La estimación de la UCA.
Aun es difícil estimar hasta dónde puede crecer la pobreza como consecuencia de la pandemia del coronavirus y su impacto en los sectores más vulnerables. Pero los números anteriores a la aparición de los primeros casos de coronavirus y de las medidas de aislamiento social ya hablan de una situación dramática. En la Argentina, seis de cada 10 chicos vive en un hogar pobre, en términos de ingresos.
Según el informe “Condiciones de vida de las Infancias Pre-pandemia COVID-19”, elaborado por la Universidad Católica Argentina (UCA), en 2019, el 59,5% de los chicos argentinos que vive en zonas urbanas residía en un hogar en situación de pobreza por ingresos. Entre ellos, el 14,8% eran indigentes.
“Los datos son anteriores a la aparición del coronavirus y toman a la generación del bicentenario, que nació en 2010 y hoy tiene entre 9 y 10 años. Ya estábamos en niveles altísimos y con la pandemia se tuvo que haber disparado mucho”, le señaló a Infobae Ianina Tuñón, coordinadora e investigadora responsable del Barómetro de la Infancia del Observatorio de la Deuda Social Argentina de la UCA.
“A largo de estos años la indigencia siguió una tendencia estable pero en el último período interanual experimentó un incremento de casi 4 puntos porcentuales; mientras que la pobreza monetaria tuvo más fluctuaciones, empero en los últimos cuatro años experimentó un incremento de 13 puntos porcentuales a nivel de la población infantil entre 0 y 17 años”, detalló el informe presentado este martes por la universidad.
Los números de pobreza infantil pasaron de 49,9% en 2010 a 59,5% en 2019, con el registro más bajo en 2012, cuando fue de 40 por ciento. En tanto, la indigencia saltó de 9,5% a 14,8% en el mismo período. Con todo, los niños con necesidades básicas insatisfechas (NBI) disminuyeron de 33,9% a 27,6 por ciento.
En ese caso, la mayor disminución del indicador se registró en los últimos cuatro años (4,9 puntos porcentuales), probablemente por las mejoras registradas en el espacio del saneamiento, de acuerdo con el análisis presentado por la UCA.
La situación de pobreza infantil es aún más grave, por su magnitud, en el Gran Buenos Aires, con 69,8%, y en las áreas metropolitanas del interior del país, con 54,1%. El incremento en los últimos cuatro años —de 2015 a 2019— fue significativamente mayor en las áreas metropolitanas del interior (17 puntos porcentuales) que en el Gran Buenos Aires (12 puntos porcentuales). Las chicos bonaerenses son claramente los más afectados en términos de la incidencia de la pobreza monetaria, con una indigencia que llega a casi 19 por ciento.
Se estima que hacia finales del 2019, un 41% de los niños y adolescentes estaba recibiendo protección social a través de la Asignación Universal por Hijo (AUH) y otros beneficios sociales. Durante el período de 2010 a 2019 se registró un aumento de la protección social a través de estas asignaciones orientadas a los hijos de trabajadores no registrados.
De acuerdo con los datos del informe, este sistema de protección social fue aumentando su nivel de cobertura: actualmente, un 35,8% corresponde a la AUH y un 5,3% a otras transferencias o programas. A medida que desciende la edad de los niños, aumenta la protección social.
La situación de pobreza infantil es aún más grave, por su magnitud, en el Gran Buenos Aires, con 69,8 por ciento
La economista María Emilia Sánchez, becaria doctoral Conicet del Programa del Observatorio de la Deuda Social Argentina, explicó en el informe que la pobreza es heterogénea y tiene efectos adversos en el momento que se experimenta y también en el trayecto de la vida posterior. “La medida oficial de pobreza en la Argentina establece un umbral de ingresos que el hogar debe alcanzar para no ser considerado pobre. Sin embargo, este indicador no diferencia entre las distintas necesidades de los miembros del hogar como tampoco permite evidenciar si realmente están logrando cubrir sus necesidades básicas”, aseguró.
Los indicadores de pobreza por ingresos no permiten saber cuáles son los recursos que cada hogar asigna a las necesidades específicas de los chicos, los bienes y servicios que son fundamentales para el desarrollo infantil.
“En la Argentina se evidencian en sucesivos gobiernos políticas públicas cuyos diseños fueron inspirados en las medidas monetarias de la pobreza y que las mismas consisten en transferencias de ingresos a los hogares. Tal es el caso de la Asignación Universal por Hijo (AUH). Estas transferencias monetarias son muy necesarias en el contexto de una sociedad con niveles muy elevados de pobreza de ingresos pero no son suficientes para garantizar el ejercicio de muchos derechos que son fundamentales para lograr el desarrollo y máximo potencial del niño”, señaló Sánchez en el trabajo de la universidad.
Por eso, la investigación llevada adelante por la UCA midió otros aspectos como privaciones materiales como nutrientes esenciales en la alimentación, carencias en vestimenta y calzado, en la estimulación emocional, social e intelectual con indicadores como el festejo del cumpleaños, la lectura de cuentos, el deporte, entre otros.
Dentro de los factores socio-demográficos, la edad y el sexo de los niños marcan contrastes en sus efectos. Las mujeres se ven protegidas frente al déficit de nutrientes y frente a la falta de calzado en relación a sus pares hombres, pero luego quedan fuertemente expuestas al déficit de educación física extra-escolar teniendo dos veces más chances que los varones, de no haber practicado ningún deporte.
A mayor cantidad de años cumplidos, los niños se encuentran menos expuestos a tener que compartir la cama o el colchón para dormir, pero a su vez aumentan los riesgos de presentar privaciones de vestimenta, de estimulación oral y de festejar su cumpleaños.
La condición de monoparentalidad también es un factor que aumenta las probabilidades de que los niños no accedan a una dieta con nutrientes esenciales o que compartan el colchón con otro miembro del hogar. Los niños de madres más jóvenes se ven mas expuestos a tener déficit de vestimenta. Por último, la no asistencia a un centro educativo formal genera mayores propensiones a presentar déficits en todos los casos, a excepción de la vestimenta.