Por Ernesto Tenembaum (*)
Hace casi exactamente ocho años parecía que Cristina Kirchner no volvería nunca más el poder. Su gobierno había sido derrotado por Mauricio Macri solo unos meses atrás. Pero, además, por esos días había explotado un terrible escándalo tras la aparición de una filmación en la que José López, su secretario de Obras Públicas, aparecía revoleando bolsos de dinero a la entrada de un convento. ¿Quién iba a pensar que un año después, la ex presidenta se presentaría a elecciones, perdería apenas por un par de puntos y que, dos años después de eso, asumiría como vicepresidenta, y eso por el solo hecho de que no quiso encabezar la fórmula presidencial? Los movimientos que Kirchner ha realizado en los últimos días revelan que, una vez más, está dispuesta a dar batalla. ¿Tendrá esta vez la chance de repetir la historia? ¿Podrá ocurrir, como sostuvo ayer, por ejemplo, Alejandro Borenzstein, el 10 de diciembre de 2027 arranque su tercera presidencia?
Una primera mirada podría sugerir que la postulación de Kirchner es el mejor escenario para el Gobierno por la altísima imagen negativa que ella tiene. Entonces, habría que descartarla. Pero hay elementos para suponer que las cosas son un poco más complejas y que la pregunta es más pertinente de lo que parece.
Si Cristina quisiera ser candidata a presidenta, debería presentarse antes como cabeza de la lista de diputados nacionales del peronismo en la provincia de Buenos Aires. En el 2017, cuando ella compitió contra Esteban Bullrich, el peronismo venía de perder en ese distrito clave. El candidato a gobernador Aníbal Fernández había obtenido apenas un 30 por ciento de los votos. Pero, además, Mauricio Macri le había ganado a Daniel Scioli, por una ventaja más pequeña, la elección presidencial. Cristina sacó como candidata a senadora 8 puntos más que Fernández.
Ese antecedente permite pensar que su eventual candidatura para el año que viene, en principio, será competitiva. Porque, a diferencia de lo que ocurrió en 2015, esta vez el peronismo arrasó en la elección previa. En la primera vuelta del año pasado, Axel Kicillof obtuvo 44 por ciento de los votos de la provincia de Buenos Aires. Eso, pese a que convivía con la mala gestión nacional del trío Fernández/Kirchner/Massa, cosa que ahora no sucede. Si ella se presentara el año que viene, ¿por qué razón no repetiría el desempeño de Kicillof? Y si no lo hiciera, ¿Cuánto caería? ¿Un diez por ciento? ¿Un veinte? Es difícil imaginar que en la provincia de Buenos Aires, el territorio donde ella es más fuerte, Kirchner perforaría el piso del 40 por ciento. Si fuera así, ganarle no va a ser tan sencillo.
Esa perspectiva obligará al Gobierno a realizar varios movimientos. El primero de ellos, más que obvio, forzar una alianza con todos los sectores del Pro, no solamente con Patricia Bullrich. En la elección en la que triunfó Kicillof, la suma de La Libertad Avanza más Juntos por el cambio llegó al 51 por ciento. Si volvieran a ir divididos, las chances de Kirchner crecerían. Aun así, Juntos por el Cambio no existe más. La fuga de hacia una opción radical o hacia la coalición cívica, por magra que sea, puede ser letal.
El segundo movimiento necesario será jugar en provincia de Buenos Aires a la figura electoralmente más potente del Gobierno. El Gobierno tiene tres opciones fuertes. Pero cada una de ellas tiene sus problemas. En estos días, el oficialismo testea a Karina Milei. Una competencia entre Cristina Kirchner y la hermana del Presidente sería una espectáculo político formidable, más allá de la calidad de ambas opciones, sobre la que cada cual tiene derecho a tener su opinión. Por ahora, los indicadores de imagen no reflejan que el apoyo al Presidente se traslade mecánicamente hacia su hermana. Si no hay evidencia de que eso sucede, el oficialismo tiene otras variantes.
Una es Patricia Bullrich, quien debería dejar el gabinete. Las encuestas reflejan un romance de la mitad de la sociedad con ella. Pero, ¿cómo convencer a Macri para que su gente vaya detrás de su enemiga? Tal vez no sea tan difícil. El ex presidente enfrenta una situación de debilidad tal que, al final, probablemente no le quede más remedio que tragar saliva. La otra carta es Victoria Villarruel. Pero, ¿Milei aceptaría depender de alguien que lo ha desairado tantas veces?
El tercer movimiento se vincula al plan económico. Kirchner tendrá argumentos fuertes para convencer a los bonaeresnses si la economía real no mejora rápido. Juan Grabois dio un indiciio hace unos días cuando dijo: “El país de Cristina al lado este es Suiza. Tenía 22 puntos menos de pobreza”. Para contrarrestar esto, el Gobierno tendrá a su disposición un recordatorio minucioso de lo que ocurrió durante el gobierno anterior.
Pero si no tiene también algo para mostrar en términos de calidad de vida de la gente común, se puede complicar. Al fin y al cabo, solo en los primeros seis meses, la pobreza aumento doce puntos –el doble que durante el primer año de la pandemia—y hay un millón más de niños indigentes. Muchos de esos nuevos pobres e indigentes votaron a Milei. ¿Lo votarían de nuevo si las cosas no mejoran? Esa situación obligará a recalibrar el plan económico: más dinero, más crédito lo que, a la larga, según la misma teoría del gobierno, representa más inflación. El argumento del “plan platita” será esgrimido ahora pero en sentido inverso. De paso, eso demoraría cualquier coqueteo con liberar el cepo, porque eso puede derivar en un salto inflacionario. ¿Será inteligente cerrar hospitales públicos ante un desafío semejante?
La política una vez más tensará el plan económico, en un escenario donde no sobra nada. El Gobierno deberá optar entre asumir ese escenario o arriesgarse a una derrota ante Kirchner, con los efectos que eso, además, podría tener sobre el plan económico.
La Argentina, en fin, parece condenada a repetir su historia como en un loop eterno. Antes de los últimos gestos de Cristina Kirchner, la historia parecía abierta para que el peronismo encarara la renovación que tiene pendiente desde 2015. Axel Kicillof asomaba como un candidato alternativo del kirchnerismo luego de su victoria del año pasado, por ejemplo. Ahora, Cristina –que está muy enfrentada con su otrora hijo político—ha dejado en claro que quiere la unidad del peronismo pero que esa unidad necesita liderazgo y, ¿adivinen en quien piensa para liderarlo?
O sea que, si ocurre que el gobierno se enemista con la sociedad, o que el plan económico no revierte los costos sociales que ya produjo, ella podrá ser candidata o, en todo caso, designar un candidato que gobierne en su nombre.
¿Les suena?
“No es que nosotros seamos buenos. Lo que pasa es que los que vinieron después fueron peores”, dijo alguna vez Juan Perón.
Pavada de advertencia.
(*) Periodista, publicado en Infobae