Por D. E.
(de ANALISIS DIGITAL)

Urribarri y Busti no se hablan desde el domingo de las últimas elecciones. Nunca más cruzaron palabras. Busti remarcó cuantas veces consideró necesario que no quería "saber más nada" con el kirchnerismo, trazó una raya y comenzó a trabajar alrededor de Eduardo Duhalde y Carlos Reutemann, midiendo consensos de uno y otro. Se mostró con el rionegrino Mario Das Neves y con Francisco De Narváez, pero siempre se entendió como "fuegos de artificio". En sus alrededores, nadie desconoce que su preferencia es Reutemann; mientras tanto, hace jugar a otros bustistas con el resto. Héctor Strassera -el presidente del bloque de senadores del PJ y hombre cercano al ex gobernador, aunque ahora pivotee con cierta habilidad entre Urribarri y Busti- aparece como el “nuevo duhaldista”.

Esa decisión de Busti de romper filas con los K quebró todo diálogo con su sucesor, el mismo que transformó en candidato en el 2006. Incluso, hubo mensajes cruzados muy fuertes en los últimos tiempos, que indican el “sin retorno”. Hay quienes sostienen que Urribarri nunca le contestó el duro mensaje telefónico del ex mandatario, cuando el funcionario Héctor Ducasse –un histórico del bustismo, con cargo en Acción Social, pero sin ninguna incidencia en la estructura- tuvo serios problemas de salud, que derivaron en su internación. Busti lo llamó enojado, porque, de alguna manera, lo responsabilizaba de su situación, pero sólo pudo hablar con uno de sus secretarios privados. “Decile esto al Pato”, le habría dicho, tras lo cual le enrostró varias cuestiones. Ese punto, profundizó la distancia.

En la pelea, hoy por hoy, Busti maneja buena parte de los referentes de la Legislatura y confía en la adhesión de la militancia. Recientemente se le alejó el líder de UPCN Entre Ríos, el diputado José Angel Allende –quien esta semana participó de actos oficiales con Urribarri en Nogoyá-, pero no es para sorprenderse. Allende siempre tuvo una conducta oscilante con Busti, con Mario Moine y hasta con Sergio Montiel, en función de sus intereses personales. El mismo Allende que hace no mucho tiempo dijo barbaridades del gobernador, públicamente; que le colocó una carpa de protesta en la puerta de la Casa de gobierno, ahora pasó a ser aliado estratégico de Urribarri. No es casual que su hermana, Claudia Allende de Butta, pase a ser la nueva titular del área de la Discapacidad, un histórico bastión del bustismo, en especial a partir de las gestiones de Cristina Cremer de Busti y hasta de la hija del ex gobernador, Florencia Busti.

Lo de Allende de Butta se suma a los casos de Cresto y Chagas. El primero de ellos dejó de ser un referente importante en el PJ concordiense –más allá de sus cargos de las últimas dos décadas- y mientras tanto, quien más creció fue su hijo, el ex diputado provincial Enrique Cresto, quien aparece más cerca de Busti que su padre. Chagas estaba alejado desde hacía un buen tiempo del ex gobernador, pese a que fue su hacedor en la política entrerriana, después de extraerlo de las filas periodísticas del diario El Día de La Plata. No obstante, el desplazamiento de Raúl Arroyo de la Empresa de Energía de Entre Ríos es un mensaje; su esposa, la vocal del Superior Tribunal de Justicia, Claudia Mizawak, fue fiscal de Estado de Busti en su último mandato, su abogada personal y una mujer de confianza del ex mandatario.

Urribarri cuenta con un fuerte empuje de la estructura nacional, los gobernadores K, los intendentes entrerrianos –que no pueden salirse del esquema, porque están atados a la obra pública y la coparticipación- y buena parte del funcionariado, pese a que fueron los mismos que designó Busti a principios de su última gestión, en el 2003.

Urribarri está decidido a ir por la reelección y sus principales aliados son el matrimonio Kirchner, quienes alguna vez le habían “jurado vendetta” a Busti por no ser fiel a su línea política, por lo cual, en una hábil maniobra, el ex mandatario tuvo que subir a la fórmula a Pedro Guillermo Guastavino, quien conocía a los K desde la década del ’70. Siempre hubo una relación ficticia entre Busti y Kirchner y ello está quedando evidenciado en estos tiempos. Solamente los unió la estratégica decisión de pelear contra el avance de las pasteras uruguayas o el reclamo por la aparición de la joven Fernanda Aguirre, pero después de tales sucesos no hubo más nada. El quiebre fue la puja con el campo y de ese lugar nunca más se volvió.

Son tiempos de pelea y más ruptura en el oficialismo. Urribarri confía en los K, en sus intendentes, funcionarios y aliados. Busti sigue creyendo en la militancia y en su olfato, que lo ubicó tres veces en el sillón de Urquiza, como así también en el desgaste de los K.

Seguramente ambos, más allá de las estructuras –que a veces sirven y a veces no-, sabrán que están atados a una pelea nacional, por encima de lo regional. Si los Kirchner logran revertir el cachetazo que tuvieron en las últimas elecciones del año pasado y se reposicionan, Urribarri saldrá beneficiado y a Busti le será muy difícil revertir la historia. Si sucede lo contrario, con un desplazamiento de los Kirchner, nadie de los hoy oficialistas dudará en apoyar a Busti. Pero la película recién empieza.