De ANÁLISIS
Año electoral en un cambio de época que todo lo condiciona. Situación que reconfigura el mundo, afecta a nuestro país y da de lleno en la geografía provincial. En todos los elementos constitutivos de la sociedad hay movimiento. Unos se perciben con claridad, otros, no tanto.
El modo de relacionarnos, los mecanismos para comprar o vender. Todo atravesado por una ola que terminó mudando lo anterior. No puede estar ajena la política. El impacto la alcanza por su extensión, porque modifica el modo de entender y por eso impide a sus actores reacomodarse rápidamente.
Quienes asumen el rol de candidatos no logran insertarse frente un electorado distinto, alterado en parte por la pandemia, que potenció el rechazo que se iban incubando prácticas dañinas que se volvieron intolerables.
Vale señalar que es un marco en que la práctica Libertaria, que atacó lo anterior y lleva todo al extremo, corriendo siempre los límites, aún sin modificar cuestiones de fondo, es la marca que genera mayores expectativas, al punto de condicionar o borrar el perfil de sus aliados.
Los partidos que compitan en Entre Ríos en octubre deberán esforzarse para atraer votantes descreídos, distantes y altamente selectivos, que, además, cuentan con herramientas que les permiten, en cuestión de segundos, confrontar con archivos aquello que se les dice. Transitamos tiempos en los que hay que ser muy cuidadoso con las definiciones.
La pretensión de montarse en lo agradable para los otros todo el tiempo, es inmediatamente percibido como un engaño. Mal de época, todo sucede demasiado rápido, tiempos de scrollling, la atención es un apenas.
Dificultades transversales
Los cuadros políticos se forjaban hacia el interior de los partidos. Al menos era así. Lleva un tiempo de preparación y de roce con la sociedad. El surgimiento es lento y cuando se vuelven visibles para el conjunto social, se deben mostrar en línea con los intereses de alguna comunidad. No se trata de agradar solo a tribus acotadas sino de permear en las mayorías.
En el país, en la provincia, la aparición de nuevos líderes se tornó dificultosa. Puede estar emparentado a la permanencia en el tiempo de conducciones férreas, nítidas, de los tiempos de bipartidismo. La referencia es a Jorge Busti y Sergio Montiel. Durante décadas las elecciones giraron en torno a esas figuras, por eso la no aparición de sujetos que puedan contener y conducir de manera clara espacios políticos hizo que se fuera perdiendo el interés por los partidos tradicionales y habilitó la llegada de figuras que no tenían un recorrido tan extenso, pero conjugaban con los cambios hacia el interior de la sociedad.
Quienes los sucedieron no lograron consolidarse, por diversas razones. Falta de fortuna o un derrotero incongruente.
Un motivo fue decidir enrolarse sin condicionamientos tras alguna figura de alcance nacional, sin prever que todo aquello que pasara con el liderazgo elegido iba, indefectiblemente, a ser un condicionante. Si todo iba bien, solo había que seguir en la ola. Pero si los valores se volvían negativos, solo quedaba una sola cosa por cosechar: rechazo.
El cambio de época pone en crisis los significados, hace añicos valores simbólicos que parecían eternos.
Aún más en un contexto donde los jóvenes fueron ganados por el rechazo a la política, promovido bajo el argumento de que se trataba (a la hora de elegir) de los mismos de siempre y agregando, de modo temerario y ruin, que eran falencias de la democracia.
Romper ese circulo negativo es un imperativo para quien pretenda el éxito en las elecciones de octubre, para alzarse con la representación de Entre Ríos en el Congreso Nacional. Quien sea, deberá atravesar esas dificultades que son transversales a los partidos políticos. No ser más de lo mismo, ir más allá del cambio de ropaje.
Construir lo distinto
Todo se ha vuelto demasiado parecido. Entonces los cambios de un partido hacia otro no llaman demasiado la atención. Ayuda también que sea sin estrépito la apatía generalizada, la decepción que ganó un volumen importante de población. Debemos volver a mencionar los bajos índices de participación ciudadana en las últimas elecciones en diversas provincias.
Ese alejamiento que se consolida beneficia con claridad al oficialismo nacional, que sin tener figuras descollantes para presentar o estructura en el territorio, se va expandiendo, poniendo en crisis construcciones históricas.
Ya pasó en Entre Ríos. Pruebas de ese deslizamiento que no detienen quienes exhiben estructura y territorio son las derrotas sufridas en Gualeguaychú y, sobre todo, en Concordia, por el Peronismo. ¿Cómo pasó? ¿Cuáles fueron las razones?
La falta de recambio en los nombres o en las formas son una parte de la respuesta. Dirigentes de primer nivel practicaron la endogamia o el nepotismo y eso desmotivó. Una situación bien aprovechada por expresiones que, por su laxitud, pueden encajar en diversos partidos. No ser demasiado ortodoxo es la ortodoxia del momento.
Octubre es una oportunidad para adaptarse a todas estas situaciones que, indefectiblemente, deben ser asumidas. Las próximas elecciones serán un bálsamo y una herida a la vez para actores que tendrán desafíos desde el interior y el exterior de sus espacios.
Por los liderazgos
Está claro que no aparecen liderazgos indiscutibles. O al menos de cierta envergadura o firmeza que obligue a reconocerles alguna solidez. Habría como algunos alcanzaron ese peldaño.
Quienes están gobernando la provincia, mientras buscan enderezarse ubicados en el camino a los buenos resultados, intentarán dar impulso a figuras y retener atención que, por lo menos, permita aspirar a seguir al frente del Ejecutivo otro mandato.
Los que buscan volver a acaparar la atención de las mayorías saben que deben recrearse en sus formas al tiempo que superan los signos negativos que dejaron frente a la ciudadanía después de dos décadas en el poder.
Un texto que analiza cuestiones relacionadas con esto pone para la reflexión, al referirse a la figura de Julio César, que cruzó el Rubicón, disfrutó del éxito y terminó expirando en manos amigas, trae al presente un extracto de las memorias de Giovanni Casanova. A pesar de tener sus siglos, la reflexión, sin hacerla literal, puede hacer nacer alguna idea para sostenerse o volver al poder.
Si bien se refiere a la antigua Roma, leamos en modo actual:
“El hombre que intenta hacer su fortuna en esta antigua capital del mundo -Roma- debe ser un camaleón, capaz de reflejar los colores de la atmósfera que lo rodea, un Proteo capaz de adoptar todas las formas imaginables. Debe ser maleable, flexible, insinuante, íntimo, inescrutable, a menudo ruin, a veces insincero, a veces pérfido, ocultar siempre parte de su conocimiento, utilizar un solo tono de voz, ser paciente, perfecto dueño de su semblante, frío como el hielo cuando cualquier otro hombre sería todo fuego. Y si por desgracia no es religioso (algo muy común en un alma que cumple con los requisitos arriba mencionados), debe tener la religión en la cabeza, es decir, en el rostro, en los labios, en los modales. Si es un hombre sincero, debe sufrir en silencio el saber que es un hipócrita consumado. El hombre cuyo espíritu detestara una vida semejante debiera abandonar Roma y buscar su fortuna en otra parte. No sé si estoy elogiándome o disculpándome, pero de todas esas cualidades yo poseía sólo una: la flexibilidad” *.
Cambio de época, valores en pugna. Entender la coyuntura para seguir sumando poder o para volver al poder, una obligación que acompañará a quienes deseen alzarse con el triunfo en octubre.
*(Memorias, G. Casanova, 1725-1798. Extracto de Robert Greene)