Esto debe ser muy parecido a la soledad que tampoco conocemos pero percibimos sus contornos.
Por José Carlos Elinson (*)
La ecuación es simple, se suman óbitos, se restan vidas, pero ¿de dónde sale lo taxativo de la ecuación? De buenas a primeras la población del planeta está invadida por el coronavirus y las sumas siguen sumando y las restas siguen restando y no es la idea. La idea en realidad es una vida plena, contenida en términos de salud, de educación y de trabajo como base de sustentación de una existencia digna.
En diversas oportunidades el pueblo argentino ha demostrado su vocación solidaria (con las excepciones que nunca faltan, pero a esas les tenemos reservado su espacio en la columna de las pérdidas). En esta oportunidad la desesperación ha llevado a muchos a desentenderse de la realidad del otro y concentrarse en su propia problemática con justificados temores de quedar en el camino, entonces se adueña de cada espacio y de cada minuto para salir a la calle a encontrarse con las cosas que siempre estuvieron donde están ahora, pero que por cotidianas, accesibles y repetidas no despertaron mayores maneras de llamar la atención y hoy están a la cabeza de las aspiraciones de muchos: el aire libre, la calidez del sol, los paseos con los niños, digamos, exprimir la vida hasta la última semilla.
Es que la vida parecía sobrar, es decir, había vida de sobra, parecía infinita, nos podíamos dar el lujo de desperdiciarla sin que nada se modificara en nuestro hacer o no hacer cotidiano.
Hoy somos protagonistas de una realidad que se ubica en las antípodas de todo aquello. La vida y la muerte nos han puesto a justipreciar lo que descuidábamos y a otorgarles el valor trascendental que por definición les asiste, pero a veces parecemos negadores de lo que nos pasa. Tendríamos que internarnos en los apasionantes territorios de la psicología para intentar desentrañar estas conductas que parece que por hacer mejor las cosas, en realidad las empeoramos. Y esto resta, aunque pretenda y hasta parezca sumar, resta.
No es volcándonos a las calles a retomar la vida confiscada por la cuarentena que todo volverá a ser lo que era. Desde ya, y apelando a las sumas y restas, estamos teniendo bastante en claro que nos aproximamos a una nueva concepción de vida, es mucho lo perdido sin beneficio de reposición. Deberá ser como aprender a hablar o a caminar de nuevo. Seremos los mismos pero diferentes, pero los que logren dar ese paso tendrán sin dudas un nuevo amanecer. Tendremos que reconstruir y reconstruirnos, y no será de un día para otro.
El río, nuestro río, referente histórico de buenas y malas se agota en sí mismo mientras muchos de nosotros nos ocupamos de ganar espacios en las calles, en las plazas y detrás de los mostradores desde donde protagonizamos la otra decadencia: la económica que nos sumerge en espacios asfixiantes de compleja –cuando no imposible- oxigenación.
Somos enormes ignorantes de cuanto nos pasa. Nunca nos enfrentamos a un fenómeno de esta naturaleza y no hay antídotos a la vista. Esto debe ser muy parecido a la soledad que tampoco conocemos pero percibimos sus contornos.
Tal vez si intentáramos detenernos, darnos tiempo para pensar nuestro aquí y ahora y cubrir los espacios que permanecen descubiertos estemos dando los primeros pasos hacia un reencuentro necesario primero, con nosotros mismos y luego con el resto para comenzar a andar, a sumar, a crear, a creer.
(*) Especial para ANÁLISIS.