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Más de 200 Mujeres Rodanteras celebraron su encuentro viajero en Villaguay

Durante cuatro días, mujeres de todo el país y más allá, poblaron un camping de Villaguay. El segundo Encuentro Nacional de Mujeres Rodanteras confirmó que viajar es un acto de sanación y libertad compartida.

Durante cuatro días, un camping entrerriano se convirtió en un pequeño país de mujeres viajeras. Llegaron 178 vehículos desde todos los rincones del mapa: compartieron rutas, historias, bailes y juegos. La comunidad ya suma 1.400 integrantes y crece sin pausa. “No necesitamos un motorhome para ser libres. Necesitamos animarnos”, dicen.

El primer motorhome aparecía en la curva de acceso al camping de Villaguay como una sombra grande y lenta. Después llegaron autos, camionetas, algunos utilitarios. De a poco, los 178 vehículos autorizados por el municipio fueron ocupando su lugar bajo los árboles, como si el verano se adelantara a recibirlas.

Fueron 220 mujeres que, durante el fin de semana largo, volvieron a encontrarse en Villaguay para celebrar el segundo Encuentro Nacional de Mujeres Rodanteras.

Silvia Di Biase, una de las impulsoras de este movimiento, que ya suma quince encuentros grandes en distintas provincias, contó: “El intendente nos invitó, le pedimos que nos habilite la pileta y nos dijo que hasta 200 vehículos nos dejaban. Entraron 178, un montón. Y todas mujeres”, dice, como quien anota una certeza más que un dato.

“Viajo sola, pero acompañada”: el lema que se repite en cada caravana.

El año pasado, en septiembre, habían sido 120. Esta vez llegaron desde más lejos: Salta, San Juan, Río Negro, Neuquén, Misiones. También desde Uruguay, ese cruce de fronteras las sorprendió a todas.

Se habla de rutas, de vida

Al caer la tarde, cuando las piletas empezaban a vaciarse y el calor guardaba sus armas, los grupos se armaban solos. No se hablaba de kilometrajes, de mapas, ni de mecánica, como podría imaginar cualquiera. En cambio, se conversaba de lo otro, lo que duele, lo que se supera, lo que cicatriza lento.

“Siempre pasa lo mismo en los encuentros”, cuenta Silvia. “Creés que vas a escuchar historias de viaje y terminás escuchando historias de vida. Historias que muchas nunca se animaron a contar en su casa”.

En un quincho, una ronda improvisada compartía mates. En otro, una mujer contaba cómo fue volver a viajar después de una separación dura. En otro sector, alguien recordaba a una compañera de Posadas que está transitando un cáncer y que todo el grupo acompañó con colectas y mensajes. “Es como saber que acá nadie te va a juzgar”, dice una de las participantes. “Por eso, tal vez, todas hablamos”.

En los quinchos, las charlas pasaban de los mapas a las vidas.

La solidaridad no se limita al camino: es el camino. Hace unos meses, cuando Bahía Blanca se inundó, una de las rodanteras de esa ciudad pidió ayuda. No había forma de enviar donaciones físicas, así que el grupo organizó una colecta de dinero. Entre las 1.400 integrantes, cada aporte fue un granito, pero alcanzó para comprar víveres que ella misma llevó a los centros de evacuación.

La vida social del encuentro tiene rituales firmes: campeonato de newcom, buraco y tejo; la cena comunitaria bajo un quincho enorme de techo de paja; un baile que este año incluyó a un grupo de chamamé juvenil que hizo vibrar la noche entrerriana.

 

Fuente: Río Negro.com.ar

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