Imagen ilustrativa sobre la construcción de un puente.
Sergio Dellepiane
Durante décadas, los habitantes de Excesia vivieron arropados por los excesos incurridos a través de los gastos dispendiosos de sus gobernantes. Vivir por encima de sus reales posibilidades, es decir, gastando bastante más que los recursos que generaban con las actividades productivas de los integrantes de la comunidad, los indujo a vulnerar los principios básicos elementales que la Ciencia Económica tiene como probados hace más de 250 años. Pero el “modus vivendi” parasitario se apoderó de sus voluntades, obnubilando sus inteligencias, por lo que continuaron alimentando desequilibrios persistentemente crecientes entre ingresos genuinos y egresos, reeditando artilugios y alquimias monetarias que postergaban los inevitables ajustes sobre el derroche irrefrenable, hasta que las condiciones de subsistencia se tornaron insostenibles.
A lo largo de casi 80 años el suelo sobre el que transitaban crujía una y otra vez, el gasto general se incrementaba, la inflación se aceleraba, su moneda perdía valor, los recursos escaseaban como nunca antes; mientras la pobreza, que se multiplicaba sin descanso, hacía estragos entre los menos favorecidos, aunque también golpeaba sin piedad a los esforzados de siempre.
Con cada episodio, cuya frecuencia se aceleraba imperceptiblemente, el impacto social de los desatinos se volvía más y más profundo consolidándose sin prisa, pero sin pausa, como una fractura del entramado social, cuya fragilidad estructural se percibía cada vez más presente y acuciante.
El inconsciente colectivo, ante el colapso inminente, reaccionó de algún modo y fue cuando los habitantes de Excesia decidieron construir un puente hacia Sostenia, una tierra donde el equilibrio fiscal, la estabilidad monetaria y el crecimiento sostenido eran partes inamovibles del paisaje que atraía a muchos pobladores desencantados con lo vivido por años e “sueños compartidos”.
El puente exigido para alcanzar la otra orilla no se construiría con ladrillos, hierros ni cemento, agua y arena, sino que les exigía esfuerzo sostenido y convicción de mayorías. Cada tramo requería trabajo, paciencia, generosidad y esfuerzos inimaginables para casi todos. Su estabilidad era su talón de Aquiles pues no dependía exclusivamente de la voluntad de algunos por avanzar, sino que dicha voluntad no fuera erosionada por aquellos quienes percibían el puente como una amenaza a sus privilegios, prebendas y sobre todo beneficios, extraídos sin culpa, del trabajo ajeno.
A medida que el cruce se extendía, las exigencias se tornaban más y más visibles. Unos sufrían más que otros. Sus penurias eran reales, dolorosas y extenuantes pero el desafío por alcanzar una mejora sostenible se basaba en poder discernir objetivamente y reconocer que la causa de las penurias no estaba en la decisión de construir el puente sino en las consecuencias de lo que habían vivido en Excesia durante demasiado tiempo.
Cada tramo del puente de Excesia a Sostenia permitía dejar al descubierto todo lo que había permanecido oculto, bajo la superficie, con aquellos desequilibrios prolongados y perjudiciales para la amplia mayoría de los habitantes.
Decidida la obra, no faltaron voces de “iluminados” que ofrecían atajos, magias y alquimias, prometiendo regresar a Excesia sin consecuencias gravosas, puesto que presentaban el retorno al pasado como la salvación definitiva, una vez más. Tampoco se ausentaron quienes proponían “un nuevo comienzo”, bajo similares condiciones a las ya vividas, arrastrando a las aguas turbulentas que corrían bajo sus pies, a los habitantes en tránsito, puesto que, como en el Titanic, no habría ni botes ni salvavidas para todos, aunque los cantos de sirena resonaran atractivos.
Cuanto más simplistas y radicalizadas fueran las promesas, más inestable se volvía la estructura del puente que costosamente se venía construyendo. No solo porque debilitaban la convicción de avanzar tratando de desmoralizar a los constructores, sino porque obligaban a quienes continuaban la obra, a redoblar el esfuerzo, reforzar los pilares y compensar con mayor convicción y sacrificio la incertidumbre que dichas voces agoreras sembraban entre la gente.
Cuanto más se multiplicaban y expandían esas ofertas de fácil retorno, más caro resultaba sostener el puente y más complicado se volvía mantener firme la credibilidad del proyecto colectivo. Más difícil se hacía avanzar y romper el círculo vicioso que los conducía hacia un destino de fracaso inexorable.
A pesar de todos los contratiempos, quienes se comprometieron con la construcción ya habían avanzado bastante. En poco tiempo, el trayecto recorrido presentaba un avance de obra verificable, aunque no exento de errores y de cuestiones por mejorar significativamente, pero habían logrado sostener la estructura en pie, marcando una dirección clara hacia Sostenia.
El significativo costo de continuar la construcción no dependía del terreno sino de cuán creíble era la decisión de no volver atrás, especialmente por parte de aquellos que aún podían sobrellevar los esfuerzos que esto implicaba.
La construcción de la obra no ha terminado, aunque muestra avances significativamente trascendentes. Todavía quedan miles de decepcionados y desesperanzados. Nunca será posible conformar a todos.
Lo único evidente es el rasgo característico y diferenciador por antonomasia que distingue a los países desarrollados de los que no logran progresar; la convicción sostenida de sus mayorías en cuanto a que Excesia no es un buen lugar para permanecer y mucho menos una alternativa válida para construir un país que ofrezca futuro promisorio para nuestros descendientes.
“Los dos guerreros más poderosos son la paciencia y el tiempo” – LEV NIIKOLÁIEVICH TOLSTÓI (1828 – 1910)
(*) Dellepiane es profesor universitario en UCA - Universidad de Bologna


