Sobre la docencia.
Por Laura Basso
Puedo improvisar cien teorías que justifiquen mi elección desde el lugar más altruista -aquél que sostiene que la educación puede salvar al mundo-, hasta el más pragmático: me gustaba la literatura y enseñar. Así de simple.
Me preguntan por qué soy docente, y después de 32 años de profesión, me lo estoy preguntando yo, por primera vez a mí misma.
Soy docente porque vengo de una familia de mujeres docentes a las que veía llegar siempre cansadas de las escuelas, pero felices. Con esa felicidad que no es algarabía, sino bienestar emanado del placer de dar, de ofrecer saber y de recibir, en compensación, cariño, complicidad, aprendizaje.
Soy docente porque mi mamá me leía el Poema de Mio Cid para dormir. Mientras ella estudiaba la carrera de Letras, yo creía que Ruy Díaz iba a salvar algún día a Caperucita.
Soy docente porque un día, allá por el año 1978 mi mamá me acompañó a un rincón de su biblioteca y me dijo: “Tenemos que esconder estos libros”, y guardó Residencia en la tierra en una caja de zapatos de su placard. “Vos sola vas a saber de esto, por las dudas que me muera, cuando todo pase, leelo”.
Soy docente porque a los 13 años me llevó al salón dorado del Jockey Club de Rosario a escuchar a un escritor famoso y me dijo: “Sentate adelante de todo para verlo bien, no vas a entender nada de esta conferencia, pero algún día vas a poder decir que conociste a Borges”.
Soy docente porque en mi casa siempre hubo libros, muchos, muchísimos libros. Y yo los leía…y quería contarle al mundo lo que decían. Soy docente porque me cuesta quedarme callada, porque soy explicativa, argumentativa, pasional… porque necesito dar lo que sé, con la conciencia de que ese saber ayudará a crecer a otro, lo hará mejor, le provocará cuestionamientos, reflexiones, ideas.
En definitiva, quizás sea así, soy docente porque creo firmemente que la educación puede salvar al mundo.