
Imagen de archivo del padre Juan Carlos Molina junto a Cristina Kirchner.
Sergio Rubin
La polarización política está alcanzando en el país una dimensión que supera lo imaginable. A la escalada de improperios, que desde hace demasiado tiempo atraviesa el debate público y a los sucedáneos violentos que por ahora no pasaron a mayores, se acaba de sumar una experiencia mística.
Como parte de su embestida contra su enemigo político -en este caso es Javier Milei-, un sacerdote afirmó recientemente haber recibido un mensaje del más allá del papa Francisco.
Es el padre Juan Carlos Molina, que hace poco más de una década cobró cierta notoriedad pública por haber estado al frente de la entonces llamada secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (SEDRONAR), durante la segunda presidencia de Cristina Kirchner. Desde esa función, defendió la “no criminalización” del consumo. Renunció apenas un año y medio después tras “cumplir los objetivos”, según se informó.
Molina surgió como sacerdote de la congregación salesiana actuando en la localidad santacruceña de Caleta Olivia. Luego -sin que se conozca el motivo- pasó al clero de la diócesis de Río Gallegos. Creó la Fundación Valdocco -nombre del barrio turinense donde don Bosco empezó su obra- que cuenta con cuatro hogares para rehabilitación de adictos y asistencia a menores en Puerto Bermejo y en el Impenetrable, en Chaco; en Cañadón Seco, Santa Cruz, y en Haití.
En Santa Cruz logró establecer una relación con la familia Kirchner, especialmente con Alicia, quien lo convocó como asesor ad honorem del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación cuando ella estaba al frente.
La extensión de la relación con la cuñada, Cristina, y su cargo en la Sedronar, llevaron al entonces obispo de Río Gallegos, Miguel Ángel D’Annibale, a suspenderlo en sus funciones sacerdotales mientras ejerciera el cargo.
Por entonces, Molina fue recibido por Francisco, de quien se declaraba un gran admirador y dijo recibir el apoyo para sus programas de prevención de las adicciones y recuperación de adictos y su adhesión a la oposición a la penalización del consumo. Luego de su salida de la Sedronar, siguió vinculado a Cristina. De hecho, promovió un homenaje que ella le tributó el año pasado al padre Carlos Mugica con motivo de los 50 años de su asesinato.
Días pasados, Molina estuvo en Roma y a su regreso formuló declaraciones a una radio reproducidas en las redes en las que sorprendió al afirmar que presenció “un milagro porque las casualidades no existen”. “Estando frente a la tumba de Francisco, en ese momento, me entra un mensaje (de Francisco) diciendo: ‘por favor, llévale esto al Papa León’”, aseguró. “Lo cuento y me pone la piel de gallina”, añadió.
“Así que fui a ver al Papa León XIV como enviado por Francisco”, continuó y, sin precisar si fue en un encuentro en medio de una audiencia general o en una audiencia privada, narró: “Me acerqué, le di la mano, lo saludé, le dije que soy un cura argentino y le conté un poco lo que hacía con Francisco, las tareas que me daba Francisco y ahí hablamos mucho, mucho, mucho de la situación argentina”.
Aseguró también que hablaron “mucho de Cristina, de su condena y su proscripción, de los jubilados, de que tenemos cada vez más pobres, que es mentira que bajó la pobreza, de que hay más desocupación, de que hay más hambre, del problema del Garrahan, de los problemas oncológicos, de los discapacitados, de los pueblos originarios, del odio y la crueldad, de las persecuciones”.
Habrá que suponer que León XIV le concedió bastante tiempo para que pudiera exponerle todas esas situaciones con una actitud que llevó a Molina a decir que “es un gran escuchador que me hablaba con los ojos”. Pero lo más llamativo es el pedido que el cura le hizo. “Le pedí que no venga a la Argentina, que este no era el momento porque esto sería darle de comer a la derecha”, reveló.
Con su vuelta al país, Molina anunció que será candidato a diputado nacional encabezando la lista del peronismo de la provincia de Santa Cruz -lo que le asegura el acceso a la banca-, y provocó que el obispado de Río Gallegos -ahora a cargo del obispo Ignacio Medina- volviera a tomar distancia de su nueva dedicación a la función pública, ahora legislativa.
En un comunicado en términos particularmente severos, que reflejan el desagrado con la incursión del clero en la política partidaria y la asunción de cargos públicos, el obispado dice que la candidatura de Molina “responde exclusivamente a una decisión personal” y que “en ningún caso expresa la voluntad, ni el parecer de la Iglesia diocesana de Río Gallegos”.
“Por lo tanto, ninguna de las manifestaciones que se viertan en campaña o durante su posible mandato, deben ser entendidas como expresión de la voluntad de esta diócesis”, subraya y señala que el cura “no ejercerá el ministerio presbiteral de manera pública ni privada durante el período de campaña y/o futuro ejercicio del mandato legislativo”.
La precisión del obispado -además de pertinente- resulta particularmente oportuna en momentos en que algunos sacerdotes -si bien un grupo muy minoritario- toma una posición partidaria que daña a la Iglesia como institución y a la comunidad de fieles porque, por definición, los sacerdotes deben ser signo de unidad y no reflejo de una parcialidad.
Pero lo que más llama la atención de Molina es su inclinación a profundizar aún más la grieta en contraposición con una Iglesia que desde la crisis de 2001 viene clamando por bajar el nivel de confrontación -más allá de las saludables diferencias en democracia- y promoviendo el diálogo para la búsqueda de soluciones a los grandes desafíos del país.
Molina no puede ignorar que el propio Jorge Bergoglio como arzobispo de Buenos Aires levantaba con fuerza esas banderas y siguió haciéndolo como pontífice, aun a costa de ser acusado de inmiscuirse en la política y de presuntamente adoptar una actitud sectaria privilegiando al peronismo.
Por eso, además de insólito, es grave que use un inverosímil mensaje de ultratumba para seguir cavando la grieta. En ese sentido, que milite contra la visita de un pontífice al país. Se puede saber cómo comienza la polarización, pero no hasta dónde puede arrastrar a sus cultores.
(*) Esta columna de Opinión de Sergio Rubin fue publicada originalmente en el portal de TN.