Soledad Weimer
Ellos miran la tierra surcada desde perspectivas que se tocan pero se diferencian: allí donde uno encuentra su espacio de acción y desarrollo profesional, el otro descubre su lugar, su hábitat natural. Uno desde el conocimiento científico, el otro desde la experiencia adquirida, pero ambos desde el hacer. Un ingeniero agrónomo y un chacarero desarraigado describen su realidad y, desde ella, la situación del campo entrerriano.
El diploma de ingeniero agrónomo otorgado por la Universidad Nacional del Nordeste colgaba de una de las paredes del escritorio donde Pedro Barbagelata se disponía a hablar. Recién llegado del corte sostenido por el sector agropecuario en el Túnel Subfluvial y aún movilizado por el espíritu de lucha, conservaba la templanza propia de quien se siente seguro en sus convicciones.
“Yo soy nacido en Paraná, pero con una permanente vivencia en el ambiente rural porque mi padre era el encargado del campo de la familia. Tras el proceso hereditario, nos quedamos con una fracción de campo y hoy soy yo el responsable de esa empresa familiar, junto a un hermano mío que es veterinario y un hijo -la nueva generación-, que también es veterinario”.
El campo al que se refiere está situado en el kilómetro 85 de la ruta nacional Nº 18, distrito María Grande Primera. Tiene actualmente 1.650 hectáreas, de las cuales un 65 por ciento es monte natural. Allí concentran la ganadería, mientras en el campo laboreado trabajan algunas hectáreas de pradera y agricultura en siembra directa.
Más hacia el sur, en el distrito Quebracho, se extiende el campo de la familia de Manuel Juan Carlos Bovier, un pequeño productor agrícola de la zona de Viale a quien nadie conoce sino como Lito.
“El alambrado del campo mío deslinda departamento Paraná y departamento Nogoyá. Nosotros tenemos todo el campo en condominio con mis hermanos. Una parte la tenían ya mis padres de herencia. Y después, cuando éramos gurises, mi finado papá compró unos lotecitos más y los puso a nombre nuestro. Los pagamos con el sacrificio de todos”, explica tras enumerar los lotes que hacen un total de 140 hectáreas, entre las cuales, aclara, “hay una buena porción de desperdicio en monte y cañadones”.
Toda su vida transcurrió más allá del área urbanizada hasta hace quizás una década, cuando tuvo que entregar el campo que arrendaba hacía 32 años y se vio obligado a trasladarse a la ciudad de Viale. “A la fuerza me acostumbré. Pero no, el pueblo a mí no me gusta. Si tuviera la oportunidad de volver al campo, me vuelvo”.
Ahora, además del terreno que le corresponde y las fracciones que ha comprado a sus hermanos, arrienda lotes de entre 6 y 54 hectáreas en zonas distanciadas entre las que divide sus días de trabajo.
Lito nació, se crió y fue a la escuela en la zona rural. Cuenta orgulloso que tiene el título de Técnico en Granja, con diploma de honor y medalla de oro, pero que nunca ejerció porque a él le gusta el campo, y para él, el campo son las extensiones de tierra sembrada que recorre a lomo de caballo.
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