Las conquistas del caudillo

Edición: 
1087
Anticipo del nuevo libro de Florencia Canale

Don Josef de Urquiza había desembarcado en el Río de la Plata desde la Península en 1774, a pocas semanas de cumplir los doce años. Venía de familia pobre vizcaína pero de estirpe; su padre había sido regidor en el Cabildo y a poco se habían hecho del escudo familiar.

Pero las dificultades económicas habían obligado a los padres del joven Josef a subirlo a un barco con destino al puerto de Buenos Aires en busca de mejores horizontes. Allí́ lo había recibido el hermano de su madre, don Mateo Ramón de Álzaga, y su esposa, quien tiempo después, al enviudar, se había vuelto a casar con su primo don Cornelio Saavedra, el hombre que ocuparía la silla de la presidencia de la Primera Junta.

A los veintiuno, Josef se casó con Cándida García y luego de tres años se trasladaron a la región de Entre Ríos, ya con un vástago a cuestas, Juan José́. El joven vizcaíno comenzó́ a administrar “La Centella”, la estancia de los García de Zúñiga, una de las más importantes familias de la zona. Allí́ nació́ el primer hijo entrerriano, Cipriano, y al tiempo, todos se mudaron a Arroyo de la China (*). Las cosas comenzaron a ir mejor. Trabajaron otro campo, la prosperidad los acompañó́ y en 1800 designaron a Josef alcalde de la población. Y hubo más. El virrey del Río de la Plata, el marqués de Avilés, lo nombró comandante militar de los Partidos de Entre Ríos, cargo que detentó durante diez años. Sus méritos quedaban demostrados.

Mientras el hombre se dedicaba a la defensa del territorio, doña Cándida traía hijos al mundo. Luego de Cipriano llegaron Matilde, Teresa, José́ Isidro, Ciriaca, Justo José́ y Ana, además de los embarazos que no prosperaron.

En 1810, el Cabildo Abierto de la villa del Uruguay convocó a sus hombres a que se adhirieran al movimiento revolucionario que llegaba de Buenos Aires. Corrían nuevos vientos y el ansia libertaria prendía como un mal contagioso. Sin embargo, no todos se plegaban a la revuelta. Así́ sucedió́ con Josef Urquiza. Llamado para formar parte de la Asamblea, prefirió́ tomar otro camino. Renunció a la Comandancia a fines de año y optó por concentrarse en el trabajo de su campo. Pero no todo fue parsimonia bucólica para Urquiza en aquellos tiempos. Desde Montevideo se había enviado una flota realista y, a principios de 1811, el enemigo se apoderaba de Arroyo de la China. Ante la amenaza de la llegada de las tropas patriotas, muchos vecinos del lugar se retiraron con la flotilla española. Uno de ellos fue Josef; otros fueron Narciso Calvento y Agustín de Urdinarrain. Ya en la Banda Oriental, el teniente coronel Urquiza tomó el mando del Regimiento de Emigrados Entrerrianos, en cuyas filas estaban Francisco Ramírez y también Calvento. Al frente de esos hombres estuvo Josef en Montevideo, hasta que, en 1814, el ejército patriota tomó la ciudad.

Regresó a su tierra, pero los acontecimientos políticos volvieron a rozarlo. Su estancia fue arrasada por tropas que respondían a José́ Gervasio Artigas, el jefe de los Orientales.

Sus tres hijos varones mayores fueron enviados a Buenos Aires a estudiar al Colegio de San Carlos, hasta 1812. Cipriano regresó a Entre Ríos para ayudar a su padre en el trabajo del campo. Juan José́, en cambio, prefirió́ quedarse en Buenos Aires. Por su parte, Justo José́, que había nacido el 18 de octubre de 1801, también fue al Colegio entre 1817 y 1818, hasta que la institución suspendió́ la enseñanza para, ya en tiempos rivadavianos, retomarla como Colegio de Ciencias Morales. El más joven de los Urquiza puso mucho empeño en los estudios. No fue un alumno díscolo ni rebelde, más bien todo lo contrario. En la más absoluta paz, Justo y el resto de su clase aprovechaban la enseñanza prodigada.

En 1819, Justo José́ emprendió́ la vuelta al hogar y se instaló en la pujante villa de Arroyo de la China. Con sus jóvenes dieciocho años tuvo claro, desde el primer momento, que quería hacer dinero. Y no se andaba con chiquitas. Soñaba a lo grande, pero no se quedaba en la pura ensoñación sino que iba para adelante como una tromba. Quería todo. Al principio se dedicó a la actividad ganadera. Cuando eso no le fue suficiente, amplió el negocio y con pequeñas embarcaciones empezó́ a exportar cueros, grasa y carne, para luego volver a venderlos ya manufacturados, desde Buenos Aires.
El trabajo no era lo único para el joven Justo José́. También le gustaba pasarla bien. A diferencia de sus amigos, no tomaba vino ni fumaba. Decía que le quitaban el control, prefería sentirse en dominio de sus facultades. Sin embargo, no reprimía los gustos de los demás y disfrutaba de verlos divertirse.

(Más información en la edición gráfica número 1087 de la revista ANALISIS del jueves 11 de octubre de 2018)

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