Vacunas: ¿cínicos, perversos o canallas?

Ginés González García

Ginés González García renunció al cargo de ministro de Salud tras conocerse la información sobre el vacunatorio "vip".

Por Rogelio Alaniz

Después de todo no deberíamos sorprendernos. El escándalo de las vacunas ya era visible antes de su estallido con las denuncias del comodoro Horacio Verbitsky. Nos sorprendemos, porque si bien creemos que son capaces de todo suponemos que algún límite tienen, ese límite que no impone la creencia política o la ideología sino la más mínima decencia. A ver si nos entendemos. En la Argentina puede discutirse el modelo de crecimiento económico del país, si la estrategia es el mercado mundial o el mercado interno, si hay que favorecer al campo o a la industria o acerca de las modalidades de crecimiento económico y distribución de la riqueza. Pero en una nación hay temas que están fuera de discusión; que deberían estar fuera de discusión. La vacuna es un ejemplo. Carajo. Hay más de cincuenta mil muertos, hay incertidumbres, miedos, hay gente que está arriesgando la vida todos los días luchando en las primeras líneas de fuego contra el Covid, hay vacunas escasas. Se supone que con estos temas no se puede joder. Son temas graves, importantes, dolorosos para estar sometidos a privilegios rastreros. Son temas que no se discuten, que están fuera de debate.

No es necesario ser de derecha o de izquierda, conservador o liberal, progresista o reaccionario para reunir las condiciones mínimas de la decencia. La vacuna se administra como corresponde. No puede, no debe haber privilegios, trapisondas negocios sucios. Esto ya no pone en juego la ideología, las certezas políticas; pone en juego la sensibilidad, la condición humana de los funcionarios, de las personas responsables de dirigir esta crisis. Se trata –a ver si nos entendemos- de sencillamente ser un buen tipo. Una virtud que la ejerce el vecino de al lado, el vendedor ambulante de la esquina, la señora que en este momento cruza la calle, dos amigos que toman un café en un bar, el camionero que el otro día a las dos de la mañana se paró en la ruta para ayudarme a cambiar la goma. Un buen tipo. Supongo que todos saben de lo que estoy hablando ¿Es tan difícil entenderlo? ¿Se entiende lo que explico?

En Inglaterra, cuando las bombas de la Luftwaffe caían sobre Londres se tomaron medidas estrictas que incluían reducir alimentos por razones de recursos y de equidad. La familia de Churchill y la familia real dieron el ejemplo. ¿Qué hubieran hecho en su lugar Gines González García o los voraces tiburones de la Cámpora? Churchill y los Windsor, eran conservadores y claro está, monárquicos. Por ideología y posición política suponen que constituyen una elite destinada a gobernar el país. Sin embargo jamás se les ocurrió valerse de estas concepciones de clase para obtener privilegios en medio de una tragedia nacional. Por el contrario, sostuvieron que el rol de elite no otorga privilegios sino deberes. Esta idea del deber es la que parece estar ausente en esta crisis y me temo parece estar ausente en la cultura política populista.

Es verdad, la cultura del acomodo, la cuña, el recomendado es una añeja tradición de la picaresca criolla. No la inventó Ginés, ni Alberto, ni Vizzotti. Pero convengamos que el hecho de no haber sido los inventores de la criatura no les quita la virtud de haberse esmerado en acentuar los rasgos más repugnantes de esta tradición bochornosa. Insisto en desestimar por el momento los aspectos ideológicos o políticos. Les resultaría si se quiere cómodo a los corruptos atribuir sus conductas a la ideología. Lo que hicieron es canalla y miserable pero, y aquí conviene darle una vuelta de tuerca más a la trama. Lo sucedido va más allá de una conducta individual o un “error humano”.

Yo no estoy en condiciones de asegurar que el peronismo o el populismo es responsable de estas conductas, pero convengamos que “algo hay” en una visión del poder que dice legitimarse en nombre de la igualdad y viven en los barrios más caros; que pregonan las virtudes de la pobreza y acumulan cargos y fortunas; que se rasgan las vestiduras en nombre de la solidaridad mientras se apropian de las pocas vacunas disponibles para favorecerse ellos, sus parientes y compadres. “Algo hay” que no solo alienta estas conductas sino que las legitima y en algunos casos hasta con inocencia. ¿Inocencia? No se me ocurre otra palabra, aunque admito que no es muy precisa porque tratándose de los personajes que hablamos la palabra que menos los identifica es la inocencia. Sin embargo, el hábito el privilegio les otorga una cierta candidez aunque parezca ridículo.

El comodoro Verbitsky diciendo que no se le ocurrió pensar que vacunarse en la sección VIP del Ministerio de Salud, es un ejemplo. Un personaje viscoso, con un pasado complicadito por donde lo quieran mirar, considera que vacunarse recurriendo a la amistad con Ginés era el acto más normal del mundo. ¿Miente? Puede que sí, puede que lo suyo haya sido una operación planificada para destituir a Ginés para alegría de Cristina en el día de su cumpleaños. Pero me animo a postular –no a afirmar- que años de privilegios provocan estos resultados. Años de quedarse con planes sociales, de domesticar a los pobres sometiéndolos a su capricho y aprovechándose de sus necesidades; años de manejar los recursos del estado como recursos propios, alientan estas conductas, las naturalizan, están convencidos que tienen derecho a hacerlo, un derecho que ni siquiera Isabel Windsor, la reina Máxima o Felipe Borbón reclamarían para sí. Años de contactos oportunos, de suponer que del poder se abusa porque al poder se lo ejerce y ese ejercicio incluye naturalmente su abuso, desde lo más pequeño a lo más grande, desde vacunarse y vacunar a los parientes a saquear al estado, modelan la mente y hasta el rostro.

Insisto en los detalles menores porque en cierto punto son los que importan, los que más ponen en evidencia una concepción, una práctica social (como se decía en otros tiempos). “Yo no sabía que estaba actuando mal”, dice Valdés. Y hasta tengo ganas de creerle porque la amoralidad se expresa a través de esa frase. No hacen el mal porque son malos, hacen el mal porque han perdido noción de lo que está bien o está mal. Y lo hacen sin culpas. Como los psicópatas. Nos enteramos de que el sobrino de Ginés era funcionario destacado del Ministerio de su tío, cargo que tengo derecho a pensar no lo obtuvo por sus conocimientos en materia de salud. Su tío se fue eyectado del ministerio y en la volteada cayó el sobrino. ¿Qué hizo este buen muchacho? A las pocas horas del acontecimiento decide asumir el cargo de diputado. Calladito la boca. En todos los casos, las uñas largas y las manos sucias.

Pero hay más. Los chicos del Cámpora atribuyéndose el rol de vacunadores salvadores para enterarnos que los primeros en “salvarse” son ellos. ¿Todos? Quisiera creer que no, pero lo que yo crea tiene poca importancia. Pero no solo vacunan a amigos y se vacunan ellos robándole salud a los que la necesitan para vivir. También la venden. A 50.000 pesos. Son unos hijos de puta. Gestionaron las vacunas para la mierda. Estamos entre los países que menos vacunamos. No sabemos que pasó con Pfizer o a qué precio ascendió el pedido de coima, pero los caballeros se vacunan entre ellos. Y la que sobra la venden un ojo de la cara. Son unos hijos de puta.

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