El ocaso del consenso

Por Ricardo Lorenzetti (*)

 

En la actualidad, los diseños institucionales y tecnológicos promueven el desencuentro y la pérdida del control de las narrativas unificadoras de los países.

La polarización, difundida en muchos países, preocupa porque se discute sobre todo, pero no se logran acuerdos sobre nada.

Cabe aclarar que el conflicto es inevitable, y en general es bueno para motorizar el cambio, pero requiere unas bases estables. Es un partido que se juega entre dos equipos, pero deben existir reglas y un árbitro. El problema es que cada vez hay menos reglas de juego consensuadas y se impugna a los árbitros.

En una sociedad plural el consenso no significa que todos piensen igual, sino que es el resultado final del encuentro de posiciones diferentes. Pero el problema en el mundo actual es que el diseño institucional y tecnológico promueve el desencuentro y la pérdida del control de las narrativas unificadoras de los países.

Si nos animamos a dejar el rol de apasionado participante de un debate y asumimos, por un momento, el de un desapasionado observador, las evidencias son impresionantes.

 

Las técnicas de la polarización

 

1) El debate se transforma, rápidamente, en un choque de posiciones.

Esto ocurre porque las opiniones no surgen del tema, sino antes, es decir que hay una formación previa y se juzga de modo similar en todos los temas. Por eso se pregunta primero quién es el que opina, y luego se sabe qué va a responder en toda una serie de cuestiones.

Se forman “grupos tribales” que pugnan entre sí, pero no tienen la sofisticación ideológica ni la preparación intelectual de los partidos políticos que luchaban en el siglo XX por organizar la sociedad de un modo diferente.

En estos casos, no hay un análisis, sino que se ignora por completo la idea de un contraargumento, es decir de alguien que piense diferente, por lo que se supone que esas ideas se aplican sólo a quienes las comparten, excluyendo a los demás.

2) El lenguaje es limitado

En las películas de hace unos años se mostraba despectivamente a pueblos originarios hablando con monosílabos, lo cual se diferenciaba de los occidentales que “sabían hablar”. Hoy no sería posible, porque el diálogo cotidiano se hace con emoticones, mensajes grabados de un minuto, envío de imágenes, el “posteo” y similares. Es un retroceso notable la posibilidad de razonar.

En otros ámbitos, se trata de llamar la atención y por eso se hacen denuncias escandalosas y declaraciones fuertes con la idea de demostrar cierto poder, a pesar de que se sabe que sólo dura un instante. “El ruido es una referencia acústica a la incipiente descomposición del poder” (Byung-Chul Han; “En el enjambre”).

3) La argumentación sin reglas

Con demasiada frecuencia se escuchan razonamientos como este: “Juan es bueno; Pedro es malo, y se diferencian claramente. Pero si ambos estuvieron sentados juntos, o son vecinos, o van a la misma iglesia, o compartieron un partido de fútbol, o concurrieron a una manifestación, es sospechoso y Juan también es cuestionable”. Este tipo de razonamientos en los que se vincula un tema con cualquier otro, por analogías muy lejanas, fue criticado por Umberto Eco, señalando que es una interpretación paranoica (Eco; “Los límites de la interpretación”) y muy peligrosa.

4) La descalificación

La opinión de alguien no motiva un debate sobre los argumentos, sino un análisis de quién es, con quién está vinculado, cuáles son sus características, y de ese modo se lo descalifica y se pretende que quede fuera de juego. Es un procedimiento común respecto de las sentencias judiciales: ¿Quién es el juez? ¿Quién lo nombró? ¿Con quién está vinculado? Esta información suele ser más importante que lo que escribió en la sentencia.

Este tipo de argumentación “ad hominem” (John Locke), ha sido ampliamente criticada porque puede llevar a la persecución y la discriminación.

5) Declaracionismo

Es frecuente afirmar una posición sin pensar en cómo se va a aplicar en un mundo de recursos escasos y con ciudadanos que piensan distinto, como si ello fuera un problema que debe resolver otra persona. Por ejemplo, se dice: “El Estado debe ocuparse de este problema, pero nadie dice cómo y con qué medios”.

 

Las causas de la polarización

 

1) El diseño del mundo digital

La organización de internet promueve fuertemente las opiniones extremas (Sunstein, Cass; “Going to the extremes”). Los registros de lo que cada persona hace en la web permiten crear un perfil que envía las noticias, páginas web, películas, ofertas de temas similares a las que ya se han leído, o bien la integración en grupos afines a su pensamiento.

Esto produce una confirmación de lo que ya se piensa, y una sensación de comodidad con los que tienen las mismas ideas.

Se crea una “cámara de eco” (“echo chamber”) en la que un individuo se aísla en una idea cerrada y confortable. Pero cuando alguien piensa distinto, se genera una guerra de posiciones.

2) La pérdida del control sobre la narrativa unificadora

Fergusson (“The square and the tower”) señala que la iglesia medieval presentaba una interpretación de la Biblia en latín que todos aceptaban, pero surgió la imprenta, que permitió que cualquiera contara su propia interpretación en un idioma popular. El paso de un sistema jerárquico en el que había un solo emisor en un solo lenguaje hacia una multiplicidad de emisores en varios lenguajes produjo una revolución. Las redes digitales producen un efecto similar, que es la pérdida de control de las narrativas y todo es posible.

Hoy hay muchos relatos diferentes, sectoriales, que compiten entre sí y dificultan la unificación en la idea de una nación.

 

Las consecuencias

 

Estas características llevan a la polarización, lo cual produce parálisis en las decisiones por la falta de acuerdos básicos.

Por ejemplo, si los animales de la selva tuvieran que elegir a la reina de la belleza: el león diría que debería elegirse a la que tuviera mayor melena y mejor rugido; la jirafa a la que tuviera el cuello más alto; la cebra a la que tuviera más rayas; el pájaro a la que supiera volar más alto. Si no se puede acordar un criterio único, no hay concurso.

Esta breve descripción nos exhibe un problema muy serio, que es necesario enfrentar para que el futuro sea aceptable para las futuras generaciones.

Es necesario que las instituciones promuevan el roce entre visiones diferentes, un aumento de la flexibilidad de las partes y un incremento de las opciones de solución.

La cooperación compleja (Sennet, “Together”) requiere de un contacto permanente entre visiones diferentes, promoviendo un lenguaje menos afirmativo, y alimentando la empatía entre sectores. Algo así ocurría en las plazas públicas en siglos anteriores, donde la gente se encontraba a conversar tranquilamente sobre diversos temas.

El pluralismo y la diversidad constituyen hechos incontrastables, y por ello es necesario asumir criterios comprensivos de las distintas posiciones para arribar a un consenso entrecruzado, que, si bien no será lo que cada uno desea, permitirá en cambio lo que todos desean, es decir, una sociedad ordenada en base a un criterio más realista de justicia (Rawls, “Justice as Fairness. A restatement”), cuyos conflictos puedan ser administrados y no generen crisis de todo el sistema.

 

(*) Ricardo Lorenzetti es ministro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Esta columna de Opinión fue publicada originalmente en el portal de Infobae.

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