En los tiempos de pandemia, el negocio narco cambió: ya no hay nítidos jefes que ordenan y se reparten las zonas para el negocio, sino una multiplicidad de kioscos y proveedores que complejizan aún más el panorama y dificultan la comprensión del fenómeno con las categorías anteriores o bajo los estereotipos de las series televisivas. Paraná es un ejemplo de esta dispersión: casi no hay barrio donde no haya un kiosco de droga, y donde faltan oportunidades e inclusión social avanza el negocio ilícito. Entendieron que con menos balazos y menos muertos pueden trabajar más tranquilos, aunque las consecuencias son más silenciosas en vidas de personas y familias afectadas por el consumo o por la cárcel.
J.A.M.
El narcotráfico avanzó durante la pandemia en forma acelerada. Las grandes organizaciones se consolidaron y casi no hay barrios de Paraná sin kioscos de drogas o con lugares que cumplan alguna función en el negocio. En el mapa de la ciudad se observa que el avance del narco es simétrico al retroceso del Estado en materia de inclusión y oportunidades, en medio de una crisis sin fondo. El narcotráfico como fenómeno ha cambiado, y muchas cosas no se pueden comprender con la narrativa tradicional con la cual se hablaba e informaba esta problemática años atrás, ni con los estereotipos de las series de streaming. Antes, a un kiosco de drogas le correspondía un proveedor; ahora, el kiosco ganó en independencia y si no le compra a un proveedor, le compra a otro. Antes había dos o tres cabezas que se disputaban los territorios de la ciudad con sus bases; ahora hay muchos que logran traer droga de a kilos por encargues o recorren la ciudad como preventistas buscando ubicarlos. Antes se podía conocer quién era quién cuando ocurrían homicidios por ajustes de cuentas o en balaceras para quedarse con la cuadra; ahora ya saben que los tiros traen los reclamos de vecinos por seguridad, y eso a la Policía. Incluso en algunos lugares los narcos ponen la seguridad para que nadie se ponga bravo. Si antes los gobiernos y la dirigencia política no tenían idea qué hacer, ahora menos. Ya no hay un orden en el negocio tal como lo conocíamos; quizás algún día se reacomoden las fichas en el tablero, o tal vez esta dispersión indique que vamos a ver el negocio de las drogas como cualquier otro rubro invadiendo cada rincón.
Tras los datos recabados por ANÁLISIS, se describe a continuación una especie de narcotour por una ciudad que encuentra una economía paralela en la venta de drogas. Un recorrido que no es lineal ni orgánico por bandas o causas judiciales, lo cual refleja parte del caótico panorama.
En la zona de Santa Lucía y el barrio Lomas del Sur, siguen asentados los integrantes del clan Caudana, donde tienen la fábrica de hielo como negocio legal, pero si bien hay algunos kioscos en las cercanías, allí no venden droga, sino que la sede de calle Newbery sería el centro de operaciones de la banda que, pese a tener a Elbio Gonzalo Caudana preso hace casi cinco años, continúa funcionando. Proveen a otros puntos de venta que tienen, principalmente en la zona del barrio Consejo. A su vez, la camada más joven de los familiares del Gordo se las ingenia y explota el rubro de la marihuana con una modalidad comercial simple y novedosa y a través de las redes sociales.
(Más información en la edición gráfica número 1121 de la revista ANALISIS del jueves 10 de junio de 2021)