Con la inyección anímica que generó el triunfo en La Bombonera, el Rojo puso primera a puro entusiasmo y desplegó sanas intenciones. El objetivo inicial fue adueñarse del protagonismo con los volantes técnicos (Fredes, Busse y Rodríguez) y poner mucha gente dentro del área en el cierre de cada jugada. Un plan que sedujo en la teoría, pero no pudo ponerse en práctica.
Cuando la euforia se evaporó, Independiente exhibió los mismos problemas de siempre a la hora de avanzar. Fue previsible, errático e inestable. Patito Rodríguez se perdió por la izquierda, Busse no dañó por derecha, Fredes naufragó y Farías quedó muy solo. Lo de Belgrano fue un poco peor, ya que mostró la falta de fútbol que lo persigue desde la partida de Vázquez y depositó todas sus fichas a algún pique aislado de Marco Pérez.
Antes de arrancar el complemento, Cristian Díaz reemplazó a Milito y Busse por Galeano y Vidal. En tanto, la temática del encuentro no mutó: Independiente mantuvo las riendas en su poder y también su falta de desequilibrio, mientras que el visitante conservó su alarmante mezquindad. Fue una pulseada entre uno que no podía y otro que no quería. Un panorama oscuro para el fútbol en la noche de Avellaneda.
A 15 minutos del final, Farías volvió a calzarse el traje de salvador y quebró la monotonía: conectó de cabeza un tiro libre del entrerriano Osmar Ferreyra desde la derecha e hizo estallar a todo el estadio. Como frente al Xeneize, el Tecla hizo valer su credencial de artillero para darle vuelo al sueño de recuperación.
El tanto del juvenil Monserrat, a los 41 minutos, le dio el golpe de nocaut al Pirata. En un proceso de recuperación que se estima extenso, el Diablo ya dio dos pasos fundamentales.