Jugar sobre los muertos

El Estado paralelo del fútbol.

El picadito de los pibes en la cancha del barrio juega con un estiletazo en el pecho. El fútbol, el otro fútbol, el oficial, guardó la pasión, la rabia y el juego por el juego mismo, en los cajones del olvido. Y sacó a la cancha, hace mucho ya, el negociado, el poder y los dólares como la delantera fatal que entrena y compite sobre los muertos.

La Copa Libertadores de América jugada en Barranquillas, Cali y Medellín, como una burbuja insertada en medio de una Colombia que se desangra, en medio de un pueblo en lucha, es irreconciliable con la gloria chiquita del potrero. Donde el hambre y el mañana modesto salen cada domingo a la tarde a conquistar el mundo pequeño de la cuadra. En un mes la Copa América se jugará entre Argentina y Colombia. Con el marco de la pandemia feroz y la rebelión popular. Pero los grupos organizadores transnacionales no tienen alma y, mucho menos, empatía. Sólo millones de dólares para ingresar y repartir.

El 12 de mayo, se jugó en Medellín y en Barranquillas. En un país con un número de muertos incontable y con casi 600 desaparecidos que deja la rebeldía de un pueblo asfixiado por una sucesión de gobiernos de derecha impiadosos.

En la previa del partido, cuando River era el visitante, miles de hinchas de fútbol y manifestantes populares –unidos en un mismo sentimiento de impotencia- intentaban impedir que se jugara como si nada estuviera sucediendo. La policía montada reprimió brutalmente y las mismas víctimas subían los videos a las redes, tratando de fisurar el bloqueo informativo del gobierno y de la corporación futbolística, relató Silvana Melo para Pelota de Trapo.

Los jugadores precalentaban mientras oían los estruendos de los disparos y respiraban los gases lacrimógenos. Ante la posibilidad de la suspensión, el alcalde de Barranquillas y la Conmebol (la Confederación Sudamericana de Fútbol) se plantaron en el no. Amenazaron con la pérdida de puntos y multas millonarias. Mientras tanto los jugadores se refugiaban en los vestuarios de las oleadas de gases. Los organizadores propalaron reggetón por los parlantes para que no se escucharan los disparos.

Se jugó de todas maneras. El fútbol no se para jamás. Ni con sangre ni con huesos ni con piel. El fútbol se juega sobre los muertos.
Ni los equipos argentinos ni los colombianos –de espaldas a su propio pueblo que agoniza- se animan a plantarse y no salir a las canchas. Es que están presos de los grilletes económicos. Del gran negocio que empuja al fútbol a jugar sobre los muertos. La Copa Libertadores, dice el periodista Gustavo Grabia, “está vendida a un grupo extranjero llamado ING y reparte 211 millones de dólares entre los que participan. El campeón se lleva 15 millones”.

A partir de la situación social en Colombia, la Conmebol –que ejerce un poder por sobre los estados- había decidido que los partidos se trasladaran al Paraguay. Pero esta semana regresaron a Colombia. Porque había que demostrar que, a pesar del estallido, en Colombia se juega. Y que no corriera peligro otro negocio sideral: la Copa América que en exactamente un mes se jugará en sede compartida con Argentina. Las selecciones de todos los países de América latina, con estrellas aisladas –en su mayoría- de las tragedias populares y de las hambres de los pueblos, jugarán un torneo sobre los muertos. Los de la pandemia y los de la represión desenfrenada. Sobre los desaparecidos y los castigados de la región más desigual del mundo.

Y se jugará a pesar de los muertos y de la muerte porque una multinacional con sede en Japón –dice Grabia- “pagó 140 millones de dólares para quedarse con la organización”. Y asegurar ingresos por 200 millones a la Conmebol, además de la tajada que se llevan los países, endeudados con los organismos internacionales y sosteniendo como pueden a sus pueblos desbordados.

Anoche en Medellín la gente, alrededor del hotel de lujo donde se hospedaba un equipo uruguayo, se agolpaba para que no salieran. Y el partido no se pudiera jugar. La Conmebol le dio una hora a la policía para desalojar la zona. Que fue liberada con tanques, en una virtual guerra del gobierno de Iván Duke y de la Conmebol –que tiene más poder que el propio estado federal- contra la gente rebelada. Y sacarán otra vez el ejército a las calles hoy en Cali, cuando se vuelva al intento del juego más bello y más poseído por los tratantes y prostituyentes.

El fútbol se juega sobre los muertos como se jugó durante el nazismo –con héroes como Mathias Sindelar, que se negó a jugar para la selección alemana en el mundial organizado por la Italia de Mussolini-; Joseph Goebbels decía que “ganar un partido era más importante para la gente que invadir una ciudad del este de Europa”. Como se jugó durante la dictadura y se taparon los gritos de las víctimas ya no con reggetón sino con ovaciones y alegrías edificadas sobre la tragedia.

“La centralidad de la que goza el fútbol en nuestra sociedad lo vuelve particularmente sensible a la evolución política del país”, asegura el historiador Daniel Sazbón. Los negocios y el poder financiero, como una herramienta de apropiación más fuerte que los tanques –a los que utiliza cuando es necesario como en Medellín- se adueñan hoy del más bello y desafiante de los juegos. Para arrancarle su rebeldía y su insolencia y adaptarlo a sus marquesinas.

Para ponerlo después en venta. Jugando sobre los muertos.

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