Jorge Enrique había sido candidato a presidente comunal por el peronismo, pero no le fue muy bien en las elecciones. No obstante, Sergio Daniel no abrazó de entrada su amor por el general Juan Perón, porque en principio simpatizó más por el radicalismo, en especial por el furor que habían generado las ideas de Raúl Alfonsín y así se lo hacía saber a algunos de los amigos del pueblo.

Fue en ese momento en que conoció al entonces jefe de la bancada radical de diputados nacionales, el victoriense César Jaroslavsky, quien les había prometido una ambulancia para el pueblo. Uno de sus mejores amigos lo quiso sumar a la Juventud Radical, pero Urribarri marcó distancia, más allá de su buena relación. “Si hacemos un partido vecinal, nuevo, te acompaño”, le dijo.

Entró a trabajar a la sucursal del Banco Mesopotámico a principios de los ’80 y al poco tiempo se puso de novio con Ana Lía Aguilera, también proveniente de una familia muy humilde. No pocos recuerdan una foto de ambos en los carnavales de 1982, arriba de una carroza, donde, al parecer, la muchacha, que lucía una malla turquesa, ya esperaba al primer hijo. El embarazo le trajo algunos problemas familiares a Urribarri; el padre de la joven -que tenía entre 17 y 18 años- trató de propinarle una paliza, corriéndolo con un cuchillo y tuvo que intervenir el policía Rubén Espinosa para que el cruce no pasara a mayores. El sargento dejó escondido en su casa particular a Urribarri, hasta tanto se le pasara la furia a su suegro. Esa fuerte ligazón con los Aguilera hizo también que en las elecciones del ’83, Urribarri tuviera que colaborar con la campaña de su tío político, César Aguilera -hermano del padre de Ana Lía-, que fue candidato a intendente por la UCR en el pueblo.

(Más información en la edición gráfica número 1056 de la revista ANALISIS del día miércoles 12 de abril de 2017)

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