De brujas y piquetes

Edición: 
802
Crónica más allá de la noticia

Jorge Riani

Malditas empanadas. ¿A quién se le puede ocurrir bajarse en una estación de servicio a comprar cuatro empanadas fritas de carne salada a la hora de las brujas? De brujas y de empanadas nos encontraría la madrugada hablando con mis compañeros de viaje. Santiago embroma con el asunto y nos ruega que no vayamos a sucumbir a la tentación de querer bajarnos a preguntar algo o pedir albergue si acaso diéramos con una casa victoriana, confortable y solitaria en la selva entrerriana. Es que casi siempre esas historias terminan mal, y ya vimos suficiente cantidad de lechuzas pinchando con sus chillidos rasposos el silencio de la noche.

Lechuzas y algún zorrito gris. Un búho enorme y un par de aguiluchos colorados. Muchas liebres. Habíamos tomado por sorpresa la fauna entrerriana que con las luces altas del auto eran como lecciones gráficas de escuela primaria que se corporizaban frente a nuestros ojos.

Todo tenía un tono de broma y ese cosquilleo de una aventura, allí donde la toponimia volcada a los mapas cromados la dictan los almacenes. Creíamos que “Alm. Rivera” que aparecía en el mapa de Entre Ríos rescatado del baúl del auto aludía a algún almirante de batallas federales que hoy prestaba su nombre a un grupito de casas. Error: “Alm. Rivera” es el “almacén de Rivera”. Quizás también haya algo de epopéyico en vender azúcar, aceite y pan en esos parajes tan alejados de la promiscua urbanidad.

–Amigos, ¿qué lugar es este? –les preguntamos a dos muchachitos que ingresaban una Ford F100 modelo 1977 ó 78 a un galpón.
–El Almacén de Rodríguez –contestó uno de ellos, pronunciando la erre como ye.

Supimos que el Almacén Rodríguez es eso, pero también lo es la propia casa de estos jóvenes chacareros y de sus padres, la de algunos vecinos y una capilla sin revocar. También quizás lo sea una carpa transparente con una enorme fogata en su interior que agitó nuestra curiosidad a unos 500 metros del caserío. Santiago vio sillas en fila dentro de esa suerte de catedral de plástico, pero ninguna persona ocupándolas. Ni Gustavo –el chofer– ni yo vimos presencia humana siquiera. Pero el fuego estaba ahí. ¿Cómo es que esa carpa transparente no se derretía preñada de semejantes llamas? Los recuerdos enhebrados sin ninguna lógica suelen dejar más interrogantes que respuestas.

La primera idea que tuve fue que era una especie de carpa de iglesia evangélica en medio de la nada. Pero mi razonamiento perdió con reglas democráticas frente a la creencia de mis dos compañeros: por escrutinio logrado entre las tres opiniones decidimos que eso era una carpa para dar techo y paredes a una fiesta de casamiento que, a la hora en que la descubrimos, habría terminado ya, y todos sus invitados habrían vuelto a sus casas. Incluso esos dos muchachitos que pronuncian las erres como ye habían estado participando de la fiesta, resolvimos. Admito que la explicación de mis compañeros de aventura suena más lógica que la mía, aunque no me cierra eso de un casamiento un lunes a la madrugada en medio de un escenario que parecía una film de Kusturica vacío de personajes.

Malditas empanadas. Podríamos estar hace seis horas en nuestras casas, pero sin embargo nos encontrábamos en medio de la selva montielera con caminos primitivos. Gustavo embromaba con que nos esperaba un final de arenas movedizas. Casi le damos la razón cuando descubrimos un letrero, de la época en que el Estado aún existía, que indicaba: “A 200 metros calzada sumergible”. “…También llamada arena movediza”, bromeé en la oscuridad atenuada por el estallido de estrellas.

Miré el reloj y descubrí que hacía cuatro horas que andábamos en medio de la noche, jugando a cara o cruz en caminos serpenteantes. A esa altura habíamos inventado la existencia de una bruja y convocábamos en nuestros relatos risueños a la Vieja de Negro sobre la que nos había hablado un policía que levantamos haciendo dedo en un viaje anterior. El hombrecito de uniforme estaba convencido de su existencia en medio de nuestra incredulidad brutal, pero ahora –abrazados por la noche profunda– nos reíamos nerviosos pensando si acaso no sería cierto ese relato de aparecidos y espectros fantasmales.

Antes de que fuéramos lanzados al campo, un grupo de muchachos nos había detenido el viaje por ruta firme en nombre del reclamo al gobierno. Le dijimos que debía haber un error, porque veníamos de cubrir la asamblea de productores donde un tal Alfredo de Ángeli había dicho que todo el mundo se volvía a casa y se liberaban las rutas.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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El "Vasco" Benedetti será de la partida este martes en Córdoba en la semi ante Boca.

Primera Nacional: Juan Pablo Loustau fue designado para la visita de Patronato a Caseros

Juan Pablo Loustau, hijo del mundialista Juan Carlos y hermano de Patricio, será la autoridad principal el sábado en Buenos Aires.

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La CD encabezada por Gustavo Piérola reclamó documentación a la gestión anterior. (Foto: Facebook AEC)

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La propuesta, con entrada libre y gratuita, incluye obras de referentes de la fotografía argentina y artistas locales.

La docente e investigadora fue seleccionada entre 200 postulantes. Foto ilustrativa