Ese corazón que tanto dio y que esta vez le falló al Padre Aldo

 Por Daniel Enz (*)

El Padre Aldo Martini era grande. Inmenso. Seguramente medía como 1,90. Tenía un particular vozarrón, como esos viejos locutores de telenovelas radiales que enamoraban a todas sus oyentes en la década del ’60. Y él era consciente del poder de esa inmensa voz, porque esa inmensidad era equivalente a la grandeza de su corazón y su alma.

El Padre Aldo era bonachón, de esos que daba abrazos interminables, donde uno se terminaba sintiendo un alfeñique junto a su pecho, pero también daba seguridad, paz y esperanza.

El Padre Aldo nos enseñó a muchos, en el norte santafesino, una forma de vida. A amar la gente, sus luchas, sus historias, sus pasiones por el trabajo diario, por más ínfima que fuera. “Hay que respetar a aquellos que se comprometen día a día con la vida y enfrentan lo que no está bien en estas tierras”, repetía, con esa sabiduría de buen lector que tenía. 

Ese Padre Aldo, allá a lo lejos, fue uno de los que estuvieron cerca de los curas tercermundistas que tanto lucharon en esas tierras del Chaco Santafesino, más que nada en tiempos duros, de injusticias y dictaduras de unos y otros personajes, y aprendió mucho de ellos. Quizás se tuvo que ir aggiornando, por pedido expreso del entonces arzobispo de Reconquista, monseñor Juan José Iriarte, que pretendía la unidad de los dos sectores de curas y trabajar en conjunto. Pero el cura Aldo no abandonó su compromiso por los pobres y los enfermos. Siempre estuvo cerca de ellos, con su palabra y su fe y sin prometer nada. Él era ese cura que alentaba como nadie a superar los malos momentos; el que irradiaba esa fe que alguna persona precisaba para salir adelante. Y el curita no dudaba en agarrar el autito de la capilla y salir bajo la lluvia hasta el rancho o la casita rural lejana, donde alguien lo necesitaba. Así fue siempre su vida. De un lado para el otro, sin saber decir No al pedido de algún cristiano.

El Padre Aldo partió de este mundo este sábado 10 de abril, a las cuatro de la tarde. Lo abandonó ese corazón inmenso que lo acompañó en sus 92 años (casi 70 de sacerdocio), detrás de la premisa de ayudar al prójimo.

Hasta siempre Padre Aldo. Descanse en paz, que se lo merece como pocos. Y no deje de cuidarnos desde arriba. 

(*) De ANALISIS

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