La avaricia, miseria hipermoderna

El análisis desde el psicoanálisis de Luciano Lutereau.

Por Luciano Lutereau (*)

La avaricia es un tipo de relación con la posesión, con lo que se tiene: es un modo de tener las cosas. El avaro es alguien que tiene cosas de un modo avaro; es avaro a partir de cómo se califica su relación con lo que tiene. El avaro es el que tiene poco para dar; quizá tenga un montón de cosas, pero tiene poco para dar.

El avaro es el que no puede ser generoso con lo que tiene, o sea que no puede darlo. El generoso es hasta capaz de dar lo que no tiene. Existe esa famosa expresión, cuando se nombra a algunas personas y se dice que son capaces de dar lo que no tienen. Es una de las definiciones que Jacques Lacan da del amor: es dar lo que no se tiene.

Hay modos sintomáticos de tener, por ejemplo: en la neurosis obsesiva, sobre todo en la obsesión masculina, es común encontrarse con que los varones tengan una tendencia a ser ahorrativos, que busquen siempre la ventaja. Hay personas que solo pueden tener algo ahorrando primero. Propongo, entonces, la distinción entre lo que llamaré “el goce del ahorro” y la avaricia, de la que se dice más bien que es un pecado, antes que un síntoma.

Un neurótico sintomático es capaz de caminar veinte cuadras para ahorrarse una moneda, convencido de que la va a ahorrar, sin tener en cuenta el costo que tiene el tiempo de caminar esas veinte cuadras. El goce del ahorro es muy claro para mostrar eso que Freud llamaba “la miseria neurótica”, ese punto en que la neurosis encierra. Uno queda encerrado en la neurosis, pero, además, la neurosis encierra algún tipo de relación con la satisfacción que siempre es una satisfacción chiquita, es un empobrecimiento de la satisfacción.

El compartir del neurótico se basa en “Te comparto, pero te digo cómo hacer”. El neurótico comparte algo en el sentido de que da algo y dice: “Tomá, te doy esto”. Y dos minutos después te dice: “Dejame, yo te muestro cómo se hace”. Es ese el punto en que el neurótico da pero no suelta o, al menos, da algo pero, al mismo tiempo que lo da, sigue agarrado a lo que dio. Dice: “Te acordás cuando yo te di tal cosa, ¿cierto? Te acordás, te gustó, ¿no es cierto? Qué bueno el libro que te regalé, ¿y viste lo que te di?”. Es decir, está completamente agarrado. El día que, supongamos, el otro le dice: “No quiero seguir más”, ahí viene el reclamo: “Yo que te di tantas cosas, ¿cómo puede ser?”.

Esta es la forma neurótica de relación con el don, esa satisfacción chiquita, ese goce que no comparte, relación miserable con la satisfacción que hace que el neurótico pueda pasar del goce del ahorro a la mezquindad de quien da a medias. El neurótico quiere dar, le cuesta soltar, pero quiere dar; como buen neurótico está conflictuado, quiere y no quiere, quiere a medias, quiere y no le sale. En cambio, el avaro no es alguien que da a medias o da sin soltar, es el que da lo que le sobra, y esto no depende de lo que tenga. Esta definición es valiosa porque permite entender que alguien puede ser avaro teniendo muy poco. Hay un punto en el que el avaro no es un neurótico, no es el que dice que sí y después se arrepiente, o ve cómo hace, es el que de entrada si da algo, da lo que le sobra. Creo que esta es una posición bastante más frecuente de lo que uno se imagina hoy en día.

Por ejemplo, alguien puede ser avaro con su tiempo, como cuando dice: “Bueno, vamos viendo, vemos, hablamos, después te digo”. Son formas indirectas de decir “Bueno, hablamos y si ese día no tengo nada que hacer, si no tengo nada mejor que hacer, entonces, nos vemos”. Alguien puede ser avaro, incluso, con su afecto, si no hay otro plan, si le sobra. La avaricia no solamente está pegada a la cuestión económica. Hoy en día el tiempo es lo que más se recorta. Salir de esta posición personal de retacear tiempo es una de las cosas más difíciles de pedirle a alguien. De hecho, como parte del sufrimiento en las relaciones amorosas aparece esto bastante frecuente. De repente, el tiempo empieza a ser algo que obstaculiza: dos personas se conocen, empiezan a verse, inician una relación y se ve si el tiempo es algo que se puede compartir o no. Puede que se enamoren y, al principio, que se vean muy seguido, que tengan algunas citas. Cuando se arma algo un poco más firme dentro de la relación, cuando ya efectivamente empieza a haber una relación, ahí es que se empieza a notar y a aparecer el malestar del tiempo, es decir, si uno incluye al otro en los tiempos propios, si se empiezan a armar tiempos comunes. Eso no significa dejar de hacer cosas por el otro, por supuesto, porque esa es la fantasía que muchas veces se tiene: “Yo no voy a dejar de hacer mis cosas por conocer a alguien”. En realidad, tiene que ver con poner el tiempo personal a disposición del otro.

Por otro lado, no solamente pensaría en esa primera definición de la avaricia como dar lo que se tiene o, mejor dicho, dar lo que a uno le sobra; ¿Por qué Lacan dice que el amor es dar lo que no se tiene? ¿Qué significa?

En principio, lo intuitivo sería creer que para dar algo hay que tenerlo. Si alguien me pide un libro y yo tengo el libro, se lo doy, le doy lo que tengo. Pero si doy lo que tengo, ¿qué es lo que ocurre? Que aquello que doy no me representa a mí, ese libro no tiene ningún valor subjetivo para mí, le doy algo que tengo y dar lo que tengo supone un intercambio, se entra en una vía de intercambio. Dar lo que se tiene establece un tipo de vínculo basado en intercambiar cosas. Por eso, justamente, Lacan subraya “dar lo que no se tiene” como algo que, en principio, rechaza la posibilidad de intercambio. Si doy lo que no tengo, no hay intercambio posible. ¿Qué quiere decir esto? Que cuando doy lo que no tengo, no quiere decir que no doy nada, quiere decir que lo que doy me representa a mí. En la avaricia, en cambio, está en juego la cuestión del uso, de la necesidad: el avaro degrada los objetos a la necesidad, el avaro dice: “Te lo doy porque ya no lo necesito”, que es casi como decir ya no sirve. El avaro necesita llevar el objeto a su máxima improductividad, tiene que llevar el objeto a ese punto en el que es prácticamente un desecho. Cuando se convierte en un desecho es que puede darlo.

En la hipermodernidad, la avaricia cobra una tercera dimensión, en una manera de actuar del avaro que tiene que ver con “lo que corresponde”, que busca lo que corresponde, como si hubiera cierto anhelo de relación justa, cierta forma de apelar algo que sería lo justo para esta situación. Esto es parte del narcisismo individualista contemporáneo. Es una forma de racionalización de la avaricia: si el otro puso dos, yo pongo dos; si otro dio hasta acá, yo doy hasta acá. Se trata de encontrar cierta idea de lo justo que, efectivamente, termina siendo una acción de injusticia, porque lo justo es desproporcionado.

Esa idea de justicia, que es una idea de justicia muy avara, termina autorizando el reproche o el pedido de explicaciones, formas de velar la desprotección. Los ejemplos siempre son los de la vida amorosa: alguien dice que, si ya fue a la casa de alguien, ahora le toca venir al otro. Se llega a ese punto en que se pide lo mismo que se da: “Si yo soy esto, pido que el otro responda de la misma manera”. Esta mecánica muchas veces anula la posibilidad de que el otro sea otro, y por eso lo atribuyo a una especie de forma individualista. Esta es otra forma de avaricia, que tiene que ver con dosificarse: “Tenemos que poner lo mismo”. Esto se refleja en la típica expresión: “Las relaciones se hacen entre dos”. Es reducir la relación a un contrato, que cada uno tenga que poner su parte. Creo que, al menos en lo que tiene que ver con los afectos, la generosidad es muy costosa, porque lo más dramático del amor es que, cuando uno da lo que no tiene, la única forma en que a veces el otro puede recibir ese don es a veces con una traición.

En ese momento, no es amor correspondido. ¿Cuántas veces personas que amamos, personas con las que fuimos generosos, no encuentran otra manera de respondernos que no sea la ingratitud? Casi diría que es hasta un paso necesario del amor, que al amor se responde con traición, porque hay algo del amor que es insoportable. Por lo general, creemos que amar es maravilloso, que a la gente le encanta ser amada, que todos nos pasamos la vida queriendo ser amados, pero lo cierto es que cuando nos aman es bastante insoportable ser amado. ¿Por qué es tan insoportable el amor? Porque el amor produce deuda. Cuando fuimos amados, eso nos produce una deuda y la deuda que produce el amor es una deuda que, por lo general, es impagable, es imposible de cerrar. De hecho, ser amado es una de las formas de responsabilidad más grandes que hay, porque la manera más torpe de responder a la deuda que produce el amor es traicionar.

En una relación amorosa, no hay manera de hacer un duelo por todo el amor que nos dieron. Cuando termina una relación es muy difícil, uno puede hacer un duelo por ese amor, pero hacer un duelo por ese amor no quiere decir olvidarse de ese amor, quiere decir incorporar ese amor. Se puede responder a una deuda simbólicamente. Cuando no se tiene capacidad de elaboración de lo que se recibió, se traiciona. Llegado este punto, no solamente está la cuestión de la avaricia, que tiene como contracara la generosidad, también puede haber otros modos de responder al amor. “Responder al amor” no significa corresponder, porque la correspondencia amorosa, en última instancia, no es una respuesta al amor; al amor se responde con deuda o con traición.

(*) Psicoanalista y doctor en Filosofía (UBA). Fragmento del capítulo “Avaricia” del libro Miserias hipermodernas (Letras del Sur, 2021) resultado de las clases dictadas en el seminario “Los pecados capitales del capitalismo” en el ciclo Revoluciones Íntimas - Publicado en Página12

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