Américo Schvartzman
“No hay cosa como la muerte para mejorar la gente”, escribió Borges en una de sus letras “para las seis cuerdas”. La ambigüedad del verso es suficiente como para abarcar al menos dos posibles sentidos: ¿a quién mejora la muerte, a quien fallece a la vista de los vivos? ¿O mejora a quienes quedaron, toca algo en su fibra que los vuelve menos fanáticos, menos intolerantes, menos injustos?
Diez años atrás, Raúl Alfonsín era despedido con honores tanto desde las máximas autoridades argentinas, con palabras elogiosas de Cristina Fernández de Kirchner y de todo el arco de la dirigencia política, como también por amplios sectores de la población, muchos de los cuales formaron la multitud que lo despidió en Recoleta.
Es comprensible: había muerto el primer presidente argentino en la recuperación de las instituciones democráticas. El que encarriló la marcha de la democracia hacia su consolidación. El que se atrevió a impulsar el juicio a las juntas –hecho histórico e inédito en el mundo–. El que inició su gestión con un plan económico que podría (no sin ironía) calificarse como “nacional & popular”. El que le paró el carro a Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos y en su propia casa, saliéndose del libreto, respondiendo con firmeza a una bravuconada intervencionista del vaquero (seguro algunos recuerdan aquella tapa de El Periodista: “Alfonsinazo en Washington”). El que posibilitó que la Argentina tuviera ley de divorcio. El que promovió el diálogo para consolidar la democracia, mediante un Consejo de notables cuyas recomendaciones, por ejemplo, fueron señaladas como antecedentes de la Ley de Medios por el kirchnerismo.
El que se animó a avanzar en la paz con Chile a través de una consulta popular, diez años antes de que la Constitución incorporara ese mecanismo –que dicho sea de paso, nunca después un Presidente ni el Congreso impulsaron–. El que creó la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas, para documentar cada una de las violaciones de derechos humanos de la dictadura y así fundamentar el histórico juicio. El que instrumentó un programa de alfabetización masiva, bajando a la mitad el analfabetismo, llevándolo a niveles de Europa. El que normalizó las universidades. El que convocó a discutir la educación en un Congreso Pedagógico masivo. El que eliminó la censura estatal y en apenas meses reorganizó los medios públicos abriéndolos a una renovación hasta hoy inigualada. El que planteó la necesidad de descentralizar el país, trasladando la capital a Viedma. El que inició el camino del Mercosur. El que intentó crear mecanismos multilaterales para que los países latinoamericanos abordaran juntos la cuestión de la deuda externa. El que se propuso democratizar los sindicatos burocráticos.
No obstante, también había muerto otro Raúl Alfonsín. El primer presidente argentino en la recuperación de las instituciones democráticas. Sí. El que dilapidó la mayor oportunidad en la historia reciente de refundar el país sobre la base de un acuerdo nacional entre los sectores sociales para darle otras bases a la democracia argentina. El que optó por legitimar la deuda externa fraudulenta en lugar de denunciarla. El que, tras un primer intento con un plan económico progresista, se volcó luego a las recetas ortodoxas, de ajustes y “economía de guerra”. El que llegó al poder denunciando “el pacto sindical-militar” y terminó pactando leyes del perdón con los militares –obediencia debida y punto final– y acuerdos con los burócratas sindicales, a quienes les dio un ministerio y les ofrendó la cabeza degollada de la Ley Mucci. El que llevó los índices de pobreza al histórico 47 por ciento de 1989. El que no pudo evitar la hiperinflación, llegando al 78,4 por ciento en mayo de ese año. El que debió irse del gobierno antes de terminar su mandato. El que no dudó en cultivar el macartismo cuando las papas quemaban, o en negociar un Pacto de Olivos para “salvar al país”, pero de paso también habilitar todo lo que quería Menem a cambio de ¿salvar al país? Incomprobable. En cambio sí es comprobable que la UCR, su partido, recibió a cambio una cláusula constitucional tan práctica como operativa: un senador por la minoría en cada provincia.
(Más información en la edición gráfica número 1094 de la revista ANALISIS del 4 de abril de 2019)