El falso dilema entre vida y economía

Carlos Pagni

La columna de Carlos Pagni.

Carlos Pagni

Hay una tendencia general en la política argentina, y fuera de ella, a que en general quienes gobiernan, con contadas excepciones, suben la consideración popular frente a una crisis como la que estamos viviendo. Es como si hubiera un reflejo normal, natural y primario en las sociedades de rodear al que manda.

Probablemente, el caso que desentona en este panorama de consenso generalizado alrededor de los que gobiernan es el de Pedro Sánchez en España, donde el que concita la atención es el Rey. Pero en general, esto está sucediendo en todos lados. En la Argentina eminentemente. Por más que haya habido un bajón en los últimos días, sobre todo después de aquella experiencia de hace dos viernes con los que debían cobrar la jubilación, Alberto Fernández tiene niveles de consideración popular sin antecedentes.

Desde que empezó la cuarentena, Fernández creció 30 puntos en la encuestas y superó el 85 por ciento en algunas encuestas. Lo mismo pasó con Horacio Rodríguez Larreta, que superó el 80 por ciento de consideración pública. Incluso, Axel Kicillof, quien no ocupa la primera plana de los medios como ellos dos, obtuvo una mejora en su aceptación popular de más de 15 puntos.

Aunque parezca mentira, por lo controvertida que es su figura, Jair Bolsonaro si bien no aumentó su popularidad, consolidó su base. El mandatario cuenta con alrededor de 40 puntos de imagen positiva y con una adhesión más firme, en un Brasil mucho más fracturado que la Argentina.

En ese sentido, se difundieron chistes de Chile que hacen mención a determinada cantidad de contagiados y de recuperados y hablan de un resucitado, que es Sebastián Piñera, quien pasó de tener un 9% de consideración popular a un 20%. Para él, este número simboliza el paraíso, teniendo en cuenta al infierno que había descendido tras el estallido social en su país.

Esta situación parece replicarse en todas las sociedades, pero aquel consenso, y esta es la novedad de los últimos días, empieza a descongelarse, y comienza a gestarse a su alrededor un debate ligado centralmente a un interrogante del que se desprenden varios: ¿cuánta cuarentena aguanta la economía?

Entonces, vale la pena poner el foco sobre esta cuestión, ya que es motivo de una discusión cada vez más intensa y es una especie de papel de tornasol sobre cómo está funcionando el oficialismo. En las distintas entrevistas que ha dado Alberto Fernández dice que no hay un dilema entre la economía y la salud, es decir, que no existe disyuntiva entre cuarentena y recesión, pero inmediatamente dice que a él no le importa cuánto se derrumbe el Producto Bruto Interno (PBI) del país, si eso significa perder vidas.

Como todo político, él tiene la habilidad de plantear contradicciones cuyo resultado lo favorezca. Fernández dice: "Yo estoy del lado de la vida". Entonces, ¿el que defiende la economía está del lado de la muerte? Tal vez no, pero se sugiere que está del lado de determinados intereses. De allí se deprende todo un juego subliminal que puede tener un fondo ideológico: defender a la economía es defender a los mercados, que son entendidos como el mundo de los ricos. Y quien defiende esto es alguien insensible frente a la pandemia.

Ahora bien, puede ser que no haya contradicción entre salud y recesión, pero lo cierto es que en la rueda de prensa que Fernández dio el viernes no hubo ningún economista. Es como si el problema económico no fuera parte de esta pandemia. Es decir, como si se pudiera decidir mantener una cuarentena mucho más allá de 40 días sin que el Gobierno se interrogue por las consecuencias económicas de esa medida sanitaria. Bueno, ha habido una intervención pública muy interesante en los últimos días por parte del embajador de Brasil en el país, Sergio Danese, quien publicó un artículo en La Nación.

Probablemente para defender el énfasis que pone Jair Bolsonaro en que no se derrumbe la economía, Danese sostiene, con acierto, que es un error pensar que las medidas económicas, la política económica, la ayuda económica, es un alivio frente a la cuarentena. No. Son la condición de posibilidad de la cuarentena. Es imposible que alguien le pida a la gente que permanezca encerrada, si no está pensando una solución o una estrategia no para su situación económica presente solamente, especialmente para los más pobres, sino para su situación futura.

¿Qué quiere decir ese planteo? Que si no tengo una estrategia económica, hay un momento en que la gente va a salir a la calle desobedeciendo las opiniones o las prescripciones de los sanitaristas. Sobre todo los que menos tienen, porque tienen muchas menos posibilidades de gastar ahorros para mantenerse adentro.

Es verdad, entonces, lo que dice Fernández. No hay una contradicción entre salud y economía. Y el que pide por la economía al final de todo está pidiendo también por la vida, no sólo de los que se pueden morir de hambre. También de los que pueden morir de coronavirus porque sin una salida económica no podrían estar dentro de su casa.

Por eso hace falta que en la mesa del poder donde se discute la cuarentena, la pandemia, la estrategia sanitaria, haya una reflexión de carácter económico.

A medida que pasan los días, esa reflexión se vuelve cada vez más necesaria, porque lo que estamos viendo es un nivel de caída de actividad importantísimo.

Ahora viene un punto donde esta ruta que nos lleva desde lo sanitario a lo económico, nos devuelve a lo sanitario. ¿Hasta qué punto podemos pensar, podemos darnos una estrategia de salida de la cuarentena, de salida racional de la parálisis económica, si no tenemos un diagnóstico bastante preciso de quiénes están contaminados, quiénes pueden contaminarse? ¿A través de testeos?

Este es el segundo debate que se descongeló entre los sanitaristas y epidemiólogos. ¿La Argentina hace el suficiente número de testeos? Que nos lleva a otra pregunta: ¿La Argentina tiene los reactivos para hacer el número de testeos recomendable?

Todo esto es un complejo de problemas, un sistema de preguntas, que nos lleva a pensar en la cuestión económica: estamos ante un nivel de derrumbe pavoroso. No es que va a suceder. Está sucediendo.

Hay estudios de especialistas que calculan, de manera aproximada pero lo más fina posible, cuáles son los sectores que se están destruyendo más de cada actividad económica, y concluyen que por cada semana de cuarentena cae un punto del producto.

Desde el comienzo de la cuarentena hasta la primera semana de junio, que presumiblemente es hasta cuándo va a durar como mínimo, vamos a tener una caída del producto del 10 por ciento. Esto es una cifra aterradora.

Alberto Fernández dice que le hace acordar al momento en el que llegó con Néstor Kirchner a la presidencia y ahí hay otro error. Es político. No es historiador. Es abogado. Cuando Kirchner llegó a la presidencia, lo que estaba sucediendo era un país que iba de 2001 a 2004. Él está yendo ahora de un 2004 muy defectuoso hacia el 2001.

Néstor entró al poder con Fernández cuando la Argentina estaba saliendo de la crisis. Fernández entra en crisis, y ahora esa crisis se va a agudizar.

Pero esta no es la única diferencia, no es la forma del ciclo la diferencia entre este momento y aquel otro. La diferencia tiene que ver con el tiempo. El tiempo es cualitativo en política, no es solo cuantitativo. Hace a la naturaleza del fenómeno. No es lo mismo que caigan 10 o 20 puntos del producto entre 1998 y el 2002, como sucedió en lo que llamamos estilizadamente "la crisis de 2001", que fueron cinco años de recesión, a que esa misma caída se produzca en apenas dos o tres meses. Porque el impacto que tiene es mucho más traumático no solamente desde el punto de vista material, sino emocional y psicológico.

Estamos viviendo lo que llamamos aquella larga recesión de la crisis de 2001 en meses, en semanas. Si queremos tomar otra comparación, a la crisis de 2008 hay quienes la anticipaban a fines de 2006. Terminó en las postrimerías de 2009. Estamos hablando de tres años. Esto de ahora sucede en meses. Es muy difícil pensar un fenómeno como este, porque no registra antecedentes y seguramente sea uno de los más traumáticos a escala social que habremos vivido en nuestra generación.

El problema que tiene la Argentina es que enfrenta este drama ya con comorbilidades anteriores: ya estaba en recesión y tenía niveles de desajuste fiscal importantísimos. Con un Banco Central muy poco creíble desde mucho tiempo antes, no por Miguel Pesce. Hubo renuncias de dos presidentes del Banco Central durante el gobierno de Mauricio Macri y la entidad llegó a diciembre imponiendo un cepo. Además, con un problema de alta inflación previo.

En este contexto, dada la complejidad del problema, sería muy bueno que en las mesas donde el Presidente da explicaciones, hubiera un economista. Martín Guzmán o el que pueda darlas. Porque esto, que tiene que ver con la economía, no es algo que afecte a "los mercados", que pareciera algo de élite. Afecta especialmente al que vive con lo que le ingresa en el día. Afecta más al que menos tiene, al que no entiende muy bien por qué se tiene que cuidar del coronavirus si es muy probable que termine muriendo de otra cosa porque el coronavirus no le permite ir a ganarse el pan.

Esto es así en la zona más dramática de la sociedad, que es la de los más vulnerables. En el resto, estamos frente a problemas de gran dimensión, porque empieza a haber una ruptura de la cadena de pagos. Es acá donde también uno observa una cantidad de pensamientos que no pueden concebir el sistema en su conjunto, por lo tanto no pueden comprender los equilibrios generales. Por ejemplo, "cortemos este segmento y apliquemos un impuesto a estos que son los ricos. Y si el rico no le puede pagar al banco la deuda que tomó para su empresa. no importa, que entre en default". Esa secuencia puede hacer mucho más daño que la quiebra de 200 pymes, pero creemos que les toca solo a los ricos.

Empieza a haber una sucesión de incumplimientos que pone en tela de juicio un tema central: los contratos. Si uno mira cómo piensan estas crisis los países anglosajones, la lógica de la ayuda del gobierno americano, no Donald Trump, sino del Poder Ejecutivo y Legislativo de los Estados Unidos, se observa que se trata de salir de la emergencia tratando de vulnerar lo menos posible la trama de contratos que constituye toda la economía. Y si el contrato tiene que ser puesto en tela de juicio, la misma ayuda  dice en qué tiempo prevé que se va a restablecer. Entre nosotros pareciera que es al revés, que la primera solución es romper los contratos.

Estamos viendo la ruptura de una cantidad de contratos que va a generar un problema similar al que vivimos en el año 2001, una avalancha de judicialización de los conflictos.

Acá va a haber que esperar mucha creatividad del Poder Judicial para resolver un gran nudo en términos jurídicos. Es un tema de extraordinaria complejidad. Hay que recordar que una circunstancia similar abrió una ola de conflictos por lo cual estuvimos 20 años litigando en el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias relativas a Inversiones (CIADI).

En el marco de este problema, nos encontramos con que así como el Estado avanza sobre determinados contratos, avanza con determinadas zonas de la vida particular de la gente. Un caso típico, fue lo que pasó la semana pasada cuando la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, dijo que iba a hacer un patrullaje sobre las redes sociales.

Después aclaró que no era inteligencia, lo que está prohibido por ley. Y al final tuvo que volver para atrás. Frederic buscaba investigar si se habla de saqueos a los supermercados o de cacerolazos agresivos contra el Gobierno, porque advierte que la crisis se puede volver de otro orden, social.

Hay una tensión permanente, desde el fondo de la historia, entre el miedo y la libertad.

Cuando se produjo el atentado a las Torres Gemelas, el mundo en general entregó jirones importantes de su intimidad, de su capacidad de circulación, de su derecho a no ser controlado, por miedo al terrorismo. Acá pasa algo similar: algunos, otros no, están dispuestos a que los patrullen si eso nos va a salvar de determinados casos de violencia.

Algo impensado es que los intendentes del conurbano tengan el ejercicio del control de precios cuando ya lo había tomado para sí, con la ley de abastecimiento, Axel Kicillof, que se ve que habla poco con el Presidente. Es una facultad que hoy entendemos como lógica porque hay un gran temor a una estampida de precios. Pero habrá que ver si después queremos mantener esa concesión. Siempre se menciona el impuesto a las ganancias que se puso en 1932 por una sola vez y aún hoy lo seguimos pagando.

De lo que se habló poco, y es importantísimo, es de la decisión del Gobierno por lo cual si una sociedad anónima pide un crédito de emergencia, la AFIP empieza a estar autorizada para revelar al Ministerio de Trabajo y a la Anses el secreto fiscal de los socios individuales, personas físicas distintas de esa sociedad anónima. Es un avance extraordinario sobre un derecho a la intimidad fiscal. Esto sí es una violación en el contrato entre el individuo y el Estado. Otro avance del Estado sobre la esfera privada que tiene que ver con el miedo, con la situación de emergencia.

Un ejemplo de esta dinámica es la ley de emergencia económica que se sancionó en el 2002, en el marco de la crisis del 2001, y que duró hasta 2018. El kirchnerismo pasó todo el apogeo de la economía, una era de bonanza sin antecedentes, en el marco de una ley que le daba facultades extraordinarias.

En un "segundo o tercer plano", como le dijo el Presidente a Horacio Verbitsky, quedó la cuestión de la deuda. El Gobierno la va tratando de manera arbitraria. Por ejemplo, se acaba de reperfilar la deuda en dólares de los que están bajo jurisdicción argentina. Pero con los que tienen deuda en dólares bajo jurisdicción norteamericana se sigue negociando. Martín Guzmán está tratando con una serie de fondos que son los que tienen la gran masa de títulos de la deuda argentina bajo jurisdicción New York, es decir, los que tienen que ir a litigar en el antiguo juzgado del Thomas P. Griesa. Están dialogando de manera cada vez más tensa. Los fondos, que son Pimco, Blackrock, Fidelity, Templeton, Fintech, etc., quieren cobrar algo que se parezca a lo que tienen.

Donde dice 100, cobrar. ¿50? Hoy eso es muchísimo, porque esos títulos, en el marco de incertidumbre de esta crisis, sin que se sepa cuál es la estrategia argentina de salida de la crisis, valen 25. La novedad relevante en este momento es que habría un 90% de posibilidad de que el ministro Guzmán haga una oferta en las próximas horas al mercado para un acuerdo que, probablemente, él ya sepa no va a ser aceptado por esos fondos. Estamos al borde de entrar en default por la deuda en dólares bajo jurisdicción internacional o jurisdicción Nueva York. Esto es grave, porque la Argentina vuelve al default que es otra forma de romper un contrato.

A partir de este escenario, de alta probabilidad, se desata una gran cadena de incógnitas: ¿es correcto haber llegado a este momento para declarar el default o para ir a un conflicto? Muchos dirán que si el Gobierno llamó a un "mago de la restauración", y no reestructuró, ¿por qué no declaró el default en el primer día y nos ahorrábamos miles de millones de dólares que ya les pagamos a los acreedores? ¿Hubo una estrategia consistente del Gobierno? Dirán que nadie vio la pandemia.

Muchos economistas muy serios advertían que la situación fiscal de la Argentina en medio de una recesión solo nos conducía inevitablemente al default. Y que Alberto Fernández tendría que haberlo declarado desde el primer día. Sí, con todo el costo que eso significa. Conscientes de ello.

La Argentina está a punto de sumar este problema que agrega una dificultad. Una empresa sana que pida crédito desde un país en default paga más la tasa del dinero que quiere conseguir para su inversión. Aquella empresa multinacional que está eligiendo dónde radicarse mira una variable clave para hacer su negocio que es el costo del dinero.

Eso orienta la inversión territorialmente. Frente a esta agenda de problemas estamos.

¿Qué va a hacer el Fondo frente a todo esto?

Hace dos lunes, en este mismo programa, Alfonso Prat-Gay decía que era la hora de que los organismos de crédito multilaterales se despabilen, se olviden del ritual burocrático y extiendan una ayuda a los países en vías de desarrollo, como la Argentina.

A las pocas horas, publicó un artículo en el Financial Times que le ponía una medida a esa ayuda: 300 mil millones de dólares. Bueno, si eso sucediera, el Fondo le tendría que condonar o aliviar la deuda al país en 20 mil millones de dólares, de los 57 mil que le debemos. ¿Cuál va a ser la relación de la Argentina con el Fondo? ¿Cuánto va a convalidar el Fondo si se produce un conflicto que nos termine llevando a los tribunales? ¿Hasta dónde va a pesar en los tribunales de Nueva York que el Fondo haya dicho que la deuda argentina es insostenible? ¿Qué va a pasar con los 10 mil millones de dólares que el fondo podría desembolsar en la Argentina? Nada de eso se sabe...

En materia sanitaria estamos a tientas respecto de lo que va a pasar. Parte del problema sanitario es el problema económico. Tiene razón el Presidente. No hay una contradicción. Por eso nos tiene que dar respuesta sobre las dos cuestiones. Y, como acaban de ver, la economía es más misteriosa que el coronavirus.

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