Daniel Enz
Y cada vez que se intentó poner algún límite, Almará de inmediato salió a pedir “disculpas”, decir que estaba arrepentido y que no lo volvería hacer. Era una expresión de no más de 24 horas. Unicamente se paralizó cuando la justicia se lo ordenó, pero fuimos pocos los que llegamos a Tribunales a denunciarlo y ponerle un límite. Demasiados pocos. Contados con los dedos de una sola mano. Los demás, siguieron el juego de Almará. Por eso son tan pocos también los que hoy pueden salir, a cara lavada, a repudiar lo del ahora legislador.
Tienen miedo. Tienen miedo a la reacción, a la extorsión, a que pueda contar sus agachadas, sus chanchadas, porque siempre también se los hizo saber, en esos mensajes enviados a través de su guardia pretoriana, mezclando cuestiones personales, íntimas, en un espacio público como el de su programa radial donde todo está permitido.
Almará está comiendo de su mierda. Y es bueno que eso suceda. Pero basta de disculpas. Ya no hay margen para ello. Salvo que los mismos que no dudan en destacar ese perdón que Almará repite como una muletilla, cada vez que se nota cercado, también quieran disfrutar de esa mierda que chorrea de su boca.
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