“Está claro que la falta de la cultura de diálogo es el mal de nuestro tiempo”

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Diálogo con monseñor Héctor Zordán, obispo de Gualeguaychú

Monseñor Héctor Luis Zordán nació el 30 de noviembre de 1956. Y se ordenó sacerdote el 18 de marzo de 1984, es decir, lleva casi 37 años al servicio de la Iglesia y del prójimo. Llegó a Gualeguaychú el 23 de mayo de 2017 y su ordenación como obispo de la diócesis fue el 28 de mayo de ese año, el mismo día que comenzó formalmente el inicio de su ministerio. Oriundo de Calchaquí, una población que queda al Norte de Santa Fe; de muy chico vivió en la zona de Rosario, en Capitán Bermúdez. Allí hizo su formación sacerdotal, se ordenó como sacerdote y fue vicario en la parroquia San Roque de Capitán Bermúdez. Tiene dos hermanos, ambos casados; y un sobrino que también es sacerdote y fue quien lo sucedió en la parroquia Nuestra Señora de los Dolores en Buenos Aires, cuando él fue nombrado obispo de Gualeguaychú.

 

Por Nahuel Maciel

 

Monseñor Héctor Zordán proviene de un hogar de trabajo y sacrificio. Su padre tuvo varios empleos hasta que se estableció en la zona de Rosario, cuando el trabajo comenzó a escasear en el interior de Santa Fe y las grandes ciudades ofrecían mayores posibilidades. Fue comerciante y en los últimos tiempos de aquella época, antes de la jubilación, fue empleado. Esa es parte de su historia, que se ha amasado también al calor de una familia que sabe del pan compartido y de la cultura del esfuerzo.

 

El colegio Cayetano Errico de Capitán Bermúdez fue un lugar clave en su maduración vocacional, gestionado por los religiosos Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, congregación a la que pertenece. Mientras que la secundaria la cursó en el colegio salesiano San José de Rosario.

 

Realizó sus estudios filosóficos y teológicos en el seminario San Carlos Borromeo, que pertenece a la Arquidiócesis de Rosario, entre 1976 y 1982. Cursó un Profesorado en Ciencias Sagradas en la Abadía benedictina del Niño Dios de Victoria, acaso una experiencia que también lo acercaría años más tarde a la diócesis donde hoy asienta su cátedra pastoral.

 

Cuando le propusieron el servicio y la misión de ser obispo de Gualeguaychú, hacía ocho meses que lo habían nombrado cura párroco en Nuestra Señora de los Dolores en Capital Federal. Él mismo suele recordar lo que sintió cuando desde la Nunciatura le comunicaron que el Nuncio quería hablarle. “En los primeros segundos pensé que estaba frente a un problema… pero luego me encomendé a las manos de Dios. A los cuatro días nos encontramos. Fue un viernes a las tres de la tarde, comenzamos hablando generalidades como para ir templando el clima y en un momento, el Nuncio me comunica que el papa Francisco me pedía que fuera obispo de Gualeguaychú. Fue una gran sorpresa y junto con ella una preocupación porque había de alguna manera que resolver y responder en el momento”.

 

Pero, Entre Ríos nunca le fue ajena. El conflicto con la pastera y el del campo como el carnaval eran noticias que le llegaban a través de los diarios y el testimonio de conocidos. En rigor, estuvo varias veces en Victoria, no solo paseando sino viviendo retiros espirituales en la Abadía e incluso -como ya se apuntó- tiene un título de profesor de esa institución. Por otro lado, al pertenecer a la congregación Misioneros de los Sagrados Corazones de Jesús y María, varias veces cruzó por Gualeguaychú para ir a la República Oriental del Uruguay: el paisaje no le fue extraño, todo lo contrario.

 

Zordán recibió a ANÁLISIS en la mañana del viernes 2 de julio y mantuvo este diálogo como una forma de compartir algunas primeras impresiones que se van configurando como una huella que él mismo fue descubriendo o confirmando: la proverbial característica de buenas personas que caracterizan a los hombres y mujeres de Entre Ríos; clama para que los medicamentos no sean un bien de lujo sino un bien social; además reflexiona sobre las enseñanzas que deja la experiencia de la pandemia; pero también otras realidades lacerantes como los abusos sexuales y en todas sus formas como los del poder. Y todo ello, atravesado por la falta de cultura del diálogo que impide la experiencia del encuentro.

 

No obstante, pobreza, adicciones y falta de trabajo, marcan las preocupaciones permanentes de este pastor que no descansa en su acompañamiento de los más sufrientes, especialmente las madres y los adolescentes que atraviesan el padecimiento de la droga dependencia. En una diócesis como la de Gualeguaychú, se puede decir sin temor que “los más pobres entre los pobres son los adictos”.

 

Por eso monseñor Zordán recalca de manera permanente la necesidad de fortalecer siempre a la familia para que los hijos tengan proyectos de vida saludables. No hace falta recurrir a las estadísticas, porque el contacto permanente con las personas le representan una radiografía social nítida y que es necesario modificar. Pareciera que el cuidado de la familia y la atención a las adicciones fueran mandatos diocesanos.

 

- ¿Qué ha descubierto esta pandemia en términos pastorales?

-Me parece que la pandemia del Covid-19 nos hizo tocar fondo, tanto como personas como humanidad. No vamos a tener término medio: de esta pandemia salimos mejores o peores, tanto en términos individuales como colectivos. Y cuando me refiero a que nos hizo tocar fondo, también comprendo a esa enseñanza o dimensión que nos hizo descubrir en algún caso y a redescubrir en otros, lo tan cerca que estamos unos de otros. Esta pandemia nos (de) mostró lo inter dependiente que somos unos de otros. Y nos enseñó que es insuficiente quedarnos encerrados y cuidados de manera aislada. Así como el virus puede contagiarnos, las relaciones inter personales y sus dependencias con el otro son más profundas que las que creíamos antes de esta experiencia.

 

(Más información en la edición gráfica número 1122 de la revista ANALISIS del jueves 8 de julio de 2021)

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