Por Marcelo Albarenque, especial para ANÁLISIS

La principal preocupación del país hoy tiene nombre y cargo: el presidente. Disculpen la obviedad, es el jefe supremo de la Nación, jefe del gobierno y responsable político de la administración general del país, según reza nuestra Constitución Nacional. Hay que admitirlo, como votantes somos generosos al momento de elegir primer magistrado. Pasar de Alberto Fernández a Javier Milei no es solo una transición, es un experimento social. Este gobierno no tiene plan económico. Aumenta impuestos, aumenta la deuda externa y la interna, aumenta la deuda social -aunque no sabe lo que es-. Hace pagar el ajuste a jubilados, el actor social tal vez mas vulnerable. Dibuja un superávit que no es tal, dicho esto por encumbrados economistas liberales, y no cesa de emitir pesos. Además, FIJA EL PRECIO DEL DÓLAR Y LO SUBSIDIA.

En otros términos, regala dólares en la inteligencia de que es el único ancla inflacionario, hasta el punto de tensionar -inexistentes- reservas. Esto agotó el dinero del blanqueo y hoy dependemos del FMI, hasta que se agote ese dinero y, finalmente el mercado corrija generando de un día a otro una demencial pérdida del poder adquisitivo y millones de pobres nuevos. Todos los ciclos de dólar barato en argentina enriquecieron a muy pocos y finalizaron muy mal. Debería saberlo el autoproclamado “economista especialista en crecimiento con o sin dinero”.

El segundo actor político en importancia en el país es, hace muchos años la abogada platense Cristina Fernandez, viuda de Kirchner. Nuestra primera tentación podría ser medir su figura desde su capacidad de construir, de manejar los tiempos y los silencios. De elegir sus apariciones, de ejercer la palabra, con esa oratoria que no encuentra parangón en la escena pública. En resumen, por su forma de ejercer el poder. Y todo lo anterior lo hace con oficio. Pero en este punto prefiero mencionar su capacidad de destruir, sea el proyecto político ajeno, sea el propio.

Mencionemos por ejemplo su mal tino para elegir compañeros de fórmula: Julio Cleto Cobos, que traducido se lee “lo elijo para no poner a un propio que pueda crecer y hacer sombra”. Y la elección atinada de Amado Boudou, con el posterior desatino de armarle un carpetazo -que fue fuego amigo, algunos dicen de Randazzo- lo que terminó siendo un tiro en el pie. Luego viene la bajada de pulgar a Florencio Randazzo para la candidatura a presidente. La elección del abogado cordobés Carlos Alberto “Chino” Zanini como candidato a vicepresidente de Scioli. Zanini que era y es sinónimo de kirchnerismo, en un momento en que el electorado mayoritario clamaba por una opción moderada.

Cabe recordar que el alias “Chino” es por su temprana filiación a la Vanguardia Comunista, facción maoísta dentro del comunismo y no como algunos creen, por la morfología de sus ojos. después llega su última creación fallida: Alberto Fernandez, casi una comedia vodevil de mal gusto. Y, como dijo el médico cirujano, abogado y, según algunas voces inteligencia del ejército, Sergio Berni “el que trajo el borracho a la fiesta que se haga cargo”. La responsable política de la fallida presidencia de Alberto Fernandez es Cristina Fernandez, ya que fue su condición de posibilidad. Esto a su vez es la condición de posibilidad para que un panelista de TV, cuyo principal activo es el histrionismo, termine siendo presidente.

Hace pocos días, un prestigioso encuestador que mide cuantitativa y cualitativamente a la opinión pública decía, en otras palabras, cada vez que Cristina aparece y habla Milei sube dos puntos. Es parte del gran servicio que hoy le presta CFK al gobierno liberal, une por espanto. Mayorías rechazan las supuestas recetas liberales de este gobierno de improvisados, pero rechazan aún más lo que CFK representa. ¿Justo o injusto?, no tiene la menor importancia.

Definir al peronismo, es una empresa tan compleja como definir a la política misma. Podríamos sugerir que se trató de un partido laborista, de trabajadores, cuya premisa es “somos dignos en la medida en que trabajamos” y, “nadie se realiza en una sociedad que no se realiza”. CFK lo convirtió en un partido de los pobres, en el cual el elemento de cohesión es el desempleado o subocupados, y el motor es la ayuda estatal directa.

El gobierno de Alberto Fernandez, cuya vice fue CFK, finalizó con un nuevo actor social extinto por muchos años, el trabajador formal que cae debajo de la línea de pobreza. Para concluir, destaco lo que en mi opinión es el mayor aporte que CFK le hizo a esta patraña liberal -y tal vez también al gobierno fallido de Mauricio Macri-: la autoría de la ley nacional Nº 26122 sancionada el 20 de julio de 2006. Esta es la ley que regula los decretos de necesidad y urgencia.

La arquitectura de esta ley se pensó para el gobierno de Néstor Kirchner. Básicamente establece que un DNU estará vigente hasta que ambas cámaras del congreso lo rechacen, COSA QUE OCURRIÓ UNA SOLA VEZ EN 19 AÑOS. Traducido, dejamos en cabeza del ejecutivo -órgano unipersonal- la potestad de legislar. Cada vez que el actual presidente modifique alguna normativa neurálgica mediante DNU y, produzca estragos en la economía nacional o de determinados actores sociales, agradezcamos a esta ley de CFK. Sin este andamiaje jurídico, esto no sería posible. Nuevamente la condición de posibilidad.

En el tercer capítulo de la segunda temporada de la magistral serie de Netflix, La Corona, el personaje de Harold MacMillan, primer ministro entrante del Reino Unido le dice a Anthony Edén "Vamos Anthony, sabemos muy bien que no hay justicia en la política". Esto en respuesta a un reclamo por una supuesta traición palaciega. Algo similar podría estar pensando Kicillof por estas horas, siendo él la primera persona en años que no se deja arrastrar al abismo por CFK, siendo esta última una figura avezada en “filicidios políticos” que le permiten subsistir, casi como en una tragedia griega (recordemos a Cobos, Boudou, Randazzo, Scioli, Fernández, entre otros). Todo es posible en el palacio, y la política no es justa. Gracias Cristina por tu servicio, feliz jubilación. Salir de este laberinto en el que nos encontramos como nación, luce sino más probable, al menos posible si ya no formas parte de la escena pública.