“Nunca debimos haber guardado tanto tiempo este silencio”

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El testimonio de la muerte de Mariano Iturriza

Sandra Miguez

Mariano Iturriza murió cuando tenía 29 años en la zona de Vicente López, según un escueto reporte de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), donde operaba la Escuela de Infantería (Campo de Mayo), por ese entonces a cargo del coronel José Horacio Ruiz. Había deambulado cuatro días y cuatro noches tratando escapar de lo que sabía le estaba por suceder. El 1º de marzo de 1977 lo mataron simulando un enfrentamiento. Fue el propio genocida de Ramón Camps quien llamó a su padre para restituir el cuerpo, ya que con él había tenido contacto cuando ambos tiraban esgrima en el Club Social de Paraná. A cambio de los restos de Mariano, la familia debió pagar con el más estricto silencio. Un silencio que se fue resquebrajando hasta permitir conocer la otra historia: la de un joven comprometido con la realidad del país y que fue muerto por pensar que otro país era posible.

En estos días una placa lo recuerda en una de las escuelas en las que cursó sus estudios junto a otros compañeros que siguieron la misma lucha.

La historia de Mariano Iturriza tiene características especiales. Es una de las víctimas de la última dictadura militar. Su cuerpo fue entregado a la familia por el dictador Ramón Camps, que identificó el nombre en una lista de muertos y se comunicó directamente con el padre de Mariano, con quien había tirado esgrima en el Club Social de Paraná, ya que Camps es oriundo de esta ciudad.

La versión oficial, brindada por Camps, indicaba que Mariano Iturriza había sido abatido en un enfrentamiento, y le exigía a la familia que el tema no trascendiera públicamente. El silencio fue el precio que la familia aceptó como forma de “reconocimiento” por haber podido recuperar el cuerpo de Mariano.

“El hecho de tener un lugar donde ir a llevarle una flor es algo…”, dice su hermano Fernando, en diálogo con ANALISIS.

La familia Iturriza estaba compuesta por el matrimonio y siete hijos. Mariano era el tercero y Fernando -menor por un año y medio- el que seguía de cerca los pasos de su hermano, que había comenzado a participar de grupos de discusión con compañeros y amigos de Paraná.

“Era un muchacho como cualquier otro, que desde chico estuvo siempre muy interesado junto a un grupo de amigos acerca de las cuestiones sociales; era un lector preocupado por las cuestiones filosóficas, de reunirse con los amigos para debatir temas de carácter político y filosófico”, cuenta Fernando.

Gustavo Lambruschini, Miguel Pitta, Pablo Ferreira y El Negro Torres eran algunos de los que solían reunirse y dedicarle un tiempo valioso a la lectura y a la discusión de carácter político o filosófico, cuando aún estaban cursando el tercer año del secundario, sin participar de la militancia activa de ningún grupo político.

Sólo luego de radicarse en Buenos Aires para estudiar primero Filosofía y Letras y luego Sociología, es que Mariano comienza con su militancia activa en la Juventud de Trabajadores Peronistas y en ámbitos gremiales.

“Creo que luego entra en Montoneros, pero nunca nos confirmó eso y nos mantuvo siempre excluidos de esa vida que él había asumido”, sostiene Fernando, que reivindica la sensibilidad especial de Mariano. “La lectura y los análisis que realizaba lo llevaron a tener una visión que a mí me resultaba extraña; no comprendía el discurso de él, algo que fui comprendiendo con el tiempo, pero en ese momento él había hecho un despegue y yo había quedado desfasado”, admite Fernando y agrega: “Él se compromete en la época más virulenta. Su compromiso comienza antes de la llegada de Perón a la Argentina, y cuando viene el golpe logra ir zafando, pero en el ‘77 lo matan”.

El 1º de marzo de 1977 muere Mariano Iturriza tras deambular durante cuatro días intentando eludir la persecución de la que era objeto.

Dos días más tarde, un compañero se comunica telefónicamente con la familia en forma anónima y explica que no ven a Mariano desde hacía tres días. “Seguramente ellos tenían que reportarse todos los días y fue por eso que avisaron a casa, donde empezó la búsqueda desesperada, llamando a todas las personas con alguna influencia que se conocían, incluido Tortolo, con quien manteníamos un contacto habitual en nuestra familia. Pero Tortolo dijo no saber nada”.

Adolfo Tortolo había sido el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina y vicario castrense, además de arzobispo de Paraná, apoyaba abiertamente a la dictadura, por lo cual recibía los pedidos de familiares que recurrían a él para conocer el destino de sus seres queridos; su secretario, monseñor Emilio Teodoro Grasselli, recibía a los familiares de las personas detenidas ilegalmente y les tomaba sus datos. Luego le remitía a Tortolo una lista, que hacía en forma periódica, para que éste a su vez la enviara al Ministerio del Interior o a las Fuerzas de Seguridad. Pero el religioso negó que alguna vez le haya dado información a algún familiar sobre dónde estaba su ser querido, contradiciendo a varios testigos que declararon en el Juicio por la Verdad.

Del mismo modo, la familia Iturriza acudió a Tortolo, pero no encontró respuestas.

“Mi madre fue a Buenos Aires a recorrer los hospitales y las morgues y no encuentra nada”, relata Fernando dando cuenta del desconcierto y la angustia que por esos días vivía su familia, hasta que llegó la noticia de la muerte de Mariano a través del propio coronel de Ejército Ramón Camps, que comandaba la Policía de Buenos Aires, recordada por ser una de las ejecuciones más violentas.

“Mi padre recibe una llamada telefónica de Camps -que habían tenido relación ya que mi papá era socio del Club Social y Camps tiraba esgrima con él- y le dice que Mariano había muerto en un enfrentamiento y que estaba el cuerpo enterrado pero que lo ponía a disposición de nosotros”, recuerda Fernando.

(Más información en la edición gráfica de ANALISIS de esta semana)

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