Por Sergio Dellepiane (*)
¿Cuándo explota todo? ¿Cómo salimos de ésta? ¿A dónde vamos a terminar? Interrogantes válidos que toda persona que habite suelo argentino y que se involucre responsablemente, a diario con la realidad del país, tiene derecho a formularse.
Más aún, cuando oye, lee y observa lo que se manifiesta, en los distintos medios de comunicación, nacionales y extranjeros, sobre nosotros y nuestro devenir.
Una parte de las opiniones vertidas, debidamente fundada y otras no tanto, refieren a pesimismo de agujero negro y las hay, más voluntaristas, que auguran luz al final del túnel. A todas debemos otorgarle parte de lógica y razón.
Muy pocas han acudido a la Ciencia Económica para formular su respuesta. Después de más de 300 años de sistematización de conocimientos y experiencias, variadas y enriquecedoras; su réplica no deja lugar a dudas: “Ningún país explota por las condiciones económicas que padece” (M. & R. Friedman – “Free to Choose” – 1980).
Los indicadores macroeconómicos desarrollados, conocidos y empleados por la mayoría de las naciones actuales, describen un determinado estado de situación para un momento dado. A lo largo de varias centurias se han fijado valores de referencia que permiten, por comparación, marcar situaciones de normalidad o, en su defecto, anormalidad, según sea el tipo de economía nacional que se analice; incluyendo forma de gobierno, situación geopolítica, población, acceso al agua, niveles de instrucción alcanzados y varias variables más. (OCDE - 1967 y sgtes)
A partir de los datos obtenidos y con los parámetros definidos de antemano y validados por la Ciencia Económica, es posible establecer diagnósticos, proponer caminos alternativos a los recorridos; y diseñar procesos de mejora, mantenimiento o progreso, para la nación analizada, según sea la situación económica encontrada.
Es una verdad de Perogrullo que ningún país va a la quiebra, con todo el peso del significado que engloba el término empleado. Sin embargo, en un mundo dinámico y cambiante, las condiciones, tanto internas como externas, se modifican sin previo aviso y si las políticas públicas no se adecúan lo más rápido posible a dichas alteraciones o, peor aún, retrasan su adaptación, se generan distorsiones que, el mero paso del tiempo, agrava y profundiza; perjudicando a quienes deberían ayudar. Lo sufre, en diferente modo, toda la población.
Argentina, para la potencialidad que se ufana en declamar, muestra indicadores de paciente de altísimo riesgo; no crea empleo privado desde 2005, Inflación de cuatro meses 2021 del 17,6%, anualizada alcanza al 51,8% (sin arrastre ni progresión); pobreza en el 42% de sus habitantes; durante el 1T - 2021 se perdieron 155.000 puestos de trabajo registrado (el estado incorporó 39.000) (INDEC), y muchos otros parámetros en rojo furioso, con tendencia al descontrol.
Sobra evidencia empírica para afirmar que lo que ha aplicado nuestro país, en cuanto a políticas públicas, en los últimos 80 años, ha fracasado. Resulta sencillo de comprobar. Cada año que transcurre decaemos un poco más. Brevísimos han sido los momentos en los que podemos mostrar períodos de recuperación y contados con los dedos de una mano, sobran, los de crecimiento; fugaces y desaprovechados.
El exitismo de barricada al que somos afectos nos impide construir sobre lo edificado por el otro. Invariablemente destruimos lo anterior, sin detenernos a comprobar la utilidad de al menos una parte de lo realizado previamente. Pretendemos construir, no ya desde las cenizas, sino desde el pozo. Así lo ahondamos, cada vez, un poco más. Iniciamos la epopeya desde un lugar más profundo, más oscuro y más alejado de la modernidad que vive buena parte del mundo conocido.
Si pudiéramos detener, aunque sea un instante, nuestro decadente presente y observar a nivel de superficie lo que ocurre alrededor nuestro; veríamos que las naciones del globo en su conjunto, se dirigen hacia una economía que generará recursos para poder terminar, si quisiera, con la pobreza existente; pero que, al mismo tiempo, reflejaría una desigualdad cada vez más pronunciada.
La inteligencia artificial permitirá crear valor sin costo adicional, a diferencia de lo que sucede con aquellas economías que continúan basándose únicamente en la explotación de sus recursos naturales, de por sí, poco renovables a costos razonables.
La uberización se expandirá a todas las formas de intermediación, poniendo en alerta al comercio tradicional, entidades financieras, medios de comunicación y, en general, a todos los negocios que conecten a productores con consumidores; haciendo más complicada la obtención de recursos tributarios a los gobiernos, cualquiera sea su matriz ideológica.
La virtualidad, tanto en el trabajo como en la educación, alterará las condiciones de socialización de los seres humanos a cualquier edad, y exigirá compromisos individuales no vistos hasta ahora.
En un futuro no muy lejano, la información que cada click que demos, en nuestros dispositivos electrónicos, permitirá a la inteligencia artificial aprender sobre nuestros gustos, preferencias e inquietudes; y determinará patrones de comportamiento que le permitirá adelantarse a nuestros requerimientos.
No explotaremos, pero de continuar obcecadamente por el camino que hace tiempo transitamos, al preguntarle a la Ciencia Económica si llegará el día en el que nos pondremos de pie; indubitablemente nos responderá que NO.
Implosionaremos. Y al retornar la calma, despejado el horizonte; nos encontraremos con MAS de lo mismo, MAS profundo, MAS oscuro y MAS decadente. Intentaremos volver a empezar, MAS empobrecidos y MAS distanciados del mundo al que anhelamos pertenecer.
Habremos confirmado, una vez más, la presunción de que algo puede fallar y que siempre es posibles estar peor.
Por no hacer lo que debimos hacer, cuando tuvimos que hacerlo.
“En Economía las cosas siempre suceden más lento de lo que uno supone; pero cuando suceden, lo hacen más rápido de lo que se pensaba” – Open Economy – R. Dornbusch - 1980.
(*) Especial para ANALISIS