
El papa León XIV.
Sergio Rubin
Elegido como garante de la continuidad de la línea de Francisco, pero evitando las decisiones y actitudes disruptivas de Jorge Bergoglio para así fortalecer la unidad de la Iglesia, Robert Prevost comenzó a definirse sobre cuestiones que generan tensiones internas.
Después de la muerte de Francisco, un grupo mayoritario de cardenales consideraba que su sucesor debía seguir las grandes líneas de su pontificado, pero evitando profundizar las decisiones y actitudes del disruptivo pontífice argentino, que habían generado fuertes tensiones internas entre conservadores y progresistas.
Dicho de otro modo: el nuevo papa debía fortalecer la jaqueada unidad de la Iglesia, sin traicionar el modelo abierto, dialogante y despojado de Jorge Bergoglio.
Para ese grupo, Robert Prevost surgía como el candidato adecuado porque lo consideraba un fiel intérprete de Francisco con la cuota de cautela requerida para la nueva etapa.
Al fin y al cabo, Bergoglio en cierta forma lo había puesto en camino al designarlo primero obispo de una diócesis populosa de Perú y luego al frente de uno de los ministerios más importante del Vaticano, la congregación que selecciona los candidatos a obispos.
Si bien su elección fue rápida -pese a que los votantes eran muchos y pocos se conocían-, sus promotores debieron vencer la ofensiva de parte de la curia romana que impulsaba la candidatura del secretario de Estado, Pietro Parolin, a la que se sumaron -para evitar la elección de un bergogliano- los más conservadores. Dicen que fue clave una enérgica moción del argentino Ángel Rossi pidiendo no demorar la elección de Prevost.
Así las cosas, un estadounidense nacionalizado peruano se convirtió en el nuevo pontífice con sus matices y su impronta porque no es una mera copia de Francisco.
Pero que, en línea con la aspiración de sus votantes, quiere ejercitar en la Iglesia un difícil equilibrio que acote las polarizaciones que padece. Un desafío en cierta forma facilitado por la personalidad componedora que se le atribuye a Prevost.
Después de unos primeros meses en los que privilegió la reflexión y planificación de su misión -sin por ello dejar de abogar por la paz mundial, una de sus grandes preocupaciones-, comenzaron a conocerse sus posiciones acerca de varias cuestiones que suscitan controversia dentro de la institución, algunas de larga data, otras más nuevas, todos factor de tensión entre conservadores y progresistas.
Sobre todo en los últimos días se conocieron tramos de una entrevista al papa de la periodista vaticanista Elise Ann Allen para el libro “León XIV: ciudadano del mundo, misionero del siglo XXI”, que acaba de publicarse en Perú, en la que se refiere a cuestiones como las bendiciones a parejas gay, el acceso de las mujeres al diaconado y la misa preconciliar, popularmente conocida como misa en latín.
Luego de admitir que el tema de los homosexuales es “altamente polarizador en la Iglesia”, el pontífice rechaza la bendición de las uniones gay, más allá de que se la otorgue a los integrantes de la pareja, sin que ello implique una sacramentalización o ritualización de esos enlaces, una posición en línea con un documento del Vaticano de los tiempos de Francisco que en su momento levantó mucha polvareda.
En ese aspecto, León XIV dice que sigue la posición de Francisco en cuanto a que la Iglesia debe estar abierta “a todos, todos, todos”. Esto llevó al jesuita James Martin, conocido mundialmente por su prédica en favor de la incorporación plena de los gay a la institución, a decir que el enfoque de Prevost “es una continuación del que tenía Francisco, lo cual es muy positivo”.
No obstante, León XIV afirma que “le parece muy improbable en un futuro cercano que la doctrina de la Iglesia cambie en términos de sexualidad y matrimonio”, y señala que “la familia es un hombre y una mujer, bendecidos en el sacramento de matrimonio”. Lo que llevó a organizaciones católicas progresistas alemanas a considerar sus posiciones como “extremadamente decepcionantes”.
Desde el otro extremo ideológico, un colectivo católico ultraconservador le escribió escandalizado a León XIV porque el Vaticano autorizó días atrás a un millar de homosexuales que protagonicen una serie de celebraciones en Roma que incluyeron el cumplir con el ritual de todo Año Jubilar como el actual de atravesar en procesión la Puerta Santa de la basílica de San Pedro.
La carta es severa: le pide al papa “ante la descarada ofensiva de quienes exigen la legitimidad moral de las relaciones y uniones homosexuales” que “confirme y reitere la enseñanza perenne de la Iglesia expresada en el Catecismo, a saber: que tales relaciones son ‘objetiva e intrínsecamente desordenadas’” y que la Biblia “las caracteriza como graves depravaciones”.
Este grupo ya le había enviado en 2015 a Francisco otra carta en la que le pedía que no permitiera que los católicos divorciados en nueva unión reciban la comunión por considerar que tienen relaciones fuera del matrimonio sacramental. Pero Bergoglio lo autorizó, aunque supeditado al análisis de cada caso y tras el buen criterio del obispo correspondiente.
En cambio, León XIV se mostró conciliador con los sectores más conservadores respecto de la celebración de la misa en latín, que consideró otro de los temas “polarizados” en la Iglesia.
Benedicto XVI la había rehabilitado parcialmente y Francisco la fue acotando sensiblemente con base en autorizaciones cada vez más limitantes.
No porque le complaciera, sino para evitar otro foco de tensión, León XIV autorizó días pasados al ultraconservador cardenal Raymond Burke celebrar la misa tridentina en la basílica de San Pedro el 25 de octubre, en el marco de la tradicionalista peregrinación Summorun Pontificum, cosa que Francisco no había permitido en años anteriores.
Además, León XIV descarta “por el momento” la ordenación de diaconisas, un reclamo que congregaciones femeninas le venían haciendo a Francisco, que a su vez creaba comisiones para su estudio que, en el fondo, trasuntaba su falta de voluntad de avanzar por falta de convencimiento y la oposición de los sectores conservadores.
El diaconado es el primer peldaño del orden sagrado -sus miembros pueden bautizar, casar y predicar- al que le sigue el sacerdocio y el episcopado. La ordenación de diaconisas implica el comienzo del acceso a ministerios ejercidos por hombres, quedando a la vuelta de ser sacerdotisas, a lo que la Iglesia se opone firmemente.
Como escribió por estos días una vaticanista argentina, las primeras definiciones de León XIV están produciendo que la “luna de miel” con sus fieles esté llegando a su fin. Habrá que ver cuánto hay de convicción del pontífice en sus decisiones y cuánto de deseo de no afectar la unidad de la Iglesia. Aunque esto semeja a una manta corta.
El tiempo dirá.
(*): publicada este domingo en TN.