El gobernador entrerriano Sergio Urribarri puso proa rumbo a la Casa Rosada, con el sueño de convertirse en el sucesor de Cristina Fernández de Kirchner. Bajo la “consigna del sueño entrerriano”, lanzó su campaña para presentarse como el más fiel representante del modelo kirchnerista. Explota el lugar de lealtad que le reconocen desde el poder central y quiere aprovechar una oportunidad inédita en estas tres décadas de democracia, como es que el poder latente, real e imperante no tiene relevo. El kichnerismo necesita crear una figura donde depositar todo el poder. Urribarri tiene como competidor a Daniel Scioli, que viene con el sabor amargo de una reciente derrota en Buenos Aires. En esta nota, ANÁLISIS repasa el camino sinuoso del hombre político que supo estar en el lugar adecuado, en el momento justo. Su pasado como referente de Rodríguez Saá y el intento por despegarse de la suerte K tras el enfrentamiento con el campo, son parte de la historia que hoy quedó oculta por el mito de la lealtad.

Días atrás se desarrolló el 26° Congreso de la Federación Internacional de Softbol (ISF) en Cartagena, Colombia, y el paranaense (como head coach de diferentes seleccionados argentinos) fue designado para ingresar al prestigioso sitial del máximo organismo de este deporte a nivel internacional. El Chino tiene más de 30 años como entrenador en eventos ISF: debutó en el I Campeonato Mundial Masculino Juvenil, en Edmonton, Canadá, en 1981. Después dirigió tres más en la misma categoría: 2001 (Australia), 2005 y 2008 (ambos en Canadá). Además condujo a la selección Mayor y tuvo un paso por la femenina.

Es evidente: el kirchnerismo está agotado. En rigor, se agotará en un plazo relativamente breve. De acá a tres años será pieza de museo. Sin embargo, aunque suene a contrasentido, está en condiciones de ser un elector especialmente relevante al momento de la sucesión. Urribarri, así, puede perfectamente ser el beneficiario de una circunstancia política compleja. Pero sólo el contexto, la dinámica realidad, determinará si la Presidenta queda o no en condiciones de optar. Puede que no tenga tanto margen de maniobra. Lo que el espacio gobernante debe decidir es cuántos riesgos toma en su intento de garantizar la continuidad de su proyecto. Tiene que optar entre lo lógico pero ajeno, o casi, y lo riesgoso pero propio. O sea, elegir entre Scioli, por un lado, y Urribarri o Capitanich por el otro. Lo imposible, la proyección nacional del gobernador entrerriano, cobra mayor entidad. Hasta ahora ningún planeta se ha desalineado y las chances del primer mandatario lucen intactas. Urribarri puede ser la última gran decisión del kirchnerismo, que ya transita su inexorable cuenta regresiva rumbo a convertirse, como el menemismo, en el contingente rostro adoptado por el maleable peronismo en un determinado momento de su historia.