La caída del avión de Austral en Uruguay se convirtió en la mayor tragedia aérea de la historia argentina.
De ANÁLISIS
El avión de la empresa Austral había partido desde el aeropuerto de la ciudad de Posadas (Misiones) a las 21.15 de esa noche del 10 de octubre de 1997, con destino a Aeroparque Jorge Newbery, en Capital Federal. Salió casi con una hora de demora y ya era el tercer vuelo que hacía el mismo trayecto en ese día.
El comandante Jorge Cécere y el primer oficial Horacio Núñez, tripulaban el avión DC-9-32, que promediando el vuelo se encontró con una tormenta de la que los pilotos no habían sido informados, pese a que existía información disponible sobre tal situación. Ese mismo día, un vuelo de Aerolíneas Argentina que coincidió en ruta y horario, había diseñado un plan de vuelo sobre territorio uruguayo, que evitaba atravesar la tormenta.
Apenas habían pasado las 22, cuando el avión Austral estaba por pasar por la ciudad de Gualeguaychú y comenzaría a iniciar el descenso hacia Buenos Aires. Fue allí que el comandante advirtió en los controles que la velocidad de la nave había disminuido por debajo de lo recomendable. Para compensar esa pérdida de velocidad, el piloto aumentó la potencia de los motores, pero el velocímetro continuó indicando que la velocidad seguía disminuyendo, cayendo a unos 500 kilómetros por hora.
El piloto del vuelo perdió contacto con los radares argentinos y uruguayos a las 22.23. Se encontraba a 70 kilómetros de Gualeguaychú y se había desviado de su ruta para escapar de la fuerte tormenta. Según los meteorólogos de la Fuerza Aérea Uruguaya, bruscos ascensos y descensos de aire, una temperatura de 59 grados bajo cero en la zona de vuelo y vientos de 80 kilómetros por hora eran la escenografía de esas horas.
El avión comenzó a caer aceleradamente y pese a que el piloto seguía aumentando la potencia, los controles indicaban que la velocidad seguía disminuyendo. Luego de varios minutos de intentos, el copiloto extendió los slats, intentando desesperadamente ganar sustentación, pero la presión del aire arrancó uno de ellos del ala derecha, por lo cual la tripulación perdió todo control sobre la nave, que terminó estrellándose pocos segundos después, cuando pese a lo que marcaban los registros, iba a casi 1200 kilómetros por hora.
Se precipitó a tierra sobre la estancia Magallanes, en la zona de Nuevo Berlín, a 32 kilómetros de la ciudad uruguaya de Fray Bentos. Empleados de una chacra cercana al lugar donde se estrelló el avión relataron que lo vieron incendiarse en el aire y que instantáneamente cayó.
A las 22.30, un vecino de la localidad uruguaya de Mercedes se comunicó con la fuerza aérea del país vecino para informar que había visto "una bola de fuego que caía a tierra y luego una explosión". Siete minutos antes se había producido el último contacto entre el avión y el radar del Aeropuerto Internacional de Carrasco, en Uruguay.
El coronel Walter García, titular de la Dirección de Aviación Civil uruguaya y de la comisión que investiga el accidente, relató que cuando el avión desapareció del radar de Carrasco se encontraba a 30.000 pies de altura. "Segundos después reapareció y ya estaba a no más de 6000 metros de altura, por lo que deducimos que cayó como un misil, en forma perpendicular", aseguró.
El hecho provocó la muerte de sus 73 ocupantes y se constituyó en la máxima tragedia aérea de la historia argentina.
“Fue uno de los momentos más complicados de mi vida profesional. Era director del Hospital de Fray Bentos y me llamó el intendente de Fray Bentos. Me dijo que hubo un accidente de avión, que un avión de Austral se precipitó en el departamento. Nos encaminamos a la zona de Berlín, de noche”, recordó el médico Andrés Montaña.
Hermes Luis Sauleda, periodista de Canal 12 de Fray Bentos, dijo que fue el “hecho periodístico de mayor repercusión”. “Estimo que a la 1 de la mañana estábamos en el lugar. Había una tormenta terrible. Ingresamos a un campo en un camión del ejército. Esperamos junto a la Policía y personal de Salud y Bomberos. Al amanecer ingresamos al campo del siniestro. Cuando comenzó a aclarar fue algo nunca visto”.
Ernesto Bonetti, el ex jefe de Policía de Fray Bentos apuntó que era un “día pesado”. “Sobre las 10 de la noche estábamos cenando. Recibo comunicación de la Mesa de Operaciones de la Jefatura. Me dijeron que en la zona del departamento Río Negro habían perdido contacto con un avión de Austral que iba a Buenos Aires. Quedamos desconcertados. Un avión con pasajeros. Era clave conocer el lugar en el que había caído el avión. Salió un operativo, una caravana de vehículos a la Estancia Magallanes. Sobre la 1 de la mañana llegamos a la estancia, la entrada. Buscamos en el campo en la noche. Aparecieron pedazos de fuselajes del avión. En un bajo, a unos 50 u 80 metros de la costa del río Negro. Había intenso olor a combustible quemado. A eso de las 4 de la mañana llegamos a un sitio donde había un cráter con poco de fuego, mucho humo y gran olor a quemado”.
“Teníamos muy buena comunicación con los bomberos de Fray Bentos. Ante la eventualidad de tener que prestar ayuda, preparamos equipos que podían necesitarse. Teníamos entrenamiento, capacitación y manuales. Estábamos prestos para salir. Sobre la madrugada nos llegó la noticia que no había nada para rescatar. Volvió la autobomba al lugar porque el desastre había sido absoluto”, recordó Daniel Hernández, bombero voluntario de Gualeguaychú.
Patrullas de rescate de la policía y de la prefectura uruguayas encontraron a las 4.40 de la madrugada del día siguiente al hecho los restos del avión y de sus ocupantes, dispersos en un radio de 800 metros. De las personas fallecidas, 68 eran pasajeros -tres de ellos, bebes- y cinco conformaban la tripulación.
La noticia de que el vuelo estaba en emergencia y de que había perdido contacto con las terminales aéreas se conoció cerca de la madrugada del día después de la caída del avión, lo que provocó que de inmediato comenzaran a acercarse al aeroparque Jorge Newbery familiares de los ocupantes del avión. Escenas de hondo dramatismo se vivieron en el hall de la central aérea durante más de cuatro horas. La incertidumbre sobre el destino de la nave generó llantos, desmayos, algunas esperanzas, pero principalmente indignación. El brigadier Vázquez anunció que el avión había sido encontrado a 35 kilómetros de Fray Bentos y que no había sobrevivientes a las 5 de la madrugada, casi tres horas después de que la noticia fuera confirmada a los medios de comunicación por las autoridades del país oriental.
“Creía que podíamos encontrar la cola, algo de la nave. Pero nada de eso había en el cráter. Había árboles quemados, olor a combustible y restos muy pequeños, molidos de una nave impresionante de grande”, acotó el periodista Sauleda.
El ex jefe de Policía uruguayo manifestó que no sabían qué iban en encontrar. “Era un gran cráter y no había ni restos de personas. La caída había prácticamente hecho explotar los cuerpos de los 74 tripulantes. Era algo inesperado, indeseado. Gente de la Argentina que había caído en el Uruguay y había que tratar la situación con el mayor respeto posible porque era gente extranjera. Cuando llegaron máximas autoridades esperaban los restos de los fallecidos y no había nada”.
La misión de rescate
Un vuelo especial de Austral partió pocas horas después para Gualeguaychú con 44 familiares de las víctimas con la intención de trasladarlos hasta el lugar donde se estrelló el DC-9 para identificar a los cadáveres. Pero la misión fracasó: una vez en Entre Ríos, funcionarios judiciales explicaron que no había nada para reconocer. Un cráter de 15 metros en el sitio del impacto, el área relativamente reducida en que se dispersaron los restos (unos 200 metros por 100 metros) y hasta el hecho de que los dos motores no habían sido encontrados hasta varias horas después del hecho, concluyeron que el DC-9 golpeó con más fuerza que en una caída libre casi vertical.
“Lo que encontramos de restos humanos se puso en una bolsa, se trajo al hospital y luego fue depositado en el Cementerio de Fray Bentos”, dijo el médico Montaña. “En varias oportunidades nos reunimos con familiares. Hacían responsable a tripulantes, a la empresa. Había una disconformidad generalizada”.
“Se rescataron restos humanos pequeños, documentos de identidad, monedas, alhajas. Vinieron técnicos argentinos, no sólo los uruguayos. Especialistas aeronáuticos. Se buscaron las cajas negras y fueron llevadas a los Estados Unidos, donde se peritaron. El motor del avión tenía un metro de alto, el avión se aplastó”, dijo Bonetti.
Silvestre Barrera, juez que investigó la causa en Uruguay, contó: “En Estados Unidos hicieron una lectura veraz de las cajas negras. Se probó que había sido un problema de los pistones, unos aparatos ubicados en la parte lateral de los aviones. Ellos quedaron con una carta común y corrientes. En vez de ir para arriba, ellos fueron para abajo. En la grabación quedó registrada la voz del piloto”.
El periodista uruguayo agregó que “no hubo inconvenientes” para el trabajo. “Logramos hablar con las autoridades, el capaz del campo donde cayó. Testimonios de jerarquías policiales y militares. Se desprendía que no había nadie vivo. Cómo había podido desaparecer prácticamente de la faz de la tierra un avión de ese porte”, describió. “Había muchos elementos de metal, cablerío, pero si no sabías, nada te hacía pensar qué había pasado”.
Bonetti acotó que fue algo inesperado. “Fue el hecho más fuerte e inesperado que vivió en esos cinco años. No hubo un maletín como se dijo. Fue una denuncia de muy mala fe con un grupo de gente que solidariamente, más allá de su trabajo, dedicó horas de su vida. Haber hecho esa denuncia es simplemente canallesco. Siempre que me llamó la atención que nos trataran como se tratan ellos. Haber sido denunciados, no por lo personal, sino una falta de respeto para con la gente que colaboró en algo que nos cayó del cielo”.
El juez que investigó expresó que el avión se desvió a Uruguay por la tormenta. “El fría congeló los pistones y agarró a tierra”. “Familiares plantearon en el Juzgado que había un maletín con muchos millones de dólares y pedían excavación. Yo les dije que sí, pero a costo de ellos. Quién soy yo para pedirle al Estado uruguayo. Se enojaron y no lo hicieron porque tenían traer las máquinas, la vigilancia. No afrontaron los gastos”.
Los hechos fueron investigados principalmente por la Comisión Investigadora de Accidentes de Aviación (Ciada), dependiente de la Dirección General de Aviación Civil de la República Oriental del Uruguay y la Justicia Federal argentina.
El informe de la Ciada concluyó que la causa probable inmediata del accidente fue la extensión de los slats realizada por el copiloto, a una altitud y a una velocidad incompatible con su integridad estructural, lo que provocó su ruptura y la pérdida de control definitivo de la nave.
La Ciada señaló también las "causas endémicas" las insuficiencias en el despacho del vuelo, la falta de información a los pilotos de las condiciones climáticas, la planificación de una ruta de vuelo afectada por condiciones meteorológicas adversas, falta de ayudas a la navegación para los pilotos debido a que el VOR de Gualeguaychú estaba fuera de servicio, insuficiencias en los avisos Sigmet, referidos a información meteorológica significativa, el ingreso al espacio aéreo uruguayo inadvertido por los pilotos sin comunicarse con Montevideo, la decisión del copiloto de extender los slats sin consulta previa con el comandante, la falta de indicaciones en los manuales del avión sobre los límites de uso de los slats, entre otras circunstancias, tuvieron su incidencia.
“No puedo entender cómo estas cosas pasan en Argentina. Cómo el mismo juez que sobreseyó a todo el mundo con un argumento absurdo. Una decisión que dice que los pilotos se bloquearon y el avión cayó. Cuando se le viene el juicio político, procesa a todo el mundo, a diestra y siniestra. Ballesteros hoy es camarista y está todo bien, es increíble. Fue una época marcada por absoluta falta de control de la Fuerza Aérea, absoluta permeabilidad a corruptela. Dispensa mal otorgada, ilegal. El avión requería una alarma para que los pilotos supieran que estaban yendo muy rápido o muy lento, esa alarma no estaba. Y fue lo que pasó. Está todo hecho a medida para que el juez conserve su puesto, para que la Fuerza Aérea salga indemne”, valoró en su momento el director Enrique Piñeiro.
La investigación realizada por la justicia penal de Argentina se extendió durante casi una década, procesando a 28 personas como eventuales responsables del accidente. Pasaría otra década más para que esas 27 personas fueran formalmente acusadas para ser sometidas a juicio oral.
Algunas condenas llegaron 22 años después de la tragedia aérea. Muchos de los familiares de las víctimas también ya habían fallecido por el paso del tiempo y las eternas postergaciones de la justicia. De ese avión en el que viajaban las 74 víctimas y que pesaba 40 toneladas, volvieron restos humanos que entraban en dos ataúdes. Fue la peor tragedia aérea de la historia, pero a pocos les importó.